El imperio ya había caído. María Victoria Henao, la mujer a la que su esposo, Pablo Escobar, le daba en cada cumpleaños una fiesta amenizada por cantantes como José Luis Rodríguez “El Puma” en Nápoles, la hacienda de 2.995 hectáreas que había llenado de hipopótamos, jirafas y flamencos para ella, tenía que arrodillarse en febrero de 1994 ante los hermanos Fidel y Carlos Castaño que la habían citado en Montecasino, la casa de 31.000 metros cuadrados avaluada en USD$31 millones ubicada en el Poblado en Medellín, el lugar en donde se había fraguado y consolidado el proyecto paramilitar colombiano.
Ellos habían comandado a los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar) el grupo mercenario que alcanzó a reunir en una vaca organizada por Pacho Herrera, el enemigo más encarnizado de Escobar, alrededor de USD$200 millones para lograr lo que tres presidentes de Colombia tres de Estados Unidos no habían podido: derrotar al criminal más peligroso del mundo. La sed de sangre y venganza de los Pepes no había cesado después del 2 de diciembre de 1993, cuando sobre el tejado del barrio San Javier de Medellín, cayó abaleado Pablo Escobar. Los Pepes iban por abogados, familiares, socios, sicarios y, por supuesto, por la familia del capo.
Fidel la estimaba. Fidel, quien fue aliado de su esposo en el Cartel de Medellín, despertaba unos celos enloquecedores en Escobar. María Victoria tenía un hilo muy fuerte que la unía a uno de los precursores del paramilitarismo en Colombia: el gusto por el arte. Fidel Castaño era un marchante de arte reconocido en las subastas europeas. Hasta fotos con Salvador Dalí tenía. María Victoria había tenido tutoras encumbradas que la refinaron en su gusto por los cuadros. Ella había tenido la libertad absoluta para armar la colección de arte de su marido compuesta por pinturas de Enrique Grau, Camille Pissarro, Picasso y Dalí. Cuando el 13 de enero de 1988 un bombazo del Cartel de Cali y dirigido por Carlos Castaño estalló a las 5:10 a.m frente al Edificio Mónaco en donde vivía el capo con su familia y en donde su hija Manuela perdió la audición de su oído derecho para siempre. Ese bombazo descubrió uno de los secretos mejor guardados del Capo: una colección de arte avaluada en USD$1.500 millones. Buena parte de ella desapareció para siempre esa noche. Entre las obras perdidas estaba The Dance, la obra pintada por Salvador Dalí en 1954 en Nueva York por encargo de uno de los hombres más influyentes de Broadway el empresario Billy Rose.
Esa tarde en Montecasino María Victoria pensó que la matarían. No, Fidel y Carlos la habían llamado para enterrar la espada. Incluso, le daban una ofrenda: le devolvía The Dance, un cuadro por el que podía recibir USD$4 millones, una plata que a ella le vendría bien en ese momento en donde pensaba partir para Madagascar, el único lugar del mundo en donde la recibirían a ella y a sus hijos. Pero María Victoria no aceptó. Lo único que quería era que la dejaran en paz, por eso hasta le ofreció a los Castaño el certificado de autenticidad de la obra. Los hermanos cumplieron y ella y sus hijos Juan Pablo y Manuela fueron respetados por los Pepes.
En 1995 ésta reaparece en una subasta en Christie. Lo compró el coleccionista japonés Teizo Morohashi. Desde entonces está en el Museo de Fukushima. El cuadro, que soportó el fuego de la peor guerra que han vivido carteles de droga en el mundo, casi desaparece el 11 de marzo del 2011. Ese día una doble debacle pulverizó la ciudad de Fukushima. Primero fue un terremoto, luego un maremoto y a las pocas horas el desastre de la base nuclear de la ciudad. En ese momento, un empleado del museo, se convirtió en héroe. En sólo 30 minutos logró meter en la bodega del museo 29 obras, las únicas que sobrevivieron del museo. Entre ellas estaba The Dance.
Ahora reposa el sueño de los justos en una de las paredes del renovado museo de Fukushima. La verdad sobre este cuadro y la relación de María Victoria Henao con Fidel Castaño, feroz enemigo de su esposo y apreciado amigo suyo, saldrá a la luz en el libro que sobre su esposo lanzará el próximo 6 de noviembre.