Camilo Torres Restrepo había señalado hace más de cinco décadas que el que escruta elige y eso poco ha cambiado. Lo que sí ha cambiado es la capacidad del pueblo para disponerse uno a uno a asumir con responsabilidad la tarea democrática de votar y vigilar su voto para impedir que no prospere el fraude. Fraude y crimen han hecho parte del kit de las élites para defender su statu quo y su buena vida a costa de humillaciones y sometimiento sobre quienes estaban acostumbrados a mantenerlos en el poder, pero esta vez no será así.
El ímpetu colectivo de ciudadanos, militantes, intelectuales, jóvenes, mujeres y procesos organizativos dejan ver una amplia disposición a impedir que el más mínimo fraude sea posible. El kit de herramientas de los sectores populares tiene entre otros elementos: celulares y sus poderosas cámaras, que actúan como llave maestra que ha logrado poner en evidencia a corruptos, clientelistas, estafadores, extorsionistas, acosadores e inquisidores parapetados en el poder. Los mensajes voz a voz, cuya fuerza se traduce en resistencia contra el desprecio y la humillación, como expresión de la solidaridad para evitar el aislamiento, como lo hacen las alertas tempranas que previenen la consumación de la barbarie. Y la herramienta fundamental de todo propósito de cambio es la calle, germen de la democracia real que se construye desde abajo y sin atajos, las calles repletas de gentes en movimiento aseguran las conquistas populares y hacen que miles de gentes sean más que unos cuantos expertos observadores de oficio.
También hace parte del kit aprender a poner en cuestión y a defenderse de la manipulación de los medios masivos de comunicación que incomunican, que venden falsos análisis, datos sin contexto de encuestas manipuladas y sirven de instrumento de dominación que instalan desinformación, tergiversación y trivialización de la realidad de la gente común y corriente. Cuando la gente se mueve hay esperanza y las mentiras y el fraude no prosperan. La calle es el lugar de la unidad, caminando se edifica la palabra, como lo hacen los pueblos indígenas, se teje la complejidad de la vida y de los sueños, como lo hacen las mujeres campesinas con el huso de hilanderas y se baila para comunicar sentimientos. En las calles, barrios, veredas, pueblos hoy no está el miedo que mantenía vivo el horror y la miseria de la que se valían para comprar votos y conciencias, allí hay esperanza y juntos sectores populares y clase media parecen dispuestos a materializar lo hasta ahora conquistado: unión, para salir a elegir un gobierno que está dispuesto a mandar obedeciendo y a ofrecer garantías para que cada ser humano sea respetado, escuchado y reconocido en sus derechos y demandas.
Ha ocurrido en 2018 la más grande de las uniones políticas entre seres humanos sin distingo, entre gentes de todas partes, inconformes, empobrecidos, indignados, resistencias civiles, revolucionarios, críticos y gente común, que han logrado superar egos, vanguardias, voluntarismos, deseos propios y cuentas atrasadas, y después de la insistencia de muchos, ha logrado, por primera vez en este siglo, unirse en lo que une y prescindir de todo aquello que lo que separaba. Un pueblo forjó y dio vida al ser humano al que va a elegir, lo dotó de honestidad, franqueza y disposición de lucha a la que ha respondido con la verdad aunque le cueste la vida y ha ganado la batalla. A su lado una mujer de academia en toda la extensión del compromiso con la vida, con experiencia y sabiduría.
Posdata. La unión ya está. La idea, el propósito, el programa y la disposición del voto, también. La lucha, generosidad y afecto mostraron los datos de la encuesta real con más de 80 plazas repletas que congregaron a miles y miles de seres humanos con esperanza, en una Colombia para la gente, humana, honesta, en paz, con derechos.
Solo queda: votar, asistir temprano y sin vacilación este domingo 27. Además, seguir en la calle, ser observador y lograr que cada voto cuente para que la victoria más que una cifra sea la más grande esperanza comprimida de un pueblo que espera un cambio real hace 200 años y para que la generación de los que vivieron en medio de la guerra entreguen una bandera de vida a los jóvenes (sus hijos) esperanzados en que estos nunca más tengan que volver a ser ni víctimas, ni héroes victimarios y, para qué paz, derechos, agua, comida, dignidad, dejen de ser cosas imposibles y sean liberados del escaparate democrático en el que están secuestrados por los mismos...