Un primero de mayo para no olvidar
Por diversas razones me encontraba a finales del mes de abril de 1997 en la Habana, Cuba. Estando en esa parte indescriptible del caribe tomé la decisión de esperar la celebración del 1 de mayo en la isla y luego viajar a España y después a otros puntos de Europa con el objeto de denunciar ante distintas organizaciones no gubernamentales del viejo mundo la crítica situación de derechos humanos que se vivía en ese momento en el país.
Había decidido actuar así cuando entré una tarde al emblemático teatro Carlos Marx y leí en algún lugar del Diario El Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, que el histórico comandante Fidel Castro Ruz junto a otros líderes de la revolución y miembros del Consejo de Estado y de Ministros estarían en aquel acto de conmemoración del Dia Internacional del Trabajo.
En realidad me ilusionaba ver, además de Fidel, a Juan Almeida Bosque, compositor, participante del asalto al cuartel Moncada, sobreviviente expedicionario del Granma (1956) y el único líder de rostro negro de la dirección de la Revolución que derrocó el primero de enero de 1959 a Fulgencio Batista.
Para 1997, quiero recordar, habían transcurrido algo menos de dos lustros de la caída el ominoso Muro de Berlín (1989) y tan solo siete años de la desintegración de la antigua URSS (1990-1991), fenómeno este último de hondas y extendidas consecuencias ideológicas, geopolíticas, comerciales pero sobre todo económicas, financieras y humanitarias para la estabilidad del gobierno socialista de Cuba.
El desmoronamiento del régimen soviético implicó que el programa de Petróleo por Azúcar que habían mantenido la URSS y Cuba durante años desapareciera, pues Rusia, legitima heredera de la URSS y envuelta en una vertiginosa ola neoliberal, no estaba dispuesta a seguir con dicho programa. Todo esto causó una crisis generalizada en el sector de la agricultura, ganadería, transporte y la vida diaria de la población cubana, la cual había generado una abrumadora dependencia del petróleo soviético. La crisis se agudizaría aún más toda vez que el gobierno de los EEUU reforzó el embargo contra los habitantes de la Isla, de ahí que el derrumbe de la URSS y la presión del bloqueo norteamericano se tradujo en el dramático periodo especial que golpeó la dignidad de millones de personas en la tierra de José Martí y de Antonio Maceo.
La dirigencia y la sociedad cubana expuesta a constantes contingencias muy pronto agudizaron el ingenio y la capacidad inventiva, de ahí que se enrutaron por la agricultura orgánica, la promoción del uso de la bicicleta, las bicitaxis y se introdujo los camellos como forma de transporte masivo-- una suerte de grandes buses jalonado por tráiler--, al tiempo que se abrió el turismo, se permitieron las remesas, se crearon los paladares y el alquiler de habitaciones a extranjeros.
Grosso modo, esta era la atmósfera social y política que se vivía en la Habana en la primera mitad del año 1997. En este contexto fue que el PCC y el gobierno convocaron la realización de la jornada del 1 de mayo de aquel año y que como tantos otros era una especie de plebiscito en favor del gobierno y más en ese lapso que era el periodo especial.
Aquel primero de mayo fue colorido. Más que una manifestación fue un emotivo desfile en donde se veían muchas banderas de Cuba, pancartas bien elaboradas con el lema Patria o muerte y fotografías de personajes históricos como José Martí, Ché Guevara y Camilo Cienfuegos. Es decir, que mientras en distintos puntos de la Europa de la mal llamada Cortina de Hierro la ciudadanía derrumbaba las estatuas de los que hasta hacia poco consideraban sus referencias, en Cuba se exaltaba como tótem a sus líderes históricos.
En medio de una columna de calor que hacía difícil la respiración, llegamos a la singular y mítica Plaza de la Revolución, un espacio de más de 72 mil metros cuadrados resguardada por la mirada cumbre del poeta nacional José Martí, líder de la primera independencia de Cuba. Y también, por supuesto, ejerciendo tutela aparecía y sigue apareciendo la figura de Che Guevara, ubicada la misma sobre la fachada del Ministerio del Interior.
En el desarrollo del desfile me ubiqué cerca de las delegaciones extranjeras y del movimiento solidario con Cuba. De hecho, un tiempo atrás con un grupo de amigos caribeños había estado recogiendo medicamentos y acompañando también en su gira por varias ciudades de la costa a la selección nacional de beisbol de Cuba, por supuesto, con el gran Omar Linares a la cabeza.
