Existe una nave espacial con pasajeros de primera, segunda y tercera clase. Los pasajeros de primera clase consumen y desechan en exceso. Toman más de lo que les corresponde, y en su gran mayoría son materiales almacenados en las cubiertas de tercera clase. No contestos con eso, envían sus desechos a estas cubiertas, porque los viajeros ahí son tan desorganizados e ignorantes que no les importa la inmundicia; gracias a esto, las cubiertas de primera clase siempre se mantienen impolutas y bellas. Por otro lado, los pasajeros de primera clase manipulan a los de segunda clase para que les compren abundantes mercancías desechables; los pasajeros de segunda clase, enajenados por la ilusión de tener el glamour de primera clase, los adquieren y desechan sin cuestionarse. Con la ganancia de las ventas, los pasajeros en primera clase viajan de una manera tan ridículamente ostentosa, que creen que son los mejores viajeros de la nave. Con respecto al total de viajeros, los pasajeros de primera y segunda clase no son mayoría, de hecho representan una pequeña fracción. Aun así, sin saberlo, su modo de viajar extravagante causa que el reactor, del que depende la generación de energía en la nave, se vuelva más inestable.
Los pasajeros de tercera clase viven hacinados y cubiertos de su propia inmundicia y la de los pasajeros de primera y segunda clase. Hacen lo que pueden para sobrevivir. Algunos venden los materiales almacenados en sus cubiertas a un costo muy barato a los pasajeros de primera clase, con la esperanza de algún día puedan ser tan pulcros y hermosos como ellos. Tienen tan poco, pero son tantos y se reproducen tan rápido, que sus cubiertas están a punto de derrumbarse sobre el reactor. Además, la inmundicia corroe todas las infraestructuras de la nave, lo que aumenta el riesgo de un posible colapso y el aprisionamiento de toda la nave encima del reactor. Este aprisionamiento vuelve al reactor cada vez más inestable, lo cual causa fallas en todos los sistemas de la nave. Los pasajeros de tercera clase al ser la gran mayoría de viajeros podrían exigir mayor igualdad, pero no son conscientes de ello o no saben cómo rebelarse contra los pasajeros de primera clase. La nave pronto no resistirá una mayor cantidad de pasajeros con un comportamiento tan destructivo y egoísta. Todos los pasajeros tienen algo de culpa. ¿Qué van a hacer?
Los primeros 16 años del siglo XXI
Se podría considerar que los grandes retos superados por la humanidad en el siglo XX fueron derrotar los totalitarismos, acabar de una vez por todas con el colonialismo y sortear una guerra nuclear. Al colapsar la Unión Soviética, se rompía una cadena de sucesos que cambiaron el curso de la historia en un siglo de conflictos globales. A partir de este momento, sólo restaba que la democracia y el libre mercado, con Estados Unidos como su abanderado, se esparcieran por todo el planeta para, de manera definitiva, erradicar la pobreza extrema y consolidar la paz mundial. Nos encontrábamos en el “fin de la historia”, según una expresión del politólogo estadounidense Francis Fukuyama.
Sin embargo, no transcurrió ni un año del siglo XXI cuando ocurrió el peor ataque terrorista en suelo estadounidense, y el mundo contuvo el aliento ante el posible comienzo de una nueva conflagración masiva. La humanidad entraba en una fase de inseguridad omnipresente sin parangón, por cuenta de una red terrorista global. O por lo menos eso nos hicieron creer los voceros del tío sam. De un momento a otro, la democracia y la libertad estaban en peligro.
Desde este suceso, la historia ha caído en una vertiginosa espiral de eventos muy complejos y preocupantes. La economía mundial aún no se recupera de las consecuencias de la crisis de 2008, y ya se habla abiertamente de una nueva crisis. La amenaza nuclear sigue muy patente, no sólo por el hecho de que un país tan belicoso como Corea del Norte, pueda desarrollar un arma de tal magnitud y tenga la capacidad de enviarla en un misil de largo alcance; sino también porque, de acuerdo a la Federación de Científicos Estadounidenses (FAS, por sus siglas en ingles), se estima que existen 17.300 ojivas nucleares y más del 90% se encuentran en posesión de Rusia y Estados Unidos. Países que en la actualidad viven unas tensas relaciones propias de una Segunda Guerra Fría. El medio oriente y el norte-centro de África es un hervidero de inestabilidades políticas y guerras locales con contendientes extranjeros; este infierno viviente ha propiciado que el terrorismo islámico se atomice en diversas células con alarmantes poderíos económicos-militares, capacidad de actuar en diversas partes del globo al mismo tiempo y contundentes maquinarias mediáticas que consiguen nuevos militantes, y a su vez, generan un verdadero pavor entre los ciudadanos de los países enemigos de estos grupos. La extrema derecha gana poder en democracias arquetípicas, entre otras cosas, por un resurgimiento de la xenofobia, especialmente al estigmatizar a los desplazados árabes que buscan protección en países estables; y por el repudio generalizado de los contribuyentes hacia las instituciones y el establishment político, que no evitaron la crisis económica de 2008.
Así las cosas, se podría pensar que el reto a superar en el siglo XXI será acabar con el terrorismo fanático o que se mantenga el orden mundial conseguido tras la guerra fría, y si se reconfigura, no sea a partir de una de una gran guerra. Pero no. Estos no son ni de cerca el mayor reto que enfrenta la humanidad en las décadas venideras. Ni siquiera es el cambio climático del que tanto se habla, es algo mucho más grande y complejo lo que dio origen a este fenómeno. Algo que incluso engloba a todas problemáticas anteriores. Será poner freno a la crónica, sistemática y masiva crisis ecológica ocasionada por los seres humanos.
Incontables veces se nos ha informado que realizar pequeñas acciones en favor del medio ambiente, generan un gran cambio al efectuarse de manera colectiva. Por supuesto, todos deberíamos ahorrar agua, o sembrar un árbol, o transportarnos en bicicleta, o separar nuestros residuos sólidos. Pero estos actos no son suficientes. Nunca serán suficientes. Para detener esta crisis deben ocurrir dos sucesos cruciales. Dos sucesos que pondrán a tambalear los cimientos en los que se construyeron las sociedades contemporáneas. Dos sucesos que implicarán el desarraigo forzoso de muchos de nuestros valores culturales. Es imprescindible un DECRECIMIENTO ECONÓMICO y un DESCENSO DE LA POBLACIÓN HUMANA –este último enlazado a un cambio de hábitos de todos-. Y es fundamental que ambos se den en paralelo.