A Tomás Muñoz todos en La Leonera lo conocen como el profe. Pasan en moto y le gritan “¡Adiós profe!”, pasa la chiva y los niños dentro de ella lo saludan entusiasmados. Y sí, es que Tomás fue alguna vez un profesor común y corriente que dictaba sus clases en un aula y enseñaba sobre la sabana africanas, la pampa argentina, el medioevo y todos esos temas que hacen bostezar a los jóvenes y que a fin de cuentas le entran por un oído y les salen por el otro. Hijo de una familia campesina, Tomás se crió en una finca de cultivos de café, plátano y demás frutos que fueran rentables para el sostén de la familia. Pero desde muy chico le fascinaba el monte y las historias que se enhebraban alrededor de este lugar mágico que terminó por envolverlo de por vida. Cansado de ser un dictador de lecciones y no despertar ninguna pasión en sus alumnos, decidió no enfocarse en temas históricos de lugares al otro lado del mundo, sino mostrarles el aquí y el ahora de nuestro entorno a través de clases mezcladas con la fantasía que rodea los bosques colombianos.
Con el ánimo de crear un aula a cielo abierto, le pidió la herencia a su padre y se hizo de una pequeña finca en el corregimiento de La Leonera a cuarenta minutos de Cali. Es así como hace diez años abre sus puertas al público Bichacue Yath, que en dialecto paez significa “santuario de aves”. Se ha ido construyendo desde entonces un lugar mágico en donde cada paso que se da, va acompañado con una historia, una lección y una oportunidad de reflexionar acerca de nuestra actitud frente al planeta. Junto a su familia, Tomás ha creado un imaginario entero alrededor de este sitio: reenfocando la concepción negativa que tenemos de las criaturas imaginarias del bosque, el recorrido por el reino de los musgos va acompañado por nombres conocidos como la Pata Sola o el Mohán, por duendes, hadas y demás guardianes que se riegan por el tapete verde y van apareciendo sorpresivamente. Para todas hay una historia que busca reforzar la relación que los niños tienen con la naturaleza y recordarnos a nosotros la labor activa de prevención y cuidado que debemos mantener frente al deterioro de nuestros recursos naturales. Es ahora un profesor que parece más un emisario del bosque mismo, con su sombrero de fibra de coco y sus manos grandes y ásperas como si fueran de madera; un mensajero con la difícil labor de salvar al mundo un niño a la vez, de cambiar la mentalidad consumista y de deshecho a la que estamos acostumbrados a vivir.
Dentro del santuario de las aves no se usan productos fertilizantes ni insecticidas que alteren el producto de la huerta, se recicla todo y “a ritmo de musgo”- que solo crece de a centímetro por año- se va consolidando como un lugar eco-turístico que se debería tener en cuenta. Si usted busca desprenderse un poco del ruido de la ciudad, de la algarabía y la contaminación; si extraña los cuentos que le contaban junto a una fogata o quiere contagiarle ese sentimiento de pertenencia a sus allegados, este pequeño reino de musgo es sin duda el sitio a donde ir.