Ya en los predios de la plaza traté de zafarme del orden establecido en el desfile y como pude me abrí paso hasta llegar lo más cerca al lugar donde estaría Fidel interviniendo. Confieso que para lograrlo aproveché mi condición de extranjero y los cubanos y cubanas muy solidarios con mi empresa y propósito me facilitaron la penetración cada vez más hacia adentro de aquella multitud que expresaba una clara, inapelable e inigualable combinación de memoria, resistencia, dignidad y capacidad para reinventarse.
Aquella mañana calurosa Fidel y su grupo acompañante lucían su impecable uniforme verde oliva. Su intervención fue rica en datos y orientada a imprimirle moral a un pueblo que estaba enfrentando una difícil situación humanitaria como era el periodo especial. Mientras Fidel hablaba, algunos señores que habían estado en África y especialmente en Angola enfrentando a la Unita y las racistas Fuerzas de Defensa de Sudáfrica en la batalla de Cuito Cuanavale (1987-1988), gritaban: Viva el comandante Fidel, Viva la Revolución Cubana. Viva El Che, Patria o Muerte.
Aquel desfile terminó y en la rápida retirada de la multitud me llamó profundamente la atención que el sitio estaba asombrosamente limpio y libre de envases plásticos. Dime cuanto nivel de consumo tiene una sociedad y te diré el nivel de contaminación que experimenta la misma por el plástico.
La lucha del pueblo Uwa ante la mirada poética de Martí.
En el tumulto de la retirada y sin esperarlo me encuentro con un amigo solidario del movimiento indígena y con quien había compartido espacio en la Organización Nacional de Indígenas de Colombia (ONIC) durante el periodo de la Campaña Autodescubrimiento de Nuestra América y también cuando la escogencia de delegados indígenas a la Asamblea Nacional Constituyente.
En la rápida conversa me dice que el pueblo Uwa está insistiendo en el suicidio colectivo si la multinacional Occidental de Colombia, operadora y filial de la Occidental Petroleum Company -- OXI-- y su socia Shell de Colombia, filial a su vez de la Royal Dusch Shell, decidían hacer la exploración y posterior explotación de petróleo en el Bloque Samoré, una extensa región ubicada al noreste del país que cubría un área de más de 208 mil hectáreas de tierra y que involucraba a cinco departamentos: Arauca, Boyacá, Casanares, Santander y Norte de Santander. De igual manera, esta vasta extensión cobijaba varios hitos sagrados de este pueblo y que en su conjunto explican, definen y dan horizonte de sentido a su existencia como sociedad y cultura diferenciada.
Si los pueblos originarios construyen su ser y estar en el mundo en función del vínculo con el territorio, es claro que el pueblo Uwa ha construido un sistema de pensamiento y vida vinculado a su interacción con el medio, de ahí que las montañas, los ríos, la vegetación y el petróleo mismo cumplen una función en la naturaleza.
Todos estos recursos, dicen, hacen parte del equilibrio del planeta y hay que preservarlos, incluso a Ruiría que es como llaman al petróleo en lengua propia y a quien lo ven como una sacralidad porque lo consideran dentro de su cosmogonía como la sangre que corre por las venas de la madre tierra. Sin duda, en la exploración y explotación de yacimientos de petróleo en territorio Uwa colisionan dos visiones del mundo diametralmente opuestas: una racionalista, productivista, desarrollista, extractivista, ecocida, logocéntrica y depredadora; propia de occidente y que ve al petróleo como mero recurso y, por tanto, como un medio de riqueza y cimiento de una forma civilizatoria que ya marca sus autolímites, y otra holística, integradora, ecofilica, cuidadora del ambiente, creadora de vida y solidaria con las presentes y futuras generaciones.
El tema del suicidio colectivo fue un rumor que instalaron a finales de 1995 algunas ONGs que apoyaban a los Uwas en el contencioso que les enfrentaba con el Ministerio del Ambiente al concederle este a la Occidental y Shell de Colombia la licencia ambiental para hacer la exploración y posterior explotación del petróleo que se encontrara en el territorio de este pueblo originario. Esta decisión ocasionó que los Uwas consideraran sus derechos étnicos, culturales y territoriales vulnerados por lo que apelaron a la Defensoría del Pueblo para interponer una tutela en contra del Ministerio de Ambiente y la OXI.
