El pueblo británico sigue en suspenso ante el guion que el primer ministro está escribiendo

El pueblo británico sigue en suspenso ante el guion que el primer ministro está escribiendo

Gran Bretaña y la Unión Europea están en una encrucijada: se acerca el 31 de octubre y los acuerdos para el brexit aún parecen lejanos

Por: Francisco Henao
agosto 21, 2019
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El pueblo británico sigue en suspenso ante el guion que el primer ministro está escribiendo
Foto: Twitter @10DowningStreet

Las cosas en la política británica van a velocidades de vértigo en este agosto, de un día para otro pegan volantines increíbles, su naturaleza es la volatilidad, nada tiene carácter de firmeza, al levantarse la gente ve que hay un escenario, pero al acostarse ha desaparecido, hasta el punto de que muy pocos saben qué discurrir. Lo que se palpa en el aire son espejismos, la realidad se ha extinguido, hay vértigo en las conciencias, no hay seguridad en nada. Si hay algo que tenga visos de ser realizable es el disparate. Boris Johnson quiere prescindir del Parlamento para obtener lo que persigue, el brexit porque sí, es un acto de orgullo, vive rehén de las palabras que algún día pronunció, hasta el punto de obnubilar su razonamiento. En el otro lado, una mayoría teórica de parlamentarios quiere derrocar a Boris Johnson si insiste en una salida sin contrato de la UE, un brexit duro. En otro lugar Jeremy Corbyn habla de “gobierno de unidad”, si aprueban una moción de no confianza que él ha propuesto al Parlamento, y se muestra dispuesto a liderar, en nombre de ser el líder de la oposición, si gana la moción, un gobierno de transición, que evite la salida de la UE a la brava, hasta unas elecciones generales anticipadas. Pero Corbyn no tiene acogida y carece del suficiente apoyo en el Parlamento para ingresar en Downing Street. Esto provoca otro escenario, Ken Clark, 79 años, parlamentario conservador, es proeuropeo de vieja data y se dice dispuesto a encabezar un “gobierno de unidad nacional” —17 agosto—, mirando evitar la salida sin acuerdo de la UE, siempre y cuando derroquen a Boris. Ken, llevado de su amor al poder, ha optado tres veces a ser el líder conservador siendo derrotado las tres veces. Ahora es más ambicioso, le juega al premio gordo, porque el guion lo permite todo.

Es decir, en el Reino Unido no reina Isabel sino los conspiretas. Se traman purgas, abundan los traidores, se denigra de quienes no siguen los postulados del Gobierno. Contradecir a Johnson es peligroso, como en toda autocracia que se respete. Dominic Grieve, parlamentario tory, acusa a Johnson de “demagogo” y de provocar amenazas de muerte en su contra que ha recibido en su correo electrónico. A Grieve Johnson lo acusa de “colaboración” con Bruselas y de “debilitar al Reino Unido por su intento de detener la salida”, lo cual “impulsa la negativa de la UE a negociar”. Los parlamentarios amigos de pedir prórroga para el Acuerdo son señalados de ser “chusma despreciable” (Expresso, domingo 18 agosto). Son los meandros del poder que imponen una agenda áspera, para amedrentar, coaccionar o doblegar la voluntad del otro. Lo dramático es lo propio de las separaciones, convertidas en pulso de fuerza, donde la razón carece de poder de convicción y cede a la amenaza el poder de hallar la solución. Al final, después de los pulsos habidos, siempre habrá una solución, donde lo único que queda a salvo son las heridas producidas.

Brexit se convirtió en un pulso salvaje. Cuando el pueblo británico votó el referéndum el 23 de junio de 2016, nadie se imaginó semejante circo de aullidos. Claro que los prolegómenos de aquel 23 no fueron mansos, prefiguraban las acciones futuras, aunque los astutos actores políticos de los dos bandos, quitaban hierro hablando de que todo iría bien, sería ordenado y sobre todo, habría prontitud en la salida europea. La mayor maldad del brexit, fue ofrecer que los males que padecía la sociedad se iban a remediar y que vendrían ríos de leche y miel: O bien dentro de la UE, o bien fuera de la UE. Los políticos nunca pierden. Aquí es donde está el drama auténtico porque esto llevó a que la sociedad en su conjunto, los 4 estados del Reino, en cada casa se dividiera: el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija, la hija contra la madre y suegras y nueras ni se mirarán.

