Rearmarse localmente para ganar capacidad de ataque global. Esta es la consigna que irradia Al Qaeda al cumplir la mayoría de edad de los atentados que situaron a la organización terrorista liderada por Osama bin Laden en la indiscutible amenaza de las agendas internacionales desde el fatídico 11-S de 2001, la primera oleada de actos terroristas con el sello yihadista en territorio estadounidense.
Dieciocho años después, y pese a que La Base, traducción etimológica del grupo que sembró el pánico al inicio de este milenio e inclinó el orden mundial, hasta situar la defensa y la seguridad global y la lucha contra el terrorismo islamista como prioridad absoluta, lejos de estar sepultada por la muerte de su fundador, por las intensas tácticas contraterroristas de los servicios secretos occidentales en Afganistán y Pakistán -mayoritariamente- o por la irrupción, primero, el éxito, en segundo término y el fracaso oficial del Estado Islámico (IS, según sus siglas en inglés) en el hervidero fronterizo entre Siria, Irak y el Kurdistán turco, el espíritu de Al Qaeda sigue latente. Y su propósito, acabar con la supremacía occidental y, preferentemente, con EEUU inalterable.
El ostracismo del IS ha dejado a la organización que todavía dirige Ayman al-Zawahiri, la mano derecha de Bin Laden, al frente de la primacía terrorista de la Yihad. Al Qaeda ha recuperado el cetro del terror de corte islamista. Colin Clarke, investigador en The Soufan Center y asesor en Rand Corp, un laboratorio de estrategia militar con férreos vínculos con las Fuerzas Armadas de EEUU, apunta en un reciente reportaje publicado en Foreign Policy la reinvención estratégica de esta organización criminal, a la que sigue otorgando una alta capacidad de ataque y destrucción.
A su juicio, el liderazgo del viejo y enfermo cirujano egipcio, aislado y custodiado por sus fieles muy posiblemente en Pakistán, ha inculcado una hoja de ruta dirigida a propagar su hegemonía. “La organización terrorista es tremendamente diferente en la actualidad a la que asesinó a miles de ciudadanos americanos en su propio país”. Ni siquiera la posible desaparición de Hamza bin Laden, dado por muerto por el Pentágono hace escasas semanas, tras un ataque estadounidense ha modificado el sendero marcado por Zawahiri, obsesionado por “capitalizar las oportunidades que la Guerra Civil en Siria ha dejado a Al Qaeda”. La organización combatirá con células propias al restaurado régimen de Bashar al-Asad, donde instaurará tácticas de atentados selectivos para prolongar el caos, mientras traslada activos -humanos y materiales, que incluyen los campos de adiestramiento de yihadistas- desde Afganistán y Pakistán al Levante, el sur de Asia y África. Una estrategia que “obligará a hacer gravitar el centro de operaciones contraterroristas occidentales por una diversidad de latitudes”, explica Clarke. Al tiempo que focalizará de nuevo sus ataques a intereses estadounidenses y europeos, principalmente, que, en los últimos años, se han diluido con el sello de Al Qaeda.
Estrategia de paciencia controlada
La filosofía que ha inculcado Al-Zawahiri está asentada en el “pragmatismo controlado”, en la “paciente espera”. Poco a poco, está reconstruyendo su arquitectura del terror, enfatiza Clarke, en la que tiene cabida su “deliberada permisividad” de que los servicios secretos occidentales certifiquen el final del IS. En su road map, además, cuentan con que los vientos les sean de nuevo favorables. Tras los atentados del 11-S varias de las principales potencias industrializadas -entre otras, EEUU-, cayeron en recesión y aumentaron sus desfases presupuestarios para atender las necesidades financieras de sus agendas de seguridad en paralelo a los estímulos económicos de revitalización de sus crecimientos. Y, años más tarde, cuando estalló la crisis de 2008 -la segunda contracción oficial en el doble mandato de George W. Bush, cuya política económica, como la de la Administración Trump ahora, se amparó en guerras comerciales y rebajas de impuestos, al más puro estilo republicano- la cúpula de Al Qaeda patrocinó la Primavera Árabe por gran parte del espacio árabe, en particular, e islámico, en general, con las consiguientes señales de alerta entre las autoridades diplomáticas y de Defensa de los países occidentales, que vieron en estos movimientos aparentemente democráticos un riesgo real del surgimiento de nuevos emiratos de corte radical. La siembra de la semilla de la inestabilidad económica y política está en el ADN de Al Qaeda. “Focalizan sus energías en espectros locales, con flexibilidad de criterios”, aunque imponiendo “la pureza de sus principios” y sus reglas de “lealtad”. Pero dejando que actúen bajo su propia idiosincrasia.
“A través de sus células en Siria -donde se ha asentado en la provincia de Idlib-, Somalia, Yemen y los territorios del Sahel, Al Qaeda ha tomado ventaja en su cometido de debilitar sus estados y de generar espacios alternativos para acceder al poder”, asegura Clarke en otro artículo con su firma, en esta ocasión en Rand Corp. El objetivo de sus franquicias es ganar legitimidad entre sus poblaciones y asestar golpes a la contrainteligencia americana. La Casa Blanca ha admitido su preocupación por la expansión de Al Qaeda en el suroeste de Libia y por la desaparición de 15.000 misiles de defensa aérea que buscan por los vastos espacios del Magreb y el Sahel y cuyo sistema de activación es fácilmente transportable.