Frente a esto la Defensoría consideró que para obtener la licencia ambiental se debía realizar la consulta previa, referente impajaritable en este tipo de casos de acuerdo a la Ley 21 de 1991, norma que por cierto reconoció el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), instrumento internacional que versa sobre Pueblos Indígenas y Tribales en países independientes.
El convenio, hay que subrayar, pone el acento tanto en la defensa de los derechos culturales y étnicos de los pueblos originarios como en el derecho que tienen de participar de modo efectivo y real en aquellas decisiones que afectan sus vidas en lo material y espiritual. Efectivamente, la concesión de la licencia ambiental de 1995 incumplió el artículo 7, el 6.2 y el 15.2 de dicho convenio, que hace parte del bloque de constitucionalidad. Así, es evidente que el Estado debía emprender la consulta previa y concertar con el pueblo Uwa toda vez que los trabajos de exploración y explotación afectarían sus tierras y sus modos de vida.
Se habla de suicidio colectivo, pero se afirma y ama la vida
El suicidio colectivo Uwa que empezó como un enunciado que buscaba hacer responsable al Ministerio del Ambiente por lo que sucediese, muy pronto se hizo extensivo al ministerio de Minas y Energía, Ministerio del Interior, Consejo de Estado, Ecopetrol y Occidental y Shell de Colombia. Los Uwa juzgaban que había una conjura de Estado y gobierno para facilitarle las cosas a las multinacionales del petróleo y complicárselas a ellos. Ante esta situación importantes miembros de este pueblo empezaron a verbalizar como activo estratégico que se hablara del suicidio colectivo pero que el propósito era afirmar su vida, cultura, territorio y la defensa de la naturaleza frente a la depredación y la destrucción que promovía y promueve el extractivismo. Y a la par de esto, en la medida en que el conflicto se hacía más notorio y alcanzaba altas cotas en la esfera nacional, el pueblo Uwa y sus aliados se las ingeniaban para que en diferentes lugares del mundo se supiera la manera en que el Estado y las multinacionales del petróleo y del gas querían acabar con sus tierras y modos de vidas en nombre del progreso, el desarrollo y la civilización basada en el petróleo y sus derivados.
De este modo podemos decir que el pueblo Uwa se convirtió en uno de los principales grupos ecoglocal que empezó a concebir en la práctica el fundar una nueva civilización basada en las energías limpias y, por tanto, no en el imperio del petróleo ni de ninguna otra fuente de energía de origen fósil. Así, el grito que los Uwa le hicieron llegar al mundo logo y antropocéntrico de matriz occidental fue: su civilización ego-petrolera, nuestra extinción como sociedad.
Sin equívoco alguno, a mediados de la década de 1990 los Uwas sitúan en la agenda global un tema de enorme visibilidad como es el imperativo ético y vital de proteger el planeta y hacer tránsito de las energías contaminantes a las energías limpias.
Para entonces el territorio Uwa comprendía algo más de 61 mil hectáreas de tierra en zonas de resguardo y unas 8000 hectáreas en área de reserva, territorios unos y otros donde dicho pueblo ejercía y ejerce actividades agrícolas, de pesca y pequeña caza. El pueblo Uwa hablaba también del territorio ancestral, lo que era interpretado por el Estado y las multinacionales referidas como un serio problema en sus aspiraciones de explorar y explotar el petróleo de la zona.
Europa: abre los ojos y oídos a los Uwas.
Volviendo a mi conversa atropellada con el amigo solidario de la ONIC, me dijo que en Europa había un dispositivo de visibilización de lo que estaba sucediendo con los Uwas y que ONGs, partidos de izquierda, ambientalistas y militantes de las causas supremas de un mejor mundo en España, Francia, Bélgica, Holanda y Suiza estaban organizando eventos para informar acerca de lo que estaba ocurriendo con los Uwas y brindar apoyo internacional. Una vez me habló de esa plataforma de apoyo me referenció que Alfonso Sánchez, otrora colaborador de la ONIC y exintegrante del colectivo libertario Biofilo Panclasta y Alas de Xue, colectivos de los que también que había hecho parte, era el que tenía los contactos y en consecuencia que como viajaba a Europa con él podía impulsar la estrategia de visibilización y denuncia del drama que vivía el pueblo Uwa.
El pueblo Uwa construido como minoría contra el desarrollo.
