El riesgo de atreverse a pensar

El riesgo de atreverse a pensar

Pensar en otra época era fácil. Pensar en un momento en el que la opinión es la norma y el dedo acusador está al alcance de un clic es peligroso, aunque necesario

Por: ismael suárez_córdoba -
septiembre 03, 2021
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El riesgo de atreverse a pensar
Foto: Pixabay

En un tiempo convulso como el nuestro, en el que lo bueno y lo verdadero ya no son la misma cosa, lo que solo tiene existencia aparente queda restringido al cultivo de la imagen, en un fenómeno actual que implica la construcción de una atmósfera de homogeneidad que excluye al disidente. Por esa razón, cada vez que pensamos emprendemos una búsqueda hacia algo que quizás no existe y que, sin embargo, no podemos dejar de echar de menos en búsqueda de nuestras certezas.

Pensamiento que exige siempre una dosis de arrojo y temeridad, en medio de un "activismo identitario que infantiliza a las minorías", siendo el motivo por el cual hoy abundan las metáforas. Figuras retóricas que con sus relaciones de semejanza emparentan el conocimiento, de una comunidad acostumbrada (o ya resignada) a no pensar. En un mundo atravesado por cámaras de eco y sesgos cognitivos impuestos por las redes sociales, en el que el viejo argumento sobre la verdad y la libertad de expresión ya no es válido para mucha gente. Puesto que ahora más que nunca la reflexión y el diálogo parecen encontrarse fuera de todo lugar, al cambiar rápidamente lo aceptable con el mismo ímpetu que la inconsistencia.

Era de las comparaciones globales, donde se copian rápidamente los debates e igualmente se imita la indignación. Con un riesgo que habita siempre donde hay pensamiento que cuestione lo que viene dado como algo inamovible, o comprometido con la transformación del mundo. Así este resulte mejor y más justo que aquel otro que era anterior al pensamiento, lo que no es exactamente la misma sensación que sentirse atado al mundo de hace unos cuantos siglos o al mundo que vendrá después. De acuerdo con Albert Camus (1913-1960), "Nuestros actos son definitivos, pues ellos crean lo que somos. De ahí que cada generación se cree destinada a rehacer el mundo, pero su tarea quizás sea más grande si consiste en impedir que el mundo se deshaga".

Deslocalización del pensamiento que nos devuelve un concepto enormemente fecundo y propio del mundo antiguo, para nombrar en términos literales lo que no tiene lugar, lo que está fuera del espacio, aquello imposible de admitir. En el cual lo sin lugar era también lo maravilloso, lo absolutamente excepcional y, al mismo tiempo, lo disparatado o absurdo. Rasgos que incluso por causa de su contradicción resultan perfectamente conectables con el modo en el que se ejerce y se declina el pensamiento en el mundo contemporáneo. Mundo en el que los entornos digitales nos procuran una insólita inflación opinativa, en la que en cualquier lugar y sobre cualquier objeto podremos encontrar una opinión prevalente o discutida, pero siempre sometida al escrutinio de incontables observadores.

Libertad de pensamiento que crea un conflicto entre el cultivo del disenso y la 'cancelación' de opiniones, y que se contrapone fundamentalmente a tres cosas: la coacción civil, la coacción de la conciencia y al uso sin ley de la razón. Esta idea, si la compaginamos con lo que no estemos de acuerdo, intentando entender el significado desde otra perspectiva, podremos ejercer el derecho al sapere aude: atreverse a saber, atreverse a equivocarse, atreverse a pensar por uno mismo.

Este derecho está relacionado con el atreverse a alcanzar el ideal ilustrado, 'que es la base de toda razón moral y la capacidad del hombre para actuar racionalmente, sin necesidad de orientarse según los juicios de otros' (Immanuel Kant).

 

Referencias

Victoria Camps. La búsqueda de la felicidad.

Douglas Murray. La masa enfurecida. 

Wolfram Eilenberger. Tiempo de magos.

Albert Camus. Premio Nobel de Literatura 1957, novelas: El extranjero (1942) y La caída (1956)

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