La vergonzosa noticia que ha circulado mostrando un rector plebe diciendo porquerías, no es sino un hecho de la cotidianidad de esa universidad, en donde hay muchos igualmente indignos del cargo ejerciendo incluso como profesores. Más allá de si ese señor está incurso en un delito o falta disciplinaria, lo que salta a la vista es que él es un coralibe, en el sentido en el que bien se le define en Barranquilla: “corroncho grosero y de malas costumbres que quiere pasar por bacán”.
Esta nota no tiene que ver con posturas feministas. Seguramente se comunicaba el mencionado personaje con otra coralibe, porque seguramente esas grabaciones donde él habla largamente sus vulgaridades no se pueden realizar sin que quien lo escucha no comparta su condición.
Durante mi tránsito como estudiante de la Universidad del Atlántico constaté en varias oportunidades este tipo de irrespeto hacia las estudiantes, porque al parecer presumen que las alumnas son de extracción humilde y pueden ser irrespetadas impunemente. Me pregunto si el Consejo Superior de la Universidad del Norte, de donde también soy egresada, ante una noticia de este calibre en su campus no se habría pronunciado enérgicamente.
La responsabilidad de este tipo de situaciones recae en el Consejo Superior de la Universidad del Atlántico porque coincidencialmente nombra a rectores y directivos que salen de la Universidad a defenderse en los tribunales y no a consagrarse en la academia.
Esta cultura de la plebedad no solo agrede a los estudiantes, también a los profesores decentes e intelectuales. Estando uno en la Universidad del Atlántico se da cuenta que hay un buen número de profesores académicos que no son cucarachas del mismo calabazo y padecen dicha agresión tanto como las estudiantes sufren la presión hacia la prostitución y a la que se sobreponen heroicamente. Pero, como es natural, no es despreciable el número de los que sucumben ante esa inducción hacia una vida de desprestigio y autodesprecio; se evidencia que el rector encontró interlocutora. No se debe matizar el asunto interpretándolo como agresión a las pobres mujeres, porque es tratarlas como menores de edad. Simplemente es una cultura asquerosa promovida desde la rectoría y desencamina a muchos jóvenes.
Los miembros del Consejo Superior tienen el deber de explicar a la sociedad por qué no designan una persona académica y bien educada para la rectoría, siendo fácil identificarlas por su producción intelectual, pues me consta que también hay en la Universidad del Atlántico personas excelentes.