Quiero recordar que un tiempo antes habíamos estado con la ONIC en Cubará y esta organización con el acompañamiento de Coalición for Amazonian Peoples andTheir Environment estaban preparando el recurso para llevar el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Y no se equivocaron con hacerlo porque la Corte Suprema que en un momento apoyó el recurso de amparo a los Uwas luego se sitúo al otro lado de la línea, y lo mismo sucedería con el Tribunal Superior de Bogotá años más tarde, en mayo del 2000, por ejemplo, cuando autorizaría exploraciones de petróleo en Kera Chicara, el territorio sagrado. A título de sorna: la injusticia de la justicia y el Estado contra la sociedad como bien lo señaló el célebre antropólogo libertario Pierre Clastres.
Ya era hora que el pueblo Uwa tocara las puertas de la CIDH porque contra él y sus líderes se desató una generalizada estigmatización que en un ejercicio de fascismo institucional les querían hacer culpable de la crisis de escasez de petróleo al que se vería enfrentado el país producto de la negativa de los Uwas a aceptar las exploraciones y posibles explotaciones de petróleo.
Para promover el odio hacia ellos se recordaba con mucho dramatismo la época del apagón -- racionamiento de energía-- que vivió el país durante once meses -- 1992 y 1993-- bajo la presidencia de César Gaviria Trujillo, el telepredicador del neoliberalismo patrio. A ese estado de postración habíamos llegado producto de la endémica corrupción, la privatización, la fuerte sequía y la falta de previsión en el sector energético del país. A este noble pueblo se le adjudicaba por adelantado el ser el responsable de un nuevo apagón.
La transferencia del complejo de la culpa a los Uwas adquirió proporciones inimaginables. Desde el gobierno se insinuaba que una ridícula "minoría" étnica no podía imponer su atrasado y salvaje pensamiento a la sociedad mayoritaria y civilizada. Quienes así hablaban lo hacían desde los ruinosos escombros de la ley 89 de 1890, la cual como una de las últimas infamias de la fétida regeneración de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro seguía considerando a los indígenas como semisalvajes y merecedor de ser civilizados a través de la ortopedia de las misiones de los capuchinos. Y esto muy a pesar de que el gobierno de turno buscó a la OEA y al Centro Internacional de la Universidad de Harvard para que contribuyeran a buscar una salida consensuada a una problemática que enfrentaba a dos visiones del mundo radicalmente opuestas a la hora de entender la vida, la naturaleza, la riqueza, el poder, el "desarrollo" y el bien ser y bien estar.
Lo que no detallaban los que proponían una suerte de etnofagia contra los Uwas, al mejor estilo de Laureano Gómez, El Monstruo, era que Colombia había hecho tránsito de un país compuesto por mestizos y por quienes tenían la fantasía de creerse blancos, a uno multiétnico, pluricultural y en donde el Estado se configuraba como protector de la diversidad étnica y cultural de la nación. Increíble, el mismo Estado que se erige como responsable de defender y proteger el patrimonio etnocultural de la nación, es quien promovía y promueve su desconocimiento y vulneración. La nueva lógica de Estado y gobierno expresada en la Constitución de 1991 parecía y parece ser: te reconozco para negarte.
En este marco comprensivo, entendemos por etnofagia:
La etnofagia (...) expresa entonces el proceso global mediante el cual la cultura de la dominación busca engullir o devorar a las múltiples culturas populares, principalmente en virtud de la fuerza de gravitación que los patrones "nacionales" ejercen sobre las comunidades étnicas". No se busca la destrucción mediante la negación absoluta o el ataque violento de las otras identidades, sino su disolución gradual mediante la atracción, la seducción y la transformación. (Diaz-Polanco, 2006:Sp)
En medio de esta ofensiva contra los Uwas y sobre los que se construyó un régimen de subjetividad y representación que los ubicaba como salvajes, atrasados, antimodernos, opositores al desarrollo, al punto de escucharse que 5000 personas no podían oponerse al desarrollo de 35 millones 995 mil, se agitó el fascismo mediático de los principales medios influenciados por sus inconfesos intereses con el gobierno y las multinacionales, quienes no perdieron oportunidad para avivar el fuego del linchamiento público contra los Uwas sin criticar los excesos y la bonanza petrolera que el gobierno vivió y que no fue capaz de pensar en una época de escasez.
De Cuba a España con los Uwas a cuesta.
