Debo admitir que cuando vi en el Facebook la noticia que registraba el revuelo causado por el que resultó ser un falso editorial del periódico norteamericano The Washington Post, el domingo pasado, sentí de inmediato una rara sospecha sobre su autenticidad, le di una lectura no exhaustiva, me interesó y me lo compartí en el buzón de mi Messenger para leerlo después con más calma. Pero confieso que esa primera lectura apenas sopeteada me reveló sin embargo varios aspectos de interés. Y di por hecho que en realidad era un editorial legítimo con el que el periódico estaba dando un claro espaldarazo al movimiento de clara contestación social que un hombre como Sanders le había inyectado al proceso de la candidatura del partido Demócrata y desde luego al enorme malestar de importantes sectores sociales de ese país.
Y también lo entendí como una postura crítica fuerte a un sistema liderado de forma lamentable por la cosa esa que llaman el presidente de los Estados Unidos que ha dado claras muestras de no tener ni idea de qué diablos hacer ante la crisis de la actual pandemia en la sociedad norteamericana; y dejando en claro el desnudamiento de la que podría considerarse como la peor crisis que se recuerde en el sistema sanitario de ese país. Es decir, conociendo el talante de un periódico liberal como el Washington Post, y en el marco de un contexto como el descrito, al que se le suman las estúpidas intenciones bélicas en el Caribe contra Cuba y Venezuela, era perfectamente creíble y entendible una postura como la planteada en ese falso editorial.
Pero la sospecha estaba dada porque, agravado con el estado de excepción del covid-19, todas las redes sociales han estado sometidas a una terrible avalancha de falseamientos y exageraciones de todo orden, abiertamente hechas para generar miedo y confusión en la gente, porque sencilla y llanamente hay quienes se divierten con eso y sacan sus dividendos.
Así que había muchas razones para sospechar. Precisamente, cuando apenas unos días antes un fantasma perverso de cierto giro izquierdoso había puesto en boca de Noam Chomsky todo un discurso lleno de cuchillas afiladas contra el gobierno americano haciéndolo responsable de la pandemia global del coronavirus en virtud a una truculenta trama bioquímica (típicamente norteamericana, la verdad sea dicha).
Así, pues, rescaté el texto del falso editorial del periódico norteamericano de mi bandeja de Messenger y lo leí con la mayor atención e interés, asumiendo con mayor o menor acuerdo algunas opiniones, afirmaciones y análisis que podrían considerarse como cruciales para entender la actual coyuntura mundial a instancia de esta peste de hoy, y relacioné entonces los dos noticias que menciono, la del Washington Post y la de la opinión de Chomsky, que había sido publicada en el diario de izquierda Insurgente.org, y que había sido también descalificada en los medios como falsa. Hasta cuando, también en las redes sociales, empezó a circular el video del periodista Mauricio Gómez comentando en Noticias Caracol los que consideraba eran aspectos fundamentales de este editorial. Y allí, debo admitir, tragué entonces el azuelo sin más reticencias.
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El asunto es los problemas que puede ocasionar lo que los expertos llaman hoy “los desórdenes informativos” en el seno de una sociedad global
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El asunto es entonces sin ninguna duda los problemas que puede ocasionar lo que los expertos llaman hoy “los desórdenes informativos” en el seno de una sociedad global no solo enfrentada a los desajustes de la vida contemporánea en tiempos “normales”, sino en coyunturas catastróficas como las que platea una pandemia como la que tiene confinado al mundo en estos momentos. Desórdenes informativos que la monstruosa realidad de los medios de comunicación de hoy llenan de complejos procesos de sobreexposición e infrainformación, o sencillamente inventando o deformando una realidad de forma intencional para generar confusión y desinformación casi siempre generan en amplias capas poblacionales con deficiente formación educativa, e inclusive en élites educadas, graves problemas a los procesos democráticos nacionales. Problemas de la información que no son nuevos sino que en la vida contemporánea se presentan catalizados y potenciados por los desarrollos tecnológicos de alcances masivos y globales que impactan de forma insospechada en la configuración de estos desórdenes informativos en las sociedades de hoy.
El profesor e investigador español Miguel del Fresno García en estudio acerca de estos “desórdenes informativos” ilustra lo que ya algunos pensadores han estudiado “sobre la función política de la mentira (Koyré, 1945), su entramado con el totalitarismo (Arendt, 1951) o, más reciente, alrededor de nuestra incapacidad para diferenciar la verdad de la mentira (Frankfurt, 2005). Y señala también que un autor como Peter Hernon (1995) “anticipó las posibilidades que ofrecía Internet para la alteración intencional de los significados al señalar que ‘es fácil alterar el contenido de la información y pasar una falsificación como genuina’.”
Aquí lo extraño es que tanto en el caso del editorial del Washington Post como en el de la opinión atribuida a Chomsky, a pesar de ser noticias falsas, están cargados de verdades contundentes.