El revolcón educativo de Cali en peligro

El revolcón educativo de Cali en peligro

Con el programa 'Mi comunidad es escuela', el alcalde Armitage y la secretaría de educación Luz Elena Azcarate se le han metido a fondo a un tema que estaba rezagado

Por: Gustavo Moreno Montalvo
junio 01, 2018
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El revolcón educativo de Cali en peligro
Foto: Twitter @DESEPAZ

En Cali, bajo la batuta de Luz Elena Azcárate, secretaria de Educación, se adelanta un esfuerzo en educación pública que merece la mejor suerte, pues enfrenta los riesgos propios de todo producto de nuestras instituciones, miopes y frágiles. Mi comunidad es escuela combina inversión en mejoras locativas (arreglar más de 150 colegios, rehacer 34 y hacer 6), inversión para mejorar el nivel de los docentes, que deben ser el foco de cualquier esfuerzo, iniciativas para lograr experiencia integral de los educandos mediante actividades culturales y deportivas, robustecimiento de los programas para primera infancia, vinculación de la comunidad a la institución educativa, mejora en la gestión de las entidades y esfuerzo para afinar la tarea de la administración central. El monto de la inversión total es del orden de $500 mil millones, de los cuales $360 mil serán financiados con crédito de la banca comercial, con plazo prudente y desembolsos graduales. El éxito del programa es necesario: Cali ha tenido mal desempeño entre las capitales en las evaluaciones del Icfes.

La ambiciosa tarea enfrenta escollos de toda índole hacia el futuro. El primero puede ser  la burocracia misma de la Secretaría de Educación, que no ha visto retos de esta dimensión en mucho tiempo, y podría no entender su importancia. Más seria es la reticencia de una proporción no despreciable de los docentes, los mismos que respaldan al comité directivo de Fecode, presidido por Carlos Enrique Rivas, y cuyo objetivo principal es la confrontación para exigir con desmesura, y no hacer consideración de que muchos docentes no atienden las exigencias de la más importante responsabilidad de toda sociedad.

No sobra recordar los privilegios de los docentes  en materia pensional y de servicios de salud y, en contraste, la escasa diferenciación entre los buenos y los malos maestros en remuneración directa. Es afortunado que los educadores malos son minoría en la tarea, pero se oponen a cualquier iniciativa que implique esfuerzo, y el Ministerio de Educación fortalece de hecho la capacidad para perturbar la normal prestación de los servicios educativos en todo el territorio nacional, porque defiende un esquema centralizado y arcaico, en el cual los programas no responden a las necesidades y expectativas locales y regionales. De otra parte, preocupa hacia el futuro la desarticulación entre las Secretarías involucradas —educación, cultura y recreación y deportes— consecuencia natural del discutible diseño institucional del Municipio de Cali establecido por el alcalde Maurice Armitage, que define a más de treinta funcionarios como subalternos directos del Alcalde; la estructura municipal ha exigido esfuerzos ingentes para materializar las tareas interinstitucionales.

Nada es perfecto. Cali ha optado por hacer mega colegios para atender las necesidades de mayor área por la instauración de la jornada única. Esta solución, lunar de la administración de Azcárate, conspira contra el objetivo de hacer de la institución educativa el corazón de la vida de la comunidad. La escuela y el colegio deben quedar a una distancia que el educando pueda cubrir con facilidad a pie, política que ahorra costos de transporte y permite la convergencia de la población alrededor de una infraestructura apropiada para propósitos de capacitación, recreación y trabajo en pro de propósitos comunes. No hay economías de escala en la educación: si bien es cierto que la infraestructura puede ser mejor más en colegios más grandes, también la experiencia en todo el mundo ha demostrado que las instituciones grandes son caldos de cultivo para conductas anómalas, e incluso delincuenciales.

La mayor preocupación es el marco normativo colombiano de corto plazo. Eso significa, en síntesis, que cuando haya cambio de alcalde puede abandonarse todo, incluida esta importante iniciativa: el esfuerzo de vincular profesionales independientes para impulsar esquemas educativos más modernos puede irse por la borda con gran facilidad. Nuestra cultura en lo público motiva a desechar todo lo precedente. Las iniciativas buenas, como el programa Mi comunidad es escuela, no tienen futuro seguro en Colombia hoy.

Sigue en el corazón del debate la disyuntiva entre invertir recursos en ladrillos para las megaconstrucciones educativos o trabajar en la calidad de los colegios cercanos a la comunidad donde la interacción maestro-alumno es determinante y puede garantizar una mayor continuidad en el tiempo.  

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