En 2018 en Kalimingrado- Rusia, propusieron que su Aeropuerto se llamase “Emanuel Kant”, el nombre del hijo mas ilustre de esa ciudad, uno de los filósofos más grandes de los que la historia ha dado cuenta.
Sin embargo, un militar se opuso a ultranza a ese bautizo, decía que las obras kantianas eran muy difíciles de entender como para darle ese honor; decidieron entonces hacer una encuesta entre la gente y finalmente eligieron que no; que era mejor que ese lugar lleve el nombre de una zarina.
Si en Colombia nos pusieran a seleccionar si preferimos llamarle a nuestro barrio: Pablo Escobar o Estanislao Zuleta, el resultado no sería menos absurdo; de eso estoy seguro después de ver el recibimiento que le hicieron al Ñoño Elias en Sahagún.
Franz Kafka tiene un cuento que se llama “Peter El Rojo”. En él narra la historia de un simio que fue puesto en cautiverio; deprimido y solitario en una jaula, pronto se dio cuenta de que la única forma de alcanzar la libertad era imitando a los humanos en su estupidez; desde entonces decidió empezar a beber alcohol, a fumar cigarrillo y a lanzar escupitajos; entre más cometía estupideces, menos rechazado era.
Tiene razón Nuccio Ordine cuando dice que en esta época del utilitarismo, un alicate tiene más valor que un poema, un carro importado es más significativo que una sinfonía; asegura que tal vez por eso, cuando la plata empezó a valer más que la belleza, decidimos cortar los girasoles y los tulipanes para sembrar coles.
Si mañana nos ponen a escoger entre las neveras que regala el ñoño Elias o una conversación de 10 minutos con Montaigne no dudamos por las primeras.
No leímos antes a Tomas Moro cuando nos explicaba que en su isla de Utopía para lo único que servía el oro era para construir orinales. Mientras tanto, sigamos adulando y votando por los corruptos; hagámoslo hasta tal punto que incluso Peter El Rojo se sienta avergonzado de tener que llegar un día a compartir su jaula con nosotros.