El martes 14 de junio, Hungría le ganó 2-0 a Austria en la Eurocopa. En otras épocas esta noticia no habría generado mucho asombro: en los años 1950 cuando el fútbol húngaro vivía su auge, un partido contra Austria era una especie de calentamiento ligero. Aquel equipo húngaro liderado por el genial Ferenc Puskás, denominado como “Los magníficos magiares” o “El equipo de oro”, invicto durante 32 partidos consecutivos y famoso de sus innovaciones tácticas (como la primera versión del “fútbol total”) y la infinita creatividad individual de sus jugadores, ha constituido un referente clave para todas las selecciones nacionales posteriores, con toda la carga psicológica que eso implica. Las personas interesadas en este deporte que vivieron su juventud en la época de la dominación húngara del fútbol mundial, jamás olvidaban esta lista: Grosics – Buzánszky, Lóránt, Lantos – Bozsik, Zakariás – Budai II, Kocsis, Hidegkuti, Puskás, Czibor.
El contexto histórico les da un tinte especial a los logros de ese equipo. Sus miembros pasaron su adolescencia en la Budapest fuertemente bombardeada en la Segunda Guerra Mundial donde adquirieron un carácter fuerte de mucho aprendizaje callejero, un humor picante que luego siempre los acompañaría y desde temprano forjaron amistades duraderas en las canchas improvisadas en medio de las ruinas y escombros de la capital.
Después de la guerra llegó la Guerra Fría y el deporte se convirtió en una de las principales banderas del régimen comunista, siendo cada victoria un elemento de justificación ideológica de la superioridad del comunismo. En este sentido la primera derrota (2-3) que sufrió esta selección en años, preciso en el partido final del Mundial del 1954 y contra el mismo equipo de Alemania que dos semanas antes había derrotado con un resultado humillante de 8-3, aportó a su manera a la crisis política que en dos años se desembocaría en la revolución del año 1956 contra la represión y la presencia de las tropas soviéticas en el país.
Fue la inestabilidad política de Hungría que incentivó que varios jugadores de este equipo probaran su suerte en el exterior, el resto ya es leyenda; basta preguntarle a un aficionado de Real Madrid sobre el significado de Ferenc Puskás para ese club español o a un aficionado de Barcelona sobre lo que era Zoltán Czibor, Sándor Kocsis o László Kubala para la ciudad, ese último sin haber jugado en el “equipo de oro”. Aparte de sus múltiples récords en la liga española, las anécdotas de la grandeza humana y el humor “montador” de Puskás, apodado “Cañoncito Pum”, aun recorren los bares y las calles de la capital española. Lastimosamente, al abandonar el país y cruzar la “cortina de Hierro”, estos jugadores nunca pudieron volver a jugar en la selección.
Después de la década dorada ya nada volvió a ser igual. En los años 60 el fútbol húngaro aun guardó algo de su anterior resplandor y tuvo varios jugadores destacados, como Flórián Albert, premiado con el Balón de Oro en 1967, pero en los años 70 definitivamente se evidenció el declive. El país no tuvo representación en los Mundiales de 1970 y 1974 y en los Mundiales de 1978, 1982 y 1986 no llegó más allá de la ronda del grupo. El último recuerdo colectivo importante de un campeonato internacional es el “Catástrofe de Irapuato”: pese a las grandes expectativas frente a una selección húngara prometedora, los soviéticos brevemente acabaron con los sueños húngaros con una goleada contundente de 0-6 en el Mundial de México. El país nunca más volvió a clasificar a un Mundial o una Eurocopa y en las últimas tres décadas nuestras selecciones llegaron a pasear en los rincones más hondos del infierno futbolístico.
En el “país de los 10 millones de técnicos de la selección”, como ampliamente lo llamamos por tener un pueblo bastante entrometido en estos asuntos futbolísticos, todo el mundo tiene una opinión elaborada de las causas de la gran caída y el desempeño de la selección profundizó el ya significativo pesimismo húngaro hasta extremos hasta entonces desconocidos. Entre los factores de la “enfermedad húngara” se destaca la flojera intelectual y arrogancia de los entrenadores húngaros que hace décadas dejaron de actualizar su conocimiento profesional y se perpetúan en la liga sin resultados internacionales importantes. Todos se consideran “grandes técnicos” entre ellos, así como Colombia tiene muchos “grandes estadistas”. Hay que añadir el descuido general de la formación de los jóvenes, los errores constantes en su selección y la corrupción de varias generaciones de dirigentes del fútbol húngaro.
La renovación desde hace más o menos unos 15 años se espera del exterior, aunque los “dinosaurios” húngaros del sector lograron espantar a varios técnicos extranjeros excelentes. Otros tuvieron poco éxito, como Lothar Matthäus (campeón mundial con Alemania) o Erwin Koeman (ex jugador de la selección holandesa), siendo técnicos de la selección.
Recientemente hay tres importantes tendencias en este deporte: 1. La construcción de estadios con un presupuesto sin límites, impulsado por un primer ministro aficionado al fútbol (es una inversión cuestionada en medio de una crisis alarmante de otros sectores como el de la salud) 2. La fundación de academias de formación futbolística, de las cuales según una evaluación internacional reciente solo unas pocas tienen un buen nivel profesional 3. La importación de la “escuela alemana” cuyo representante principal es el ex jugador de la selección húngara y actual técnico del club alemán Hertha Berlín, Pál Dárdai. Él recomendó al técnico alemán actual de la selección, Bernd Storck, con quien la selección logró la clasificación a la Eurocopa de 2016.
Ese técnico de 53 años logró forjar un equipo eficaz de unos jugadores que en su mayoría tienen muy poco reconocimiento internacional. La clasificación a la Eurocopa después de 30 años de ausencia en grandes competencias internacionales fue tomada como un éxito casi increíble por un público húngaro ya acostumbrado al fracaso y la victoria contra Austria a muchos húngaros los hizo sentir de una como campeones mundiales. Se trata de un equipo simpático, trabajador y tácticamente disciplinado con personajes interesantes. Se destacan dos veteranos, Gábor Király de 40 años, “el arquero de la piyama gris” (apodo que se ganó por su pantalón particular) y Zoltán Gera, de 37 años, cerebro y acróbata del medio campo que recorrió un largo camino desde las drogas y las bandas delincuenciales de su ciudad natal, Pécs, hasta la cima de su carrera jugando la final de la Liga Europea en 2010 en su equipo inglés Fulham. Con un poco de esfuerzo Hungría puede salir de la larga sombra de Puskás para que el presente por fin sea más importante que el pasado.