El pueblo misak y la recuperación de la memoria histórica

El pueblo misak y la recuperación de la memoria histórica

Los pueblos originarios han puesto sobre la mesa el problema de la representación, de los relatos dominantes y de los silencios que los textos oficiales imponen

Por: Lilia Solano
junio 09, 2021
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El pueblo misak y la recuperación de la memoria histórica

El 8 de mayo del 2021, los misak, uno de los pueblos originarios en Colombia, derribaron la estatua del fundador de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada. Este acto se dio en el contexto del paro nacional aún en curso y como parte de un esfuerzo de recuperación de la memoria y de la historia que ya antes, el 28 de abril, día del inicio de las movilizaciones ciudadanas, había protagonizado un evento similar, en esa ocasión en Cali, cuando el mismo pueblo misak derribó la estatua de Sebastián de Belalcázar.

La participación de los pueblos originarios en las protestas ciudadanas contra las medidas anticonstitucionales y antidemocráticas de la administración Duque Márquez ha fortalecido el paro nacional como un todo. A su ampliamente reconocida y acatada autoridad, los indígenas le aportan a la ciudadanía colombiana su fortaleza de lucha enriquecida a lo largo de siglos de resistencia.

Además, pueblos originarios como los misak le recuerdan a la ciudadanía colombiana su conexión primordial con la madre tierra y la naturaleza, con el carácter colectivo de los bienes, con el sentido creador del trabajo, con el talante integral de la espiritualidad y la concepción del mundo. De manera significativa en estas más de cuatro semanas continuas de movilizaciones ciudadanas, los pueblos originarios han puesto sobre el tapete el problema de la historia, de su representación, de sus relatos dominantes y de los silencios que los textos oficiales imponen en su tarea de construcción de una identidad nacional.

Tanto Sebastián de Belalcázar como Gonzalo Jiménez de Quesada corresponden, no solo a personajes que en el siglo XVI implantaron la religión, la imagen, la autoridad y la cultura de españoles y otros europeos en territorios históricamente habitados, trabajados y simbolizados por culturas que los habitaron desde tiempos inmemoriales, sino que también borraron idiomas, saberes, nomenclaturas, cultos y símbolos ancestrales a golpe de masacres, genocidios, tortura, robos y satanizaciones de todo aquello que recordara historias prehispánicas que se lanzaron al olvido.

Colombia creció con la idea de ser una nación en la que sus habitantes aprendieron a verse cual si entre ellos y ellas no se dieran las diferencias que son propias de sociedades pluriétnicas y plurinacionales. Así, entonces, lo indio pasó a ser objeto de insultos. Si acaso alguna comunidad privilegiaba el uso de algún idioma diferente al español o al de alguna otra cultura occidental, no se decía que la tal hablaba en un idioma diferente. Al contrario, esas comunidades hablaban una lengua. “Idioma” se quedó para lo culto, lo académico, lo que recibimos como legado de los Belalcázares y los Jiménez-de-Quesadas que habían sembrado de crímenes a pueblos enteros para traernos la luz de la civilización occidental. Quienes permanecían en tinieblas solo podían acceder a una “lengua,” jamás a un “idioma”.

Las reacciones de influyentes voceros de la sociedad colombiana permiten ilustrar la permanencia de los sentires neocoloniales que aún permean nuestras dinámicas sociales. El Ministerio de Cultura rechazó de manera contundente el acto adelantado por los misak contra la estatua de Belalcázar en Popayán, en septiembre de 2020.

Sin embargo, estas acciones que han adelantado pueblos como los Misak se constituyen en oportunidades de pedagogía histórica para el grueso de la población colombiana. Se podría decir que estamos en una primera etapa de ese proceso de educación. Se trata de la etapa del desmonte del relato oficial, del desaprendizaje de las categorías a través de las cuales nos hemos asomado a nuestra historia.

De héroes de la conquista y prohombres de la civilización pasamos a reconocer en las grandes figuras históricas a ejecutores de políticas coloniales de robo, despojo, violaciones, genocidios y etnocidios. Un resultado inicial de esa primera etapa es la reapropiación de nuestra realidad inmediata como diversa, plurinacional y multi-lingüística. El español, como idioma de la dominación, se ve obligado a reconocer que comparte el espacio con otros idiomas que habían sido condenados al olvido.

Estas primeras lecciones fueron puestas a pruebas en los últimos días. Con ocasión de la avanzada del paro nacional con “tomas” a diferentes ciudades, la presencia de los misak en Bogotá desenmascaró el carácter neocolonialista de la administración distrital, tan afín a los postulados neoliberales. En su cuenta en Twitter, en horas de la mañana del 9 de junio de 2021, la alcaldesa Claudia López puntualizó:

Apreciados amigos de la comunidad misak, bienvenido un debate pacífico y democrático sobre la transformación cultural y de símbolos de nuestra historia, pero no por tomas violentas, que tanto daño han hecho, sobre todo a sus propios pueblos. La transformación cultural es de todos.

La alcaldesa no solamente conectó las protestas ciudadanas en Bogotá con las campañas militares, sino que tildó de violenta, y por esa vía desestimó la transformación cultural que el pueblo misak viene proponiendo. Se trató de una bienvenida que, en efecto, se tradujo en acciones de represión brutal y de rechazo a la presencia de indígenas en Bogotá, por parte de la fuerza pública. Así, por ejemplo, la policía encerró los misak en la Av. 26 acusándolos de querer bloquear el aeropuerto.

La recuperación de la historia que pueblos originarios como los misak vienen adelantando se une a la recuperación de la memoria de las víctimas del reciente conflicto armado en Colombia. Estos son elementos de importancia crucial para la construcción de la sociedad democrática del posconflicto que el estallido social de hoy le está reclamando al Estado colombiano.

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