En este contexto, salgo de Cuba y llego a España a principio de mayo. Efectivamente, cuando llegué el compañero Alfonso Sánchez tenía reuniones coordinadas sobre el tema Uwa con diferentes colectivos solidarios: con la CNT-AIT, con la Universidad Carlos III, donde cerraba su estudio doctoral, en la Universidad Complutense y otros espacios que no alcanzo a precisar. Fue un trabajo intenso, emotivo y solidario. De ese trabajo dábamos cuenta al intelectual Abadio Green Stocel, indígena Tule y quien por aquella época fungía como presidente de la ONIC. Y así en Francia y Suiza.
El comentario generalizado de todos los espacios solidarios era que apoyarían la resistencia del pueblo Uwa y resaltaban que en sus territorios la naturaleza y humanidad se jugaban su destino porque escasas 5000 mil personas estaban exigiendo un cambio en la civilización y la globalización neoliberal que se amparaba y ampara en la dictadura del petróleo y otros materiales fósiles.
Hoy llama la atención que esa crítica que el pueblo Uwa inició a la explotación de petróleo desde una lógica y ética de la defensa de la naturaleza y la vida, es impulsada desde otros referentes lógicos por la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Este organismo ha dicho a través de su Director Fatih Birol, que es necesario parar las exploraciones de petróleo por las graves implicaciones que tienen sobre el calentamiento global.
Aquel trabajo de visibilización de la violencia simbólica que enfrentaba el pueblo Uwa por parte del Estado colombiano y de las trasnacionales Occidental y Shell de Colombia, fue una majestuosa obra de apoyo mutuo en beneficio de las supremas causas de la humanidad. Fueron múltiples los actores que impulsaron tanto en Colombia como en el exterior diversas acciones colectivas-- recolección de firmas, cartas de académicos e intelectuales al gobierno de Colombia y las multinacionales, marchas, concentraciones, etc--
En la ciudad de Madrid, recuerdo, que hicimos una importante concentración al frente de la Embajada de Colombia en España y donde queríamos llamar la atención de Vera Grave, agregada de los derechos humanos.
Todo este inmenso esfuerzo de los Uwas y de las organizaciones y personas solidarias con su causa, quien lo creería, daría sus frutos un año después, sobre todo cuando empezó a extenderse el rumor de que a los Uwas se le concedería el Premio Bartolomé de las Casas.
Aquel rumor creció y se hizo realidad en abril de 1998, momento en el que Felipe de Borbón, entonces Príncipe de Asturias, hoy Rey de España, les entregó en la Casa de América, en el centro de Madrid, ese significativo reconocimiento. Este premio se le concedía por defender sus territorios, modos de vida y su contribución a la conservación de su región y el planeta (Ver Iragorri, Diario El Tiempo, 16 de abril de 1998). Desde luego que aquello dotó de una gran moral a los Uwas y sintieron que sus luchas eran legitimas y tenían reconocimiento internacional. A la occidental y Shell Colombia la noticia le complicaba sus planes y también a sectores entreguistas del Estado y gobierno.
El pueblo Uwa resiste a pesar de la devastación
No obstante esto, las petroleras en su afán depredador siguieron insistiendo en las exploraciones y forzando los limites de la legalidad con la complicidad del establecimiento jurídico, político y con los poderes armados legales e ilegales, léase guerrillas o paramilitares. Con sus ruidosas maquinarias la Occidental-Shell de Colombia y Parex Resourse, entre otras, empezaron desde el año 2000 la construcción del orden de la devastación de grandes extensiones de bosque, el envenenamiento y secamiento de todo tipo de cuerpos de agua, la contaminación de las tierras, la muerte de especies de la biomasa animal y vegetal, y el hostigamiento, encarcelamiento, desplazamiento forzado, estigmatización y asesinatos de líderes indígenas y campesinos que se oponían a que operaran dichas empresas en las zonas de resguardo, reserva y territorios ancestrales.
