El recorrido Hippie de Hillary Clinton por Estados Unidos

El recorrido Hippie de Hillary Clinton por Estados Unidos

La candidata a la presidencia cruzó el país para encontrarse en 1974, en Arkansas con su novio, Bill, en la época en la que eran dos jóvenes libertarios

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noviembre 07, 2016
El recorrido Hippie de Hillary Clinton por Estados Unidos

A través de la ventana de un viejo Buick 68 que avanzaba por la Interestatal 81, Hillary Rodham contemplaba las montañas Blue Ridge y la vida que había dejado atrás.

Hillary, entonces una abogada de 26 años, acababa de terminar su trabajo en el comité Watergate y deseaba estar con su novio, Bill Clinton, un estudiante de derecho en Arkansas.

Su casera, Sara Ehrman, tenía la impresión de que su brillante inquilina estaba echando su futuro por la borda, por lo que en agosto de 1974 ofreció llevar a Hillary en su automóvil desde Washington, en un recorrido de dos días y casi 2000 kilómetros, para intentar disuadirla.

“Mientras conducía, le decía: ‘Hillary, piénsalo bien’”, recuerda Ehrman, ahora de 97 años. “Allí él solo va a ser un abogado de pueblo”.

Su travesía tuvo algunos de los ingredientes de un viaje clásico por carretera en Estados Unidos: hospedarse en un motel barato, comprar chucherías, toparse con borrachos desconocidos y sostener conversaciones profundamente personales. Ehrman, una mujer decidida que se había abierto paso hasta convertirse en asistente sénior en el congreso muchos años antes del movimiento feminista de los años sesenta, estaba convencida de que Hillary podía lograr cualquier cosa, así que no podía concebir que hiciera a un lado su prometedora carrera por un futuro incierto al lado de Bill Clinton en Fayetteville, Arkansas.

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Sin embargo, cada vez que Ehrman sacaba a relucir el tema, Hillary respondía, muy educada: “Lo amo y quiero estar con él”.

Este viaje emprendido hace 42 años nos permite conocer un lado de Hillary Clinton que el público raras veces puede observar. Todavía no era una abogada segura de sí misma, la poderosa esposa de un político ni una tenaz candidata presidencial, sino una mujer joven, llena de entusiasmo y asombro, vulnerable y temerosa, ante una decisión trascendental que cambiaría el rumbo de su vida.

Según recuerda Ehrman, la joven Hillary Rodham era una mujer inteligente, despreocupada por la moda, trabajadora, aunque algunas veces desordenada, con una risa ronca contagiosa, y que con mucha frecuencia no tendía su cama por las mañanas.

Se conocieron en 1972: Ehrman trabajaba como directora adjunta de problemas e investigación para la campaña presidencial de George McGovern en Texas, y el Comité Nacional Demócrata había enviado a Clinton, en ese entonces una estudiante de derecho, para ayudar con el registro de electores.

“Tenía frente a mí a una joven que parecía de 18 o 19 años”, relató Ehrman sobre la primera vez que vio a Clinton en las oficinas generales de campaña en San Antonio. “De cabello café, con lentes cafés, blusa café, falda café, zapatos cafés y sin maquillaje”.

 

Cenaron juntas en un restaurante tex-mex barato del centro de San Antonio y no cruzaron palabra de nuevo hasta 1973, cuando Clinton, ya graduada de derecho en Yale, obtuvo un codiciado puesto en el comité Watergate y llamó a Ehrman para pedirle que le recomendara dónde vivir en Washington.

Ehrman había obtenido un nuevo trabajo como representante del gobierno de Puerto Rico, y tanto ella como Clinton tenían horarios agotadores. Conversaban en contadas ocasiones en medio del ajetreo matutino.

“Nos levantábamos, comíamos yogurt, algunas veces tomábamos café, nos subíamos a mi auto, la dejaba en Watergate”, explicó Ehrman. “Llegaba a casa a las 11 o 12 de la noche, exhausta, comía yogurt, se iba a la cama y hacía lo mismo de nuevo”.

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La hospedó por cerca de un año, hasta que un buen día Clinton compartió con Ehrman su plan: “Me dijo: ‘Voy a irme a Arkansas para estar con mi novio’”.

Con la palabra “novio” rondando el ambiente, Ehrman tuvo una reacción instintiva: “En ese momento dije, con mucha delicadeza: ‘No deberías ir. Puedes conseguir el trabajo que quieras’”, recordó.

Además, iba a ser un problema llevarse todas sus cosas.

Rodham planeaba tomar el autobús para Fayetteville, donde Clinton daba clases de derecho y se había postulado para el congreso. Estaba pensando cómo enviar toda su ropa y sus libros, además de su bicicleta. Al ver cuán complicada era la logística del plan, Ehrman propuso: “Vamos en mi auto. Yo te llevo”.

