El triunfo de la fórmula electoral Petro-Francia ha reactivado la violencia verbal en los medios de prensa y, en forma desesperada, ha instigado la intolerancia política de martillo. En las orillas de uribismo harapiento y sin brújula todo vale. Las voces delirantes de Vicky Dávila, María Fernanda Cabal y Paloma Valencia, tres matronas emblemáticas en medio de las ruinas de su ídolo caído en desgracia (el expresidente, exsenador y expresidiario Álvaro Uribe Vélez) desean cubrir la deshonrosa derrota con una retórica de cantineros en quiebra.
Su odio político ha encontrado en la figura de Francia Márquez su diana más buscada, su obsesivo blanco para descargar sus arraigados prejuicios raciales y sociales, con toda impunidad. Para tratar de ofender y humillar a la líder afrodescendientes caucana y todo lo que ella representa, se han servido de la complicidad de todo el poder mediático y partidista, con el fin de generar un malestar público y un “mensaje” que solo cabe de calificar de abiertamente mendaz e infame.
La violencia racial y social del gritón trio afónico no es solo casual. Francia Márquez se les aparece en las pesadillas de sus privilegios amenazados como un “fantasma” que llegó a su “Colombia querida” para revisar los títulos de propiedad (se llamaba la prueba de fuego hacia 1929) de sus haciendas vallecaucanas, tolimenses y cordobesas, controlar sus acciones en la banca capitalina o no condonarles todos los impuestos a RCN, Postobón o a los Gilinski.
La pesadilla de la figura de Francia Márquez se repite en cada comentario contra la vicepresidenta, contra su trayectoria política y su figura simbólica para la nación de “los de abajo”, para la nación marginada y silenciada, para la nación que no ha decidido nunca nada y ha guarddo, sin embargo, la dignidad íntegra para reclamar todo lo suyo y no pedir más que lo que se merece como hombres y mujeres que día a día, desde siglos sin cuenta, se levantan al despuntar el sol, se sacrifican (siempre por los de arriba) y llegan agotados a casa, a su rancho o caverna (¿no han leído pues la novela El día del odio de Osorio Lizarazo?), como salieron: sin pan, sin cobijas, sin vestidos, con la dignidad humana pisoteada…
El odio a Francia Márquez que manifiestan las Dávilas-Cabales-Valencias y etc., sin el mínimo pudor y sin un rechazo decidido en masa de la población de los y las “nadies”, no puede seguir siendo tolerado. De ningún modo. Esas violentas voces discordantes, en esa hora de esperanza eufórica, añoran rencorosamente el comienzo de la colonización hispánica, pero ciertamente no vaticinan nuestro nuevo comienzo.
Las amazonas de club social, las guerreras de micrófono, no son la mujer colombiana, la mujer obrera, campesina, estudiante y profesional. Hay un abismo entre estas matronas delirantes y los intereses de esa inmensa mayoría de mujeres, las mujeres que, como Francia Márquez, nos dignifican a todos y todas, que nos dan una razón de ser como comunidad colombiana.
Nunca antes la figura de Francia Márquez marca un derrotero diferenciado más que hoy, cuando se alzan contra ella mil calumnias y mil acusaciones. Nunca antes el rencor racial, el odio de casta parece se puso más de moda. Ahora resulta pues que la piel de Francia Márquez y su trayectoria de mujer luchadora progresista se convirtieron en una enorme amenaza a la nación de los privilegiados de siempre y nunca antes unas voces tan decididas entonan una cruzada inspirada más en un Ku-Klux-Klan revivido. Ku-Klux-Kaln desinflado: no amedrenta.
Entre todas y todos lo haremos todo.