Así, en distintos territorios del pueblo Uwa de Casanare, Arauca, Boyacá, Norte de Santander y Santander empezó a operarse con gran dosis de destrucción y violencia el desangramiento a gran escala de la naturaleza como llaman los Uwas a la extracción del petro-óleo del fondo de la tierra. Ese desangramiento acaba y envenena el agua y vuelve improductiva la tierra para el cultivo y otros usos. Todo este aparato de destrucción y muerte se impuso sobre un régimen de opresión y silencio que lo garantizaban diferentes grupos armados, que fuesen de la orientación ideológica o política que fuese, negociaban y se convertían de paso en guardianes y defensores de los intereses de las distintas multinacionales que se han visto beneficiadas con licencias ambientales concedidas por la Agencia Nacional de Licencias Ambientales (ANLA)
El Estado colombiano dejó al pueblo Uwa a merced de las multinacionales del petróleo. Por esta razón el pueblo Uwa acudió de nuevo a la Corte Interamericana de Derechos Humanos porque el Estado colombiano en el año 2000 vulneró por acción y omisión sus derechos étnicos, culturales y territoriales.
En este caso, el papel del Estado más que defender el patrimonio étnico y cultural de la nación ha sido de cómo actuar para que los Uwas no sean un serio inconveniente para la íntima e imperturbable acumulación originaria de capitales por vía de la desposesión violenta que promueven dichas empresas. El correlato de esto es que diversos territorios de los Uwas terminaron militarizados por todo tipo de actores: ejército, ELN, antiguas FARC y paramilitares. Ninguno de ellos ha garantizado la seguridad a la población indígena durante todo este tiempo. De su seguridad se viene encargando la Guardia Indígena, una forma organizada y propia de resistencia y protección de la vida y el territorio.
El Estado colombiano responsable de sistemática violación a los derechos del pueblo Uwa
En el municipio de Paz de Ariporo (Casanares), Chaparral Barronegro (Tamara, Casanares)Teislandia, Cubará ( Boyacá) y otros territorio se ha construido un activismo con pronunciado carácter étnico y también intercultural con cobertura glocal y en defensa de la naturaleza, el cual hoy ha hecho posible que después de casi tres décadas la Corte Interamericana de Derechos Humanos preste atención a sus legítimos reclamos.
Los que desde el activismo étnico y el conocimiento situado y comprometido hemos defendido la causa del pueblo Uwa, no ocultamos nuestra satisfacción al saber que la CIDH ha considerado que el Estado colombiano no ha sido garante de una protección real y efectiva de los derechos étnicos, culturales y territoriales del pueblo Uwa. Además, nos complace sobremanera que este órgano internacional considere que la desprotección de la población Uwa se ha traducido, en cambio, en una abierta y tolerante protección desmesurada por parte del Estado al proyecto extractivista y depredador de las multinacionales dentro de los territorios sagrados de los Uwas.
Cuando en octubre de 2020 el caso de los vejámenes y el etnocidio programado en contra de los Uwas llegó a la CIDH, algunos sabíamos que se haría justicia. Cuando este organismo los escuchó conceptúo en 2021 que el Estado no hizo las consultas previas cuando concedió las licencias ambientales y las concesiones a las multinacionales mineras y petroleras. Al hacerlo así violó normas nacionales e internacionales como el Convenio 169 de la OIT.
El cúmulo de pruebas hecho llegar por los Uwas en casi tres décadas y el cotejamiento y comprobación de las mismas ha conllevado a que la Corte Interamericana de Derechos Humanos declare al Estado colombiano como responsable de múltiples violaciones a los derechos humanos del pueblo Uwa. De esta manera, es evidente que el Estado no le ha garantizado a la población Uwa ni los derechos étnicos-culturales, ni los políticos, territoriales, ni el debido proceso ni el derecho a la protección y la vida.
Ayer y hoy la CIDH escucha en la ciudad de Santiago, Chile, al pueblo Uwa. Mientras cierro estas líneas espero la oficialización de la sanción moral y la condena al criminal Estado colombiano por la violación sistemática e integral de los derechos humanos de este noble pueblo. Ya era hora que se hiciera justicia. Enhorabuena.
Mientras epilogo este escrito me acuerdo que hace casi treinta años estaba en la Habana cuando salí para diferentes puntos de Europa a denunciar la barbarie civilizada que practicaba el Estado colombiano en contra de los Uwas. La palabra Uwa significa gente inteligente que si sabe hablar. El pueblo Uwa le habló al mundo y le dijo que la cultura y la civilización del petróleo destruye y mata. El que quiera oír que oiga y el que quiera ver que vea.
Odas a la victoria del pueblo Uwa, una sociedad resistente y resiliente que ha abierto un espacio de esperanza para construir una civilización que no dependa del petróleo y, por tanto, de su poder contaminante.