En el macizo colombiano, dentro del páramo del Jordán, se encuentra la montaña La concepción, perteneciente al municipio de Almaguer, al sur del departamento del Cauca. En este lugar existe una mina de oro que fue explotada a gran escala por el ciudadano de origen español Pío Cid Martínez, en los años 70 y 80 del siglo XX y, aunque hace más de 90 años es propiedad de la familia Mamian Guzmán, sigue siendo un blanco para multinacionales como Anglo Gold Ashanti.
Es por esto por lo que la familia Mamian Guzmán, en conjunto con organizaciones como ASTRACAL y el PUPSOC, se ha convertido en guardianes y defensores de la mina, del páramo y de la vida; pues dicen que quieren que sea por siempre lo que hoy es: un área de especial importancia ecológica para las generaciones presentes y futuras de acá y del mundo, por su biodiversidad animal y vegetal aún visible a simple vista.
Pues es un lugar maravilloso y tranquilo, en donde basta estar tan solo unos segundos quietos a mitad del bosque para entender que es un lugar mágico, un lugar que transmite equilibrio y la más completa sensación de bienestar, un lugar que tienen la habilidad de curar un sin número de enfermedades, especialmente las del alma, y que cautiva incluso al menos observador, pues es una mezcla de colores, olores y sonidos que definitivamente nos transportan a otra realidad, una realidad a la cual aún tenemos acceso y cuya puerta aún hay que proteger.
Es cierto que la minería trae para los explotadores, e incluso para cierta población local (alcaldía y habitantes del lugar), grandes beneficios económicos que les puede permitir cumplir sus deseos; con dinero se puede comprar el chip de la felicidad que tenemos implantado: viajar, estudiar, tener la casa o el carro que siempre quisimos, todo, absolutamente todo lo queremos en relación con el sistema capitalista, pero ¿a qué costo?, ¿somos realmente concsientes del impacto ambiental y social que genera la explotación minera?
La biodiversidad y riqueza natural disponible en el páramo no debería ser negociable. Nadie, ni siquiera la Alcaldía como institución estatal, debería poder negociar la vida de los animales que hacen parte de este ecosistema, de las personas que viven cerca o que, indirectamente salen perjudicadas, como es el caso de las 1000 familias de la parte baja del municipio que hacen uso del agua que fluye de la cuenca del río Marmato, el cual en caso de retomar la explotación minera, saldría contaminado por las grandes cantidades de mercurio que utilizan las multinacionales y que mata todo a su paso.
No seamos parte de aquellos que ponen su interés económico antes de su propia existencia, de la existencia de sus seres queridos, de la construcción y realización de los anhelos de su generación y de las generaciones futuras; no dejemos que nos quiten lo que hace a Colombia un país hermoso: Su riqueza natural. Si queremos tener un mundo del tamaño de nuestros sueños, caminemos, trotemos y corramos si es necesario para ganarle la carrera a la muerte que trae consigo la minería, no dejemos que este pedacito de mundo se convierta en cenizas, porque por más que queramos y aunque la tecnología avance, un daño ambiental, por pequeño que parezca, es irreparable.