El Covid-19 hizo en Barranquilla lo que los medios de comunicación, ciudadanía y clase política crítica y opositora no habían podido hacer: develar el rostro de la auténtica ciudad que tenemos, que como diría el gran cantautor Rubén Blades en su canción plástico: “era una ciudad de plástico de esas que no quiero ver, de edificios cancerosos y un corazón de oropel, donde en vez de un sol amanece un dólar, donde nadie ríe, donde nadie llora, con gente de rostro de poliéster, que escuchan sin oír y miran sin ver, gente que vendió por comodidad su razón de ser y su libertad”
Desde la mayoría de los medios de comunicación locales y hasta nacionales se vendió la idea de la ciudad próspera, bullente, con la ventana al mundo, el malecón y su exuberante mirada prepotente y orgullosa al río, la canalización apoteósica de los arroyos, el indeclinable desarrollo urbanístico, con inmensos edificios que nada tendrían que envidiarle a una ciudad imperialista, con la “menor tasa de desempleo”; en fin, el mejor vividero del mundo y con el mejor alcalde de todos sus alrededores.
Muchos que en un pasado fueron opositores, terminaron rendidos ante tanta maravilla, ante el poder político y económico que ejecuta el “milagro barranquillero”, vendieron por comodidad su razón de ser y su libertad.
El Covid-19 con su inesperada pero contundente llegada ha mostrado el corazón de oropel del modelo de ciudad que se ha construido en más de una década, donde una élite política y económica construyó la ciudad a la medida y talla de sus intereses económicos, que privilegió la cultura del cemento por encima del desarrollo humano sostenible y sustentable.
Hoy cuando el Covid-19 pega su envestida enfurecida y mortífera, muestra el verdadero rostro de una ciudad y una clase política empresarial que se pavoneaba por el país bajo el supuesto de tener uno de los menores índices de desempleo, olvidándose que la gran mayoría de la población satisfacen sus necesidades básicas mediante fuentes informales de empleo, como diría el saber popular, viven del rebusque diario.
Una ciudad que al igual que el país nacional se olvidó del sistema público de salud y convirtió a esta en una mercancía, dejándola de ver como un derecho y asumiéndola como un privilegio, hoy cuando se necesita, más hospitales, más cama uci, tenemos la ventana al mundo, al gran malecón, cemento y más cemento, no importa que la gente muera en la puerta de los hospitales.
En materia de educación se privilegió una educación instrumental, adiestradora para que los (as) jóvenes al final obtengan los resultados en una prueba estandarizada que los certifique como unos(as) estudiantes de calidad y se ajusten a los patrones que el sistema impone para reproducir una relaciones de poder existentes, sin preguntar si son ciudadanos(as) capaces de hacerse cargo de sí mismos (as) y de los demás y desde esas élites de poder, hoy se les pide que tengan esa capacidad, de hacerse responsables del cuidado de sí mismo y de los demás, cuando su proceso de educabilidad y enseñabilidad ha girado fundamentalmente en la instrumentalización de su cerebro para responder dichas pruebas estandarizadas, lamentablemente la escuela y los (as) maestros(as) vistos (as) para reproducir el status quo dominante, aunque se hable de pensamiento crítico.
Desde una estrategia muy habilidosa en el manejo comunicacional y utilizando los medios de comunicación masivos acólitos y de propiedad de la familia que ha gobernado la ciudad por más de una década, se ha pretendido dar a entender que el problema de la catástrofe que se está viviendo en la ciudad y en el departamento por motivo de la pandemia es producto de la irresponsabilidad ciudadana, olvidándose que ese ciudadano día a día tiene que salir de su casa a rebuscar el pan diario debido que bajo ese modelo de informalidad laboral se estructuró la ciudad como “mejor vividero del mundo”.
Son tan irresponsable esos medios de comunicación que en vez de hacer un llamado a la autocrítica a la administración de turno, lo que hacen de manera soterrada, pero evidente es colocar en cuestionamiento los datos oficiales que emanan del Instituto Nacional de Salud, como si de esa forma se contribuye a salir de la situación caótica en la que se encuentra la ciudad.
Sin duda, la pandemia ha traído incertidumbre, dolor, tristeza y muerte a este espacio vital del caribe colombiano, pero ante todo ha develado un modelo de ciudad que privilegió unas construcciones exuberantes, pero que negó el crecimiento y fortalecimiento de un sistema público de salud, que asumiera la salud como un genuino derecho humano.
Un modelo de ciudad estructurado en una educación instrumental que privilegia técnicas y estrategias desde el punto de vista pedagógico y didáctico para que los jóvenes responda de manera acertada pruebas estandarizadas y de esa forma mejorar la supuesta “calidad de la educación” como si esa fuera el fin último de la educación, lo que no ha permitido formar ciudadanos (as) capaces de asumir las riendas de sus vidas, empoderados (as) de valores que le permitan autotransformarse, comprender y transformar el mundo de la vida que habita y superar el statu quo que se le impone desde una relaciones de poder.
Un modelo de ciudad donde la informalidad laboral es del 55, 3% como se le puede pedir a esa población que no tiene acceso a las mínimas condiciones para soportar económicamente una cuarentena que se quede en casa, será esa población la responsable de la situación que hoy se está viviendo.
Lo importante en estos momentos es superar la crisis, pero sin duda el Covid-19 coloca de frente la discusión sobre el modelo de ciudad que se ha construido, donde ese corazón de oropel y de edificios cancerosos, de paso a un corazón humano netamente humano, con el liderazgo de gente de carne y hueso que no tenga rostro de poliéster, que no escuchen sin oír y miren sin ver, gente que no haya vendido por comodidad su razón de ser y su libertad.