Colombia es un país con una ubicación privilegiada, teniendo paso a dos océanos ―el Atlántico y el Pacífico―, con una enorme riqueza minera en oro, carbón, esmeraldas, cobre, hierro y níquel. Del territorio nacional el 41 por ciento es selva amazónica, el pulmón del mundo. Solo esta parte alberga más de 14.000 especies de plantas y 7.799 especies de animales. Y ni qué hablar de su gente, con artistas musicales reconocidos por el mundo como Juanes y Shakira; deportistas como James Rodríguez y Mariana Pajón; artistas como Fernando Botero; científicos como Diana Trujillo; pensadores como Alicia Dussán de Reichel, María Teresa Uribe, Eduardo Sarmiento, Marco Palacios y muchos más.
En fin, miles de riquezas que siempre nos han demostrado lo valiosa que es Colombia, pero que al parecer no tenemos en cuenta a la hora de tomar decisiones por este país. El ejemplo más claro es evidente en nuestra situación actual próxima a las elecciones de 2018, donde nos dejamos llevar por frases como “mejor Vargas Lleras”, “Centro Democrático” o “no quiero vivir como venezolano”. Ninguna de ellas tiene una argumentación suficiente para tomar una decisión en beneficio del territorio.
Ocurrió con la campaña del no durante el plebiscito, en la cual promocionaban mentiras asegurando que el Acuerdo incluía ideologías de género, eliminaba subsidios, afectaba el régimen de pensiones, les otorgaba impunidad a los guerrilleros, no garantizaba los derechos de las víctimas, llevaría a una reforma tributaria y convertiría a Colombia en una segunda Venezuela. Lo mismo está ocurriendo ahora: hay una desinformación de las propuestas de los candidatos, por eso los colombianos se están dejando llevar por sentimientos viscerales y los mismos candidatos aprovechan las tensiones que rodean al país para crear posibles situaciones que no van a ocurrir, como decir que si escogemos a Petro vamos a terminar como el pueblo venezolano.
Si nos vamos a los debates, a buscar acciones puntuales, nos damos cuenta de que no son más que un “tira y hale” entre las hazañas de cada candidato, lo que este dijo, lo que este no dijo, lo que tuiteó, y lo que no, su pasado y su presente; tanto así que medios como La Silla Vacía se están dedicando a verificar frase por frase de los candidatos para evaluar si son ciertas, “ciertas pero”, apresuradas, debatibles, exageradas, engañosas, falsas o “inchequeable”.
Para poder tener la información más completa y fidedigna lo mejor es recurrir a los documentos con las propuestas de los aspirantes a la presidencia y leerlos por completo, o por lo menos los temas de interés para cada quien. Sin embargo, hay que tener en cuenta que parte de la población colombiana es analfabeta y otra parte no dedica el tiempo suficiente para entender la política del país. Como pensaba Aristóteles, la democracia es de los pobres; los pobres que no se enriquecen con información y conocimientos a la hora de tomar decisiones, a la hora de votar. No obstante, aun sabiendo que nos comportamos como pobres de saber, los candidatos deberían dedicarse a promover y difundir sus propuestas a través de redes sociales o medios tradicionales, y no sus riñas con los otros candidatos. O bien lo hacen porque a los colombianos, diría yo, nos encantan los dramas de telenovela, el amarillismo y el dramatismo del fútbol por encima de todo lo demás, tanto así que ya no son grandes intelectuales los que respaldan las campañas sino deportistas o cantantes.
A pesar de que la época del narcotráfico ya no es el centro de atención, hay personajes de este círculo que quieren legitimarse como líderes de opinión, como el caso de Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye, quien fue la mano derecha de Pablo Escobar. Él incita al odio entre los candidatos, tal cual lo refleja en su trino contra Humberto de la Calle, con un lenguaje criminal fuerte: “Dr. Sergio Fajardo se filtró que el café que se tomó con Humberto de la Calle no funcionó... Le aconsejo que le haga 500 de nuca, ahí sí se queda con esos millones de votos”. Otro caso fue cuando propuso, también por Twitter, matar al candidato Gustavo Petro. Esto es de esperar de una persona que toda su vida se ha dedicado a matar a otras, pero a veces nos sorprendemos de que es el colombiano de a pie el que fomenta esa violencia que tanto nos ha limitado.
