Lo que el hombre moderno busca por todas partes es el arte que tiene olor a tierra dice Gombrich –que significa pertenencia-. Jaime Franco utiliza al dibujar con procesos poco ortodoxos el rastro de la tierra. En varios de sus trabajos acá presentados, por debajo de su tierra con azufre deja sinóminos de esa ceniza que es el símbolo de la temporalidad del hombre.
La idea original viene de una construcción armónica. A una herramienta a manera de azada, que en vez de pala tiene dientes fuertes y gruesos, y sirve para extender piedra partida y para usos análogos
Jaime Franco es hijo de un científico y una madre ama de casa con una callada vocación artística que de allí sale un pintor. Para Jaime Franco el comienzo de su trabajo son ecuaciones lógicas que dan las proporciones matemáticas. Analiza en el plano todas posibilidades desde su computador con programa anutocat para después, armar su propia sintaxis y sus propias armaduras cilíndricas.
Le interesa la arquitectura utópica obviamente, convergen situaciones donde el riesgo de lo deseado desafía a la pobre condición humana como lo pueden como La Torre de Babel que pintó Bruegel como la suficiencia del hombre o, la Torre de Tatlin como la metáfora del poder en una escenografía de la condición humana.
Roberto Venturi en un manifiesto sobre la arquitectura conflictiva y para referirnos más a sus pinturas de Jaime Franco nos dice algo cierto en estas técnicas: prefiero los elementos híbridos que a los puros, los comprometidos a los limpios, los distorsionados a los rectos, los ambiguos a los articulados.
Una vez más Jaime Franco enuncia lo que sucede dentro de su realidad con alguna clase de urgencia.