A medida que el orden mundial ha ido perdiendo el carácter unipolar y hegemónico que lo caracterizaba, la geopolítica ha vuelto a ocupar el lugar que le ha correspondido con anterioridad y que tiende a encontrar su acomodo en el orden multipolar que se está perfilando. Ciertamente, la geopolítica ya no tiene los perfiles nítidos que la caracterizaron en los siglos XVIII, XIX y XX, porque en la actualidad tiene que compartir espacio con otras poderosas dimensiones de las relaciones internacionales. Sin embargo, eso no impide que la geopolítica reclame la primacía en la compleja matriz de factores que determina las relaciones entre los actores de la escena internacional.
De esta manera, se puede dar inicio a los elementos que marcan rupturas y continuidades del terrorismo respecto al quehacer de la guerra, donde constituir el atentado del once de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas en Nueva York, como el punto de inflexión en la Era Contemporánea fue el momento en el que el proyecto de la globalización se encontró con el proyecto del terrorismo masivo, teñido por el islam radical mundial, donde este se podría pensar como un desafío contra la globalización y contra la expansión de valores como el sistema de derecho, la democracia y la libertad. Con esta realidad queda en evidencia que dicha globalización de acuerdo al estadounidense Robert Kaplan, en su libro The revenge of the geography, es en realidad simplemente una etapa del desarrollo económico y cultural.
Es importante revisar a través del lente del académico Colin Flint, y de acuerdo del Departamento de Estado de los Estados Unidos, que los Estados Unidos se encuentran lejos de ser el principal objetivo del terrorismo en el mundo. Es necesario, entonces, tener presente otros actos de terrorismo, que dieron lugar en la India y Afganistán o el bombardeo de Timothy McVeigh al edificio federal Alfred O. Murrah, entre otros, con el fin de comprender la magnitud de la situación. Sin embargo, las motivaciones, los medios y las respuestas a los ataques de 2001 iluminan tendencias más amplias. Por lo tanto, utilizar los ataques de septiembre de 2001 como el principal punto de ruptura, permite la identificación de procesos y continuidades aplicables a todas las actividades terroristas contemporáneas. E, igualmente, permite la continuidad de la guerra y la evolución de la misma.
En ese entendido, en el marco del desarrollo de las continuidades del terrorismo, es imperativo tener presente que las nuevas guerras exigen ser estudiadas por medio del análisis de las guerras de “cuarta generación”, en vista de las singularidades que presentan las dinámicas de los actores y en virtud de la asimetría que rompe con los fenómenos simétricos de las relaciones entre ellos o incluso los nuevos tipos de interacción, poco convencionales, entre actores tradicionales. En palabras del autor norteamericano, William Lind, lo que va a caracterizarlas no serán grandes cambios en cómo combatir al enemigo, sino más bien quién lucha y por qué se lucha. De esta manera, el mismo autor permite vislumbrar que el análisis de los aspectos que caracterizan la dinámica actual del conflicto, se establecen como un propósito necesario para comprender en qué medida se han desarrollado relaciones en la guerra de cuarta generación, a partir de lo cual va a ser posible argumentar la pertinencia de la consideración de un escenario de guerra asimétrica, que satisfaga y permita la continuidad de la guerra de una manera diferente
En ese contexto, entonces, es necesario comprender que las guerras de “cuarta generación” requieren de la combinación de estrategias en las que el control de los medios de comunicación, las redes informáticas tanto físicas, como fibra óptica, cables, computadores y dispositivos electrónicos para el tráfico y generación de información, como las redes sociales como herramienta de difusión, son objetos estratégicos. Vimos, por ejemplo, surgir la llamada Primavera Árabe con la inmolación de Mohamed Bouazizi, en Túnez en diciembre de 2010. Allí se dispararon herramientas de información y contrainformación basadas casi en su totalidad en las nuevas tecnologías de la información. Varios gobiernos bloquearon el acceso a las redes debido al poder de convocatoria que tuvieron las redes sociales, llevando a millones de personas a manifestarse en la calle. Asimismo, también se vio a Microsoft apoyando el “lock-out” petrolero en Venezuela en 2012, dando acceso a los computadores vía sus sistemas operativos para bloquear la salida de hidrocarburos y poner al país al borde del golpe de Estado.
Es sobre esta la base de estos hechos y realidades que se establece el terrorismo contemporáneo. De acuerdo a los autores Arquila y Ronfeldt, aparece el concepto de netwar, con una forma de guerra en red, en la cual los protagonistas (actores o nodos) usan formas de organización en red y doctrinas, estrategias y tecnologías relacionadas con la era de la información, como teléfonos móviles, faxes, emails, sitios web, videoconferencias, redes sociales. Y donde sus protagonistas son generalmente un conjunto disperso de nodos, que se comunican y se coordinan en sus acciones, sin un órgano de mando central concreto. Y que comparten un conjunto de ideas y/o intereses, facilitando de esta manera su actuar, en el desarrollo de una guerra asimétrica, que permite que estas nuevas guerras, según Kaldor, pueden contrastarse con las anteriores guerras en términos de sus objetivos, los métodos de guerra y cómo se financian, los cuales fueron prefiguradas en la insurgencia de Mao en China. Ellas están arraigadas en reclamos divergentes de poder basados en las características religiosas, lingüísticas o nacionalistas de los grupos en un contexto de globalización y localización simultáneas y la desintegración o erosión de las estructuras estatales modernas.
Así pues, de acuerdo a Thomson, se puede identificar que el terrorismo no es una cuestión de odio simple o ciego, sino un acto político de quienes declaran que no existen otros canales de compromiso político. En él, acorde al planteamiento del mismo autor, se puede observar que las manifestaciones espaciales de poder se entrelazan para causar contextos de acción y reacción y los medios para cometer terrorismo y promulgar contraterrorismo, justificable esto a través del trabajo de Le Billon, quien hábilmente aludía sobre las guerras de recursos como elementos de fondo para este caso en concreto, que refleja el reconocimiento interdisciplinario de guerras “nuevas”. En palabras de kaldor, lo anterior permite entender que el papel clave de la identidad en estas guerras parece dictar que el objetivo de los beligerantes es “controlar a la población eliminando a todos con una identidad diferente”, de acuerdo al mismo Kaldor.