Así que amontonaron sus pertenencias en la parte trasera del viejo Buick de Ehrman, al que apodaba “vieja carcacha”, y emprendieron el viaje que Ehrman planeaba aprovechar para lograr que Clinton cambiara de opinión.

Sus probabilidades eran ínfimas. Hillary no había pasado el examen para ejercer el derecho en Washington, D. C., pero sí había aprobado el de Arkansas, y esto le había confirmado que la decisión correcta era reunirse con Bill, según escribió en sus memorias de 2003, con el título Historia viva.

Se dirigieron a la Interestatal 81, que corre a lo largo de los montes Apalaches por todo Virginia hasta llegar a Tennessee.

Las mujeres provenían de ambientes muy distintos: Ehrman era una judía secular de Staten Island, mientras que Rodham era una metodista de Park Ridge, Illinois.

Sin embargo, podían conversar acerca de la vida, su carrera y el amor, y por lo regular concluían con el mismo tema, cuando Ehrman subrayaba el talento y futuro prometedor que observaba en Hillary, mientras que veía muy poco de lo mismo en su novio. “Cada 40 o 50 kilómetros, volvía a preguntarle: ‘¿Sabes qué estás haciendo?’”, aseveró. “Puede ser que no consiga trabajo. Que no pueda mantenerse”.

Aunque seguía insistiendo en que su compañera de viaje reflexionara sobre su plan de vida, Ehrman comprendía en parte por qué la joven estaba enamorada de Bill Clinton, pues lo había visto brevemente en una pista de Waco, Texas, en 1972, cuando Bill Clinton también trabajaba en la campaña de McGovern.

“Al final de la escalinata del avión estaba de pie este guapísimo joven enfundado en un traje de lino blanco”, dijo Ehrman.

“Era muy guapo, pero joven. Parecía de 21 años. Pregunté: ‘¿Quién es ese muchacho que está al pie de la escalinata?’. Alguien me contestó: ‘Es el director del estado’, y entonces repliqué: ‘Obviamente, no vamos a ganar en Texas si el director del estado es un muchacho de 21 años’”, señaló Ehrman. “A él no le gusta esta historia, pero es la verdad”. (Richard M. Nixon venció a McGovern en Texas por 33 puntos porcentuales, y lo más probable es que ni siquiera el más experimentado director de estado hubiera logrado otro resultado).

Llegaron a Fayetteville, sede de la Universidad de Arkansas, uno de los fines de semana más ajetreados de todo el año. El pueblo, ubicado en la cima de una colina y adornado con copas de árboles de roble, estaba invadido por aficionados de fútbol ebrios, con los rostros pintados de rojo y sombreros en forma de cerdo, la mascota de la universidad, en la cabeza. Los Cerdos Cimarrones se enfrentaban a uno de sus más acérrimos rivales de esa época, los Cuernos Largos de la Universidad de Texas.

 

“En ese momento me sentí resquebrajada y solté en llanto al pensar: ‘¿Aquí es donde va a vivir?’”, indicó Ehrman. “Solo lloré. Lloré desconsolada”.

Ehrman tomó un avión de regreso a Washington y le pagó a alguien para que condujera de regreso su Buick a casa. “Pensé, ‘Tengo que salir de aquí a primera hora mañana. No puedo estar aquí’ ”, afirmó.

Después de esa experiencia, recuerda haber pensado en Clinton con frecuencia. “Claro que pensaba en ella y sentía, más que yo la había abandonado, que su vida la había abandonado”.

Cuando la dejó en Arkansas hace unos 42 años, Ehrman no se imaginó que la joven Hillary Rodham podría estar a punto de convertirse en presidenta. Sin embargo, con el transcurso de los años, descubrió cuán sabias fueron las decisiones de su inquilina.

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En 1992, Ehrman regresó a Arkansas, pero en esta ocasión a la mansión del gobernador en Little Rock, para ayudar en la campaña presidencial de Bill Clinton.

En 2008, Clinton y Ehrman se reunieron en Texas, esta vez para la campaña presidencial de la misma Hillary Clinton. Ehrman también asistió a la Convención Nacional Demócrata en Filadelfia en julio para apoyar a Clinton.

Con el paso del tiempo, Ehrman ha logrado tener un concepto más profundo de la joven abogada enamorada que contemplaba el paisaje a través de la ventana de su Buick.

“Hillary es una persona muy práctica, pragmática”, enfatizó Ehrman. “Quería estar con él, pero también fue capaz de ver a futuro, y no solo para él, sino para ella misma”.

*Retomado del New York Times.

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