Se vio al inicio de las campañas electorales cuando en Armenia y Cali la gente le gritaba al candidato del partido Farc (anterior guerrilla) Rodrigo Londoño expresiones como “asesino y ladrón”, manifestando con ellas su rechazo. Estos actos violentos impiden el desarrollo de la democracia y el cumplimiento de los Acuerdos de Paz con este grupo desmovilizado. Lo ideal hubiera sido derrotarlo en las urnas, pero no había necesidad de violentarlo, pues Rodrigo Londoño cayó por su propio peso.
Ese caso no fue tan polémico como el que sucedió luego con un personaje reconocido y querido por muchos colombianos que apoya a Iván Duque, Álvaro Uribe. A quien le lanzaron insultos en Popayán, generando disturbios en las calles que tuvieron que ser detenidos por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD).
El último acto violento físico que ha sucedido hasta ahora contra un candidato en estas elecciones (y ojalá sea el último) fue contra Gustavo Petro, que iba en su vehículo por las calles de Cúcuta y le lanzaron piedras y palabras obscenas.
Por estos acontecimientos puedo decir que lo que ocurre es una reacción en masa. Pongamos un ejemplo: alguien va caminando por la calle y empieza a escuchar un montón de personas que le gritan “asesino” a Timochenko y recuerda cuando leyó una crónica de lo que hacía las Farc en Bojayá, o alguien más puede recordar cuando un conocido quedó sin una pierna por pisar una mina antipersona, u otro se acuerda cuando entraron a su casa y se llevaron a su padre, al que nunca más volvió a ver. Esos recuerdos hacen reaccionar de cierta manera a aquellas personas. Si sienten rencor, tal vez se unan a los gritos de la multitud, o si ya perdonaron, pueden ignorar la situación, o incluso hacer (como hicieron algunos ese día en Armenia) darle la mano. El caso es que todos podemos tener razones para no estar de acuerdo con algo, pero eso no nos da el poder para violentar a otra persona, sea un exguerrillero, un ladrón o alguien que atropelló a un niño por accidente.
También hay que entender que el conflicto es inherente al ser humano, así como lo expresa Estanislao Zuleta en uno de sus ensayos: Sobre la guerra. Él explica que somos diversos, que esa diversidad nos hace pensar diferente y que defender nuestros pensamientos hace parte de la naturaleza del ser humano. Con lo que él no está de acuerdo, según mi interpretación, es que esas diferencias las convirtamos en guerra para el beneficio de unos pocos; es decir, no hay que estar de acuerdo con todos los candidatos y mucho menos estos deben estarlo entre sí, pero no por eso se deben cometer actos violentos y “discutir” sin argumentación y respeto. El conflicto es una serie de manifestaciones que no son necesariamente violentas, pueden ser expresadas a través de la comunicación. Eso nos hace falta a los colombianos, comunicarnos, y eso implica escucharnos entre nosotros.
Hay ejemplos de cómo esa comunicación es posible. Pensadores de talla mundial como Richard Rorty y Michael Walzer tenían un pensamiento completamente diferente. El primero creía que nada justifica la violencia, mientras que el segundo aún cree que hay “guerras justas”. Entre ambos había conflictos teóricos, por eso durante años crearon contenidos contraargumentándose que enriquecieron al mundo de pensamientos, sin acabar el uno con el otro.
No nos tenemos que ir tan lejos para ver esto. El candidato a la presidencia de Colombia en 1962, Alfonso López Michelsen, le dijo a otro candidato, Carlos Lleras Restrepo, lo siguiente: “Me viene a la memoria, viendo a tantos que ladran contra el Gobierno, un proverbio que dice que ‘cada perro tiene su día, pero las noches son del gato’”, a lo que Lleras respondió en un editorial: “Si a mí me ha llamado perro y ladridos a mis escritos, él, en cambio, se calificó como el gato del refrán. El perro suele ser tenido como un noble animal, 'el amigo del hombre', y si bien sus ladridos incomodan a los caminantes, más a menudo sirven como avisos de peligro (…) Sobre el caprichoso temperamento de los gatos que con tanta facilidad pasan del arrumaco al arañazo es mejor no hablar ahora…”.
Con estos casos nos damos cuenta de que no hay necesidad de gritarle asesino a Petro, ni decirle mentiroso a Humberto de la Calle. Si no cambiamos la mentalidad de querer ponernos por encima del otro no podemos esperar mucho del candidato que elijamos y por ende no podemos esperar que Colombia progrese. En últimas, puede existir conflicto, pero siempre respetando al otro.