Charles Vallee comparte el diagnóstico de su colega de análisis internacional. En una tribuna de opinión para el Center for Strategic and International Studies (CSIS), un think-tank con sede en Washington, precisa que los frágiles gobiernos del norte de África reconocen su coalición con grupos que han demostrado su capacidad destructiva, como Jemaah Islamiya, activo en la zona desde 1993, que ya debe considerarse como el brazo armado de Al Qaeda en la región porque su estrategia pivota sobre la organización de Bin Laden. Vallee reclama una reacción concertada de los países occidentales en el área “si quieren que esta visión panorámica y a largo plazo de Zawahiri no se propague también por varios de los países islámicos del Sudeste Asiático”.
Riesgos económicos y torpezas estratégicas
El escenario, pues, dieciocho años después de los atentados del 11-S no resulta precisamente halagüeño para la seguridad mundial. Ni desde el punto de vista económico ni político. La alarma de recesión suena con cada vez más insistencia entre las potencias occidentales -los PIB de Reino Unido, Alemania e Italia están en número rojos y el de EEUU pierde fuelle con celeridad- y ya son numerosas las voces que, desde el mercado, se inclinan por augurar el final del actual ciclo de negocios a lo largo del próximo año. Las dudas entre los servicios de estudios ya parecen oscilar sólo en el momento del nuevo tsunami, en una escala que gira en torno a los 12 meses vista. En función de la virulencia que tomen asuntos geoestratégicos de primer orden como el brexit o las guerras comerciales que se han trasladado al ámbito monetario con un baile en el valor de las divisas sin precedentes. Y no parece que haya mejor combustible para los cometidos de Al Qaeda que un periodo de incertidumbre y debilidad entre sus enemigos. Especialmente en EEUU donde uno de los oráculos de la Reserva Federal -en concreto, un modelo de probabilidades que usa la Fed de Nueva York- saltó en julio hasta niveles desconocidos desde 2009, en los meses que precedieron a la última contracción oficial. Este barómetro, que anticipa las opciones de recesión a doce meses vista, saltó hasta la cota del 32%. Cualquier rango superior al 30% se considera riesgo de recesión. Nunca ha fallado en sus predicciones precedentes. Desde 1960.
Como tampoco añade precisamente optimismo la amenaza de que el Gabinete Trump se tenga que enfrentar a una potencial suspensión de pagos de su Administración a partir de este otoño. Un riesgo real para el Bipartisan Policy Center, que incide en que el retroceso en la recaudación impositiva de la doble rebaja fiscal del dirigente americano ha hecho mella en las arcas del Tesoro. Shai Akabas, su director de investigación económica, explica que el arsenal financiero americano tiene garantizada la cobertura de gastos hasta finales de octubre.
Por si fuera poco, el Departamento de Estado y el Pentágono han rebajado en el escalafón del riesgo de atentados de corte islamista en EEUU. En su viraje unilateralista, que ha puesto patas arriba el orden mundial, el dirigente republicano ha situado en el top de la agenda de Seguridad Nacional a China, Rusia e Irán y la carrera nuclear desatada por la propia Casa Blanca por la salida de tratado de no proliferación atómica. Este cambio de rumbo ha dejado, además, en un limbo a la política antiterrorista americana. Porque, al mismo tiempo, desde el Despacho Oval se está tejiendo una doctrina de blanqueo contra los ataques masivos que proceden de movimientos supremacistas. Detrás de los últimos tiroteos en EEUU ha surgido de nuevo la bandera del odio de la extrema derecha que defiende la supremacía de la raza blanca. Desde el ataque de hace dos años en Charlottsville, con el atropello contra manifestantes de una protesta en favor de los derechos humanos, hasta los dos últimos episodios, en la ciudad de El Paso contra población de origen mexicano y el perpetrado entre las localidades, también texanas -gran caladero del voto republicano- de Odessa y Midland. Pasando por los ataques en San Bernardino (California), Las Vegas o la masacre en la discoteca Pulse de Orlando. Sin descuidar el fanatismo trumpiano del autor del envío de cartas a políticos demócratas como el ex vicepresidente Joe Biden, uno de los aspirantes a la carrera presidencial en curso de este partido, o a actores críticos con la labor del mandatario republicano como Robert de Niro durante las elecciones legislativas del pasado mes de noviembre.
Los actos relacionados con la fobia, por razones de sexo, ideológicos o étnicos aumentan un 226% en los lugares donde el presidente estadounidense focalizó su campaña en 2016. En 2017, este tipo de criminalidad repuntó un 17%, admite el FBI. Los crímenes de odio, pues, casi se han cuadriplicado con Trump en el Despacho Oval. Un clima que ha elevado las voces que exigen al Congreso que actúe para inculcar el terrorismo, en cualquiera de sus distintas variantes, entre las prioridades estratégicas de EEUU. Todos. Pero, en especial, el islamista, cuyo objetivo real es el de alcanzar una repercusión universal y propiciar masacres con el mayor número de víctimas posible. Si es posible, de origen estadounidense. Quizás el inminente inicio del juicio del 11-S en EEUU contribuya a situar esta amenaza en los parámetros adecuados.
*Artículo originalmente publicado en Público.es, bajo el título de "Al Qaeda renace de sus cenizas 18 años después de los atentados del 11-S"