El punto más fuerte de Johnson es sentir que él encarna una misión, de momento nadie sabe cuál es esa misión, pero él si la vive, forja su alma. A esa misión suma una confianza plena en su baraka —legado de su bisabuelo turco—, que es un imán que atrae cosas positivas, energizantes. La baraka en verdad existe, no tiene que ver con que los astros se alinean. Contiene algo particular, se puede cultivar. Hace 30 años, trabajando en Bruselas, se convirtió a la religión de Maggie Thatcher, el euroescepticismo. Yo diría que es un estado emocional, motivador, que se transmuta en idea. La idea terminó transformada en una señal de identidad, en un estado de insatisfacción. La canciller Merkel dice esto (Aquisgrán, enero 2019): “La relación del Reino Unido con Europa fue siempre muy… inestable. No han participado en muchas de nuestras políticas. Siempre dicen: somos una isla y queremos más independencia. Para ellos Europa siempre fue esencialmente una zona de libre comercio”. Europa era continental, los británicos insulares, dos modos de vida diferentes, no incompatibles, distintos sí. Thatcher, siempre se debe recordar, en 1975, en el primer referéndum, abrazó con ardor la causa de Europa. Ya como primera ministra empezó a rechazar a la Unión Europea. ¿Cuánto tuvo que ver Ronald Reagan para que ella se apartara de su anterior posición? Pero no fue ella sola la que cambio, el Mercado Común Económico, también dio varias vueltas, se cambió de camisa, introdujo normas y reglamentos, se burocratizó, se hizo más posesivo y su presencia resultaba interfiriendo en asuntos internos de los países miembros. Gran Bretaña cuestionaba estas cosas, el tema Europa terminó siendo un motivo de disputa política entre tories y socialistas, del mismo modo que cuando los piratas se apoderaban de una nave enemiga y se repartían el tesoro entre ellos, dando paso a la francachela y el ron. Harold Wilson, laborista dijo no a Europa, Thatcher, conservadora dijo sí. Tony Blair, laborista dijo sí a Europa, David Cameron, conservador dijo sí, pero los halcones conservadores dijeron no y ganaron debido a las estrategias de Dominic Cummnings. Sin embargo, lo que parecía que se iba a ejecutar pronto, la salida, lleva tres años de negociaciones ásperas. Boris y su misión llegaron para tensar la cuerda. Ha sabido disponer todo para el asalto final. Sacó del gobierno anterior de Theresa May varios ministros, y colocó los suyos. Se ha rodeado de gente de línea dura, que no aceptan el Acuerdo de Retirada, firmado por May.

Entre estos últimos, figura un personaje que ha trabajado arropado por las penumbras y que es el gran arquitecto de los entresijos del brexit. Es de esos hardliner que se anclan en una idea y se torna inamovible. Va en la línea de Yanis Varoufakis, detestan los usos en vigencia, sus planteamientos no carecen de interés, asisten de camisa a las juntas. Varoufakis siempre anda en moto, tan ruidosa que creo despierta a Aquiles, hoy es diputado griego. Levantan enemistades por las posiciones que asumen, lo cual les importa una bellota. Este hombre sinuoso es Dominic Cummings, 48 años, dice en voz alta lo que piensa. Al exministro del brexit de May, David Davis, lo califica de “grueso como carne picada, flojo como un sapo y vanidoso como Narciso”. Ha trabajado con Michael Gove, otro duro contra Europa, uno de los goznes de Johnson. Para Cummnings todo es permitido —como en la lucha libre—, ¿usó Cambridge Analytica?, habla de prohibir los partidos políticos, se jacta de que el triunfo del Voto No cambió el curso de la historia europea, los que lo odian dicen que es detestable, para sus fanáticos es un oráculo. Es el polémico “cerebro” detrás de la victoria del voto a favor del brexit. En marzo 2019, el Parlamento británico lo declaró en “desacato” porque se negó a acudir para aclarar las mentiras durante la campaña de 2016 al brexit. Desde hace dos semanas Johnson lo contrató para Downing Street, esto no ha caído bien en los círculos opositores, que desconfían de sus actuaciones, pero es un torpedo para un acuerdo negociado.

Johnson busca cambiar las relaciones de poder que están en juego en la negociación. Lo ha dicho, y el Parlamento lo rechazó tres veces: no le gusta el Acuerdo de May, que no se acordó de la noche a la mañana, cree que es renegociable. ¿Cómo quiere lograrlo? Esto es lo que Gran Bretaña no sabe, tampoco en la Unión Europea hay claridad de hacia dónde se dirige. Cuando estaba en campaña habló de no pagar la factura de salida de la UE, acordada en 39.000 millones de libras en concepto de responsabilidades adquiridas, entre ellas las pensiones de los funcionarios británicos que han trabajado en el bloque comunitario. Es un mensaje ambiguo, como todos los suyos. Hay un plazo perentorio para acabar con el folletín brexit: día de las brujas, que es el que concita el nudo gordiano y causa de las divisiones e inquietudes, debido a que no hay un plan definido y preciso que diga qué ocurrirá el 1 de noviembre con un brexit sin acuerdo. Todos lo tienen claro —menos el primer ministro del Reino Unido—, [al parecer, supone que un brexit sin acuerdo no causaría serios problemas  financieros], y parece evidente, que habrá escasez de alimentos, de medicamentos, porque son importados de Europa continental, combustibles, puertos colapsados, colas interminables de camiones, desbandada de grandes empresas, quién puede decir que al día siguiente no sucederá —igual que en Argentina tras la debacle electoral de Macri— que la libra le vaya a hacer compañía al Titanic. O son unos terroristas los del Sunday Times publicando fake news solo para desorientar. Michael Gove desestima el informe del diario, “porque muestra el peor escenario posible”, dijo el 19 agosto, a las 8:30 a.m., Y para darle fuerza a este mensaje, el gobierno británico anunció que el secretario del “brexit”, Stephen Barclay, ha firmado la “orden de comienzo” que desencadenará el fin de la supremacía de la ley de la UE en el Reino Unido, el día 31 de octubre. Comienza formalmente la cuenta atrás para el desembarco del Día D, como se hizo en Normandía.

Se juega el todo por el todo Johnson. Él, lector ferviente de la Ilíada, donde aprendió de Héctor que el valiente lucha a pie firme, ya hiera o ya sea herido, de donde tomó su grito de batalla: hacer o morir, que convirtió en su santo y seña, que más que valentía denota una enorme irresponsabilidad, como lo deja ver un informe que salió a la luz —de la oscuridad tenebrosa de Downing Street— el 19 agosto, a las 7:50 a.m., llamado Operación Martillo Amarillo, que deja al descubierto las preocupaciones de los funcionarios públicos sobre el impacto de un No-Deal sin una planificación adecuada. Tal galimatías llevó