Bajo el eco de las cacerolas, convertidas en tambores de la noche, escribo esta crónica de un jueves de noviembre que ya es historia propia del pueblo colombiano y no de sus asustadas élites. Madrugué como muchísimas personas a participar en una jornada de esperanza en una sociedad diferente y de protesta contra el orden que se nos ha impuesto.
Llevé una cámara fotográfica, un celular y una libreta de notas y me introduje en calles a las que no les cabía un alfiler de lo llenas que estaban de gentes alegres y dispuestas al encuentro. Casi me tropiezo con el fotógrafo Abad Colorado, que iba con su ojo maestro y su cámara. Al tiro me acordé del dicho: zapatero a sus zapatos. Guardé la cámara en mi bolsa, me quedé solo con la libreta de notas y un lápiz. Hice dos cosas: miré con detenimiento las consignas, anoté algunas y hablé con más de un marchante.
La primera impresión fue la cantidad de gente joven, ríos de muchachas y muchachos con su energía poderosa, su ilusión intacta pesar del país que heredaron de unas generaciones que no estuvieron a la altura de los desafíos de la historia. Las palabras en las telas, en las cartulinas y en las pancartas muestran el despliegue de una conciencia desgarrada ante una realidad infame que parece el absurdo repetido de una pesadilla.
La primera consigna que anoté decía: El que no se mueve, no escucha el ruido de sus cadenas. ¿No les parece a ustedes que esta frase resume de buen modo el reto de todos nosotros? Luego esta compasiva y solidaria: que el privilegio no te nuble la empatía. Y este llamado de atención a los indiferentes: Colombia no te duermas ¡nunca más! La audiencia crecía en la medida que avanzaba la mañana, la pluralidad colombiana se expresaba en toda su dimensión, sobre todo, si tenemos en cuenta que Bogotá es la única ciudad donde conviven compatriotas de todas las ciudades y regiones.
La juventud al frente y a los lados, sus cantos y consignas, sus vientos y tambores dibujaban un fervor que trasciende la inmediatez de los políticos que, como es su costumbre siempre, quieren pescar en río revuelto.A mi celular llegaban chats, informaban que el país entero era una procesión de voces y pasos multitudinarios. Hay una especie de dulce embriaguez cuando alguien se integra a una multitud que parece latir al unísono, es un rumor que lo arrastra hacia algo que se sabe que no existe todavía, pero que es posible alcanzar juntos.
Nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio decía una pancarta escrita en letras rojas, contigua a otras que clamaban como en Chile: nos robaron hasta el miedo y hasta que la dignidad sea costumbre. Un sol traicionero y picante asomó entre nubes de tormenta y los viejos bogotanos pensamos: no demora el aguacero. Una muchachita llevaba una cartulina entre sus manos que rezaba: caminando la palabra, se construyen universos. Dos adolescentes que parecían gemelas llevaban una pancarta con dos frases: Por los muertos del campo se marcha en las ciudades y Marcho por los ausentes.
No había forma de calcular esos pasos humanos por la Séptima, nunca había visto tantas personas ni siquiera en las muertes de Galán o de Garzón. La lluvia se alió con el mediodía y se desparramó sin piedad por la ciudad. La gente siguió en lo suyo y de repente todo se convirtió en un bosque de paraguas que se acercaba sigiloso a la plaza de Bolívar como el bosque de guardias camuflados entre los árboles que se aproximan al castillo de Macbeth. No les miento, hablé con más de veinte jóvenes y ninguno quiere a Uribe, lo ven como un desastre nacional y a Duque como una veleta sin personalidad. Algunas consignas no las repito, pero muchas se referían al innombrable y al que se hace pasar por presidente. Gracias a Dios no soy uribista, decía una de ellas.
Cesó la Uribe noche y no les falta razón, así pataleen y como bestias heridas se vuelvan muy peligrosos en sus zarpazos, hay que decirlo con todas las letras: el uribismo es el pasado en presente y no tiene ninguna respuesta a los complejos problemas de la sociedad colombiana. Lo grave es que están al mando de una nave al garete y no les queda otro recurso que utilizar la fuerza contra los pasajeros amotinados. Sin embargo, como soñaba una consigna: Los ideales son a prueba de balas. Parodiando a El Principito, alguien muy ingenioso escribió en una pancarta: lo esencial es invisible al uribismo, ¿no les parece genial?
Y qué tal esta otra muestra de humor negro: Este gobierno es más tóxico que mi ex. El ambiente festivo de la marcha solo vino a ser liquidado al final de la misma por los gases lacrimógenos y la inevitable refriega de la policía con una minoría muy pequeña. Lo ideal es que no haya ningún acto de violencia, pero hay que entender que hay una masa cuántica de energía contenida que en momentos de tensión se dilata; más bien uno se asombra de que no le echen candela a todo como en el nueve de abril.
Hay un país que muere y se aferra al pasado y su rostro más visible es el uribismo que utilizó la violencia en el campo y el control político en las ciudades como el mecanismo de su acción directa; hay un país que nace y sueña en el futuro y su rostro son los jóvenes, la gran marea de estudiantes que tienen por delante la tarea de rehacer un país vuelto añicos por la mal llamada clase dirigente. Ninguna mujer le parió hijos a la guerra dicen las mujeres que luego preguntan: ¿qué cosecha un país que siembra muerte?
En el camino de regreso a mi casa me llega un vídeo de 17 segundos en el que se ve a un integrante del Esmad patear en la cara a una muchacha, ¿dónde de forman esos uniformados, quién los capacita, por qué tanto resentimiento contra su propia gente? Creo que llegó la hora de que la Policía Nacional se transformé en todas sus líneas en una institución civil no dependiente del Ministerio de Defensa como se colige del mandato constitucional.
El paro del pueblo. Su presencia en las calles colombianas revela que la sombra del miedo se ha ido disipando, que este gobierno si no corrige radicalmente el rumbo político y social en favor de las clases populares, no llegará al fin de su mandato. Y a pesar de que no soy muy dado a la escatología creo en una pancarta mojada que vi la final de la tarde: Es mejor morir de pie, que vivir arrodillados.