Ya no vive en el cabildo en Silvia, de donde hace más de 20 años salió casi en los hombros de sus Misak cuando se convirtió en el primer gobernador indígena del país. Se posesionó con la frente en alto vestido de guambiano. Por aquellos días de 2001 el taita Floro Tunubalá fue el orgullo de los indígenas caucanos. La minoría nunca había subido el poder que siempre estuvo en manos de los abolengos blancos.
Aunque Floro Tunubalá gobernó con falda, botas, ruana, mochila y sombrero de paño y en su momento se paró fuerte contra las políticas de los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, al paso de los años el poder lo han cambiado. Ha tomado distancia de las luchas, muchas de ellas radicales, de los movimientos indígenas del Cauca que se han levantado para luchar por sus tierras y sus derechos como lo dicen los líderes su misma comunidad Misak.
A Floro Tunubalá ya nadie lo ve en las marchas de protesta y resistencia en el territorio. Sus gritos por la tierra se han silenciado; y nunca pensó acompañar actos de rebeldía Misak como el de derribar las estatuas de Sebastián de Belalcázar en la cima del morro Tulcán en Popayán o en Cali, donde el monumento se había convertido en el emblemático símbolo de la ciudad. Por el contrario, en aquel 2020, Floro Tunubalá estaba sentado del otro lado de la mesa, del lado de la institucionalidad que su gente estaba enfrentando. Había aceptado formar parte del equipo de trabajo de Miguel Ceballos, el comisionado de paz del gobierno de Iván Duque; algo que muchos de sus paisanos no le perdonan.
Ha pasado el tiempo y a sus 67 años, aunque sin una cana, Floro Tunubalá ya no vive en el campo sino en un barrio urbano de Popayán. Tiene un apartamento donde cuidó la enfermedad de su esposa Rocio Ocampo, la profesora paisa con la que compartió 47 años, hasta que la despidió hace seis meses. El dolor no lo disimula. Antes de morir el pasado mes de abril, la acompañó durante seis años en su lucha por superar un infarto cerebral. Sus cuatros hijos están por ahí, en distintas actividades.
Conversar con él sigue siendo grato. Sus respuestas son generosas. Recuerda con emoción el haberse convertido en senador después de la Constituyente del 91, a donde llegó con los también indígenas Anatolio Quirá del pueblo Kokonuko y del Misak Lorenzo Muelas, con quien, a pesar de ser de la misma comunidad hubo ruptura política porque para el año 94 los dos querían continuar en la silla de senador, con la que terminó quedándose Muelas, mucho más conocido popularmente.
Perder la curul lo retronó a su pueblo, Silvia, donde los Misak lo reconocieron y lo nombraron en el 1998 gobernador del cabildo de Guambía, el más importante de la comunidad. Repitió cargo un año después mientras que a sus espaldas la mayoría de los guambianos empezaban a cultivar amapola para vendérsela a narcos.
La guerra del Tata Floro contra el cultivo ilegal se hizo sentir. Se movilizó finca tras finca para convencer a sus paisanos de no seguir sembrando la planta maldita de la que se extrae la heroína. Después vendría la siembra de coca. Ni las explicaciones que daba ni las amenazas de la agresiva fumigación con glifosato financiada por los norteamericanos que llegó con el Plan Colombia de Andrés Pastrana sirvieron para evitar la siembra. Aunque frustrado, el Tata Floro continuó su lucha.
Cada vez más reconocido en el Cauca, líderes indígenas acompañados por dirigentes políticos de partidos tradicionales e independientes lo convencieron de lanzarse a la gobernación del Cauca. Dejó la gobernación del cabildo en 1999 y empezó una campaña que hizo vereda por vereda que terminó coronando en las elecciones de octubre del año 2000, cuando 49 mil caucanos eligieron como su gobernador a un indígena de falda, botas, ruana y sombrero de pana. Un hecho inédito en Colombia que abrió el camino: los indígenas habían derrotado a los gobernantes que históricamente los habían aplastado para empoderarse como comunidad en la persona de Floro Tunubalá. Las movilizaciones y lucha de los indígenas del Cauca nunca volvería a ser la misma.
La violencia lo acompañó en sus años al frente de la gobernación y no faltaron las amenazas de quienes no estaban dispuestos a dejar la siembra de amapola y coca. Los alcaldes de los municipios de Bolívar y Almaguer terminaron asesinados. Floro quedó entre dos extremos: los unos lo tildaban de apoyador de las Farc y los otros de los paras que habían entrado con fuerza y crueldad al Cauca, como ocurrió en todo el país a finales de la década de los 90.
La férrea voz del gobernador guambiano empezó a retumbar más allá de su territorio como uno de los grandes opositores de las fumigaciones y del Plan Colombia firmado por Pastrana y continuado por Álvaro Uribe, el presidente que le tocó enfrentar a Floro. Acompañado de cinco gobernadores que se sumaron a sus reclamaciones, viajaron a Estados Unidos y Europa para pedir la detención de las fumigaciones sobre el país. Aunque logró algunas ayudas económicas para el Cauca, el Plan Colombia y las fumigaciones siguieron su marcha cada vez con más fuerza y mayores recursos.
Su paso por la gobernación y ostentar el poder que no podía ser solo étnico, para los suyos, le significó un cambio en su visión. Entendió que su trabajo debería ser apoyando proyectos sociales para todas las comunidades, indígenas, pero también, campesinas y negras. Y para sorpresa de todos en el territorio guambiano, se enganchó a trabajar como gerente de un proyecto de maderas financiado por la embajada norteamericana,
Trabajó también para la Organización Internacional para las Migraciones, diagnosticando la calidad de los colegios indígenas del sur del país. Un par de años después se vinculó con una Fundación creada con dineros que entregó Coca-Cola. Desde 2016 y hasta 2020 fue gerente del hospital Misak Mama Dominga, cargo que lo acercó de nuevo a su pueblo, el mismo año de la pandemia en el que aceptó ser asesor del Comisionado de paz Miguel Ceballos en el Cauca, con lo cual no participó como la inmensa mayoría del movimiento indígena del Cauca en la campaña de Gustavo Petro. El triunfo del Pacto lo cogió aun trabajando para el gobierno Duque, un costo que ha empezado a sentir.
Llevo ya dos meses desempleado –lo dice y suelta una gran sonrisa con que disimula un poco los duelos que lleva encima: el haber perdido a su esposa y el que sus paisanos ya no lo vean como el aguerrido y crítico líder Misak que siempre pudo ser, así siga vistiendo de falda, botas, ruana y sombrero de pana.