La retirada de las tropas de Estados Unidos de Siria fue el epílogo de su derrota en la guerra del gas en el Oriente Próximo. En los últimos ocho años en el territorio sirio se desarrolló una de las guerras civiles más sangrientas y despiadadas, cuyo trasfondo fue el control del paso de los gasoductos de los centros de producción de gas de Rusia y del Oriente Próximo hacia los mercados de Europa y China. Una guerra donde se formaron dos bloques de las potencias y los países exportadores de gas de la región. El primero, liderado por Estados Unidos, la UE, Arabia Saudí, Qatar, Turquía, Israel y Qatar, entre otros, que buscaron derrocar a la dictadura de Bashar al-Asad. El segundo, liderado por Rusia, Irán y China, que apoyaron su permanencia en el poder.
Siria por su ubicación geográfica es la entrada de Asia a Europa y paso obligado de las rutas de conexión del Cáucaso y los mares Mediterráneo, Caspio, Negro y el golfo Pérsico. De hecho, cuando hace una década el régimen de Damasco lanzó la estrategia de conexión de los cuatro mares, un plan que convertiría al territorio sirio en la bisagra que uniría las rutas energéticas de la cuenca mediterránea con Asia central y China, fue parte de la chispa que desencadenó la guerra del gas en la región.
Un plan geopolítico estructurado sobre la base de convertir a Siria en el gran centro mundial de distribución de gas entre Asia y Europa por ser un territorio estratégico para el paso de los futuros gasoductos que transportan el gas desde los centros de producción de los países de la órbita rusa y de los aliados norteamericanos hacia los mercados europeos y chino.
Fue en parte ese plan del régimen de Bashar al-Asad el que desató los enfrentamientos de las potencias y sus países aliados en la zona por el control de los futuros gasoductos. La dictadura le apostó al proyecto hegemónico de los rusos, iraníes y chinos y le colocó trabas a los proyectos de los gringos, los europeos y sus aliados en la región. Favorecimientos y trabas que convirtieron al territorio sirio en teatro de encarnizadas luchas de las potencias de la UE, Estados Unidos, Rusia y China por definir sus intereses estratégicos, entorno al control del comercio del gas.
El fin de la guerra en Siria lo que definió fue un nuevo orden mundial en materia de energía. El pulso lo ganó el régimen sirio con el apoyo de Rusia, China e Irán y los grandes derrotados fueron la UE, Estados Unidos, Arabia Saudita, Qatar, Israel y Turquía. A Rusia se le abrieron las puertas para desarrollar su política gasífera sobre la base de tres grandes gasoductos. Uno que conecta Rusia-Alemania a través del mar Báltico sin pasar por Bielorrusia, Ucrania y Polonia. El segundo de Rusia a Bulgaria, el cual tendrá dos ramales, uno que pasa por Grecia y el sur de Italia y el otro por Hungría y Austria. El tercero es que une los centros de producción de Siria, Irán, Irak, Rusia con la China a través de Pakistán.
Con el triunfo en la guerra del régimen de Bashar al-Asad con el apoyo de Rusia y China, los intereses de Estados Unidos y la UE sufrieron traspiés, porque no podrán impulsar la construcción de los gasoductos que parte de Irak-Siria, Turquía, mar Negro-Rumania, Hungría y Austria con conexión con Croacia, Eslovenia e Italia y el otro que está proyectado desde Qatar hasta Turquía. Durante la guerra lo que hubo fue unos entramados oscuros de disputas por reglar un nuevo orden en la política energética mundial. Eso explica las coincidencias de los gobiernos de Irak y Siria con los intereses estratégicos de Arabia Saudí y las potencias en combatir al Estado Islámico, porque significa una gran amenaza para de todos en la región.
El régimen de Bashar al-Asad con su permanencia en el poder asegura el cumplimiento del acuerdo firmado con Irán e Irak para la construcción del gasoducto Irán- Irak- Siria-Grecia. Proyecto que convierte a Siria en un gran centro de almacenamiento y distribución de gas en el Oriente Próximo, un plan que favorece los intereses hegemónicos de Rusia y China. De paso condena a la UE a seguir dependiendo del gas ruso. La apuesta de Estados Unidos y la UE fue sacudir a Europa de la dependencia del gas ruso y asegurar su abastecimiento de Qatar y con ello reconfigurar un nuevo mapa energético en que favoreciera los intereses de gringos y europeos