Muchos auguran vientos de paz en Colombia, otros vientos de guerra. Sin embargo, nos encontramos en un momento coyuntural en la historia de nuestro país. Una pandemia generalizada, sin expectativas de solución, un proceso político y económico echado de menos, y como si fuera poco una vacuna más enredada por aquello que no se sabe a quién se le compró, si fue verdad la negociación, cuándo llega y en qué fecha se inicia su inoculación.
Nos encontramos en un espacio de salvaje mediocridad, según las palabras del pensador José Rafael Herrera, en donde la alabanza de algunos ha superado la insensatez; una autoestima elevada por aquello de las palabras, de las entrevistas, de los programas de televisión, de resultados obtenidos por otros y de las estadísticas que no cuadran; encontramos personajes que no se cansan de halagarse a sí mismos, que presumen de las arduas batalladas lideradas por otros, además de los incalculables resultados, augurando datos a todas luces engañosos que no cuadran frente a la realidad del país.
Aunado a lo anterior, una mediocridad generalizada por aquellos que no aceptan la dura pandemia, los contagios sin número, ya que hay algunos que se dan el lujo de guardar silencio hasta cuando ya es tarde, generando suicidios o tentativas a estas como un caso que se conoce y en donde puede más la cultura del placer, las fiestas, el licor y hasta las drogas, es decir, el hombre mediocre al que se refirió Ingenieros haciendo presencia en el espacio cultural a la colombiana.
Lo mejor de todo es que el homo sapiens ha mutado a un estado de indolencia que olvidamos dónde comienzan los derechos de los unos y dónde terminan los de los otros, el rabo de paja se quedó en palotes ante la frenética andanada de aplausos, viendo a las celebridades, políticos, médicos reunidos en celebraciones como se sabe en navidad y final de año, y hasta la fiesta de reyes, esperando a diario los informes tergiversados de los contagiados, de los recuperados y de los muertos, pues ya los datos aportados al ministerio de salud no cuadran en las clínicas y hospitales, todo ello como efecto de la mediocridad de los conciudadanos, de la improvisación, y en especial de la falta de conciencia social de los humanos.
Lo que queda es cómo ocultar esa mediocridad, cuando basta leer los artículos de los periódicos, de las revistas impresas y digitales, de los sitios de internet de periodistas reconocidos para concluir que ello no se puede ocultar; todo esto se resiste a la insuficiencia de programas, de políticas claras, de acuerdos de los habitantes de sectores de las ciudades o de los barrios más desprotegidos; a quién echarle la culpa cuando toda la parafernalia del Estado está ocupada en otros menesteres, importan más las noticias internacionales y su influencia en nuestro medio, que las muertes por ataques de grupos alzados.
A quién recurrir, a instancias externas, a ONG, a filántropos o reunirnos en el foro, al estilo de los griegos y los romanos. La expresión “foro” es de origen latino, y significa “lo que está afuera” (foris, foras), más allá de la puerta (Herrera) para que en la plaza se discuta las tareas a seguir, cómo podemos aportar a la solución desde las masas, es decir, tocó ponernos la camiseta frente a la mediocridad del Estado, a la indolencia e inconsciencia social y como si fuera poco salvar al país de la incongruencia de los políticos, de las campañas iniciadas hasta con dos años de anticipación, como si designar el sucesor presidencial fuera más importante que superar el virus y su pandemia, en virtud a que la vacuna no se ve muy cercana.