En el día de hoy, varios medios de comunicación en Colombia, en loable acto de conmemoración,
han hecho reiterada referencia a Jaime Garzón, el periodista y humorista grato al pueblo colombiano;
recordando que ya se cumplen 25 años de su asesinato.
Quienes fuimos sus contemporáneos y pertenecíamos como él a la Universidad Nacional en Bogotá, presentíamos que lo iban a matar, porque estaban matando a los que disentían del gobierno. Él mismo era lo suficientemente inteligente para no ignorarlo. Nos preguntamos todavía, ¿por qué hizo uso de la oportunidad de ser asesinado?
Razonablemente, presuponemos que nadie elige morir si no padece la inclinación al suicidio ni se
encuentra ante la cruel elección de elegir entre algo demasiado doloroso o vergonzoso y la muerte.
Pero Jaime Garzón no experimentó ni lo primero ni lo segundo. ¿Por qué entonces no se cuidó para
evitar ser asesinado?
Quien se sitúa como en el relato de Sergio Stepansky de León de Greiff diciendo “cambio mi vida,
juego mi vida, de todas maneras, la llevo perdida” tiene la ocasión de reflexionar sobre aquel episodio
que dio a Sócrates la cuasi-inmortalidad, a saber: fue condenado a muerte, siendo el mejor de los
atenienses, según dijo Platón.
Todavía hoy en las escuelas se usa su nombre para ejemplificar el silogismo deductivo: el hombre es mortal, Sócrates es hombre, entonces Sócrates es mortal. Pero diciendo así lo hemos inmortalizado. Pues bien, Sócrates vio la oportunidad de inmortalizarse en el desproporcionado juicio criminal que le hicieron los atenienses y con su defensa los indujo a la sentencia de muerte que luego prefirió pudiéndola conmutar pagando una fianza o evadiéndose de la cárcel mediante soborno.
Siendo la vida el mayor de los bienes, no es impensable darla a cambio del Sumo Bien. Pero el sumo
bien para los hombres, históricamente, ha sido una de estas tres cosas: la riqueza, la gloria y el placer.
No es inteligente dar la vida por la riqueza o el placer y parece serlo por la gloria que en cierto modo
la prolonga.
Tal vez se equivocó Jaime Garzón al sacrificar su vida a cambio de gloria, emulando erróneamente a Sócrates que ya tenía 70 años y había no solo vivido sino dado una obra, pues la obra de Jaime era todavía incipiente como su vida y cierta soberbia suya le hizo sobrevalorarlas.
Cuando Jaime se disfrazaba de lustrador de botas, celador o sirvienta de la cocina, me recordaba la sarcástica observación que hizo Sócrates a Diógenes cuando apareció vestido con un manto viejo y raído: por las rendijas de tu manto alcanzo a ver tu soberbia.
Anhelamos que la gloria de Jaime Garzón se prolongue en las generaciones venideras; pues solo ha
alcanzado 25 años que es muy poco ante los 25 siglos de la de Sócrates.
¡Sobra hacer explícito mi recóndito resentimiento con Jaime Garzón porque no tenía que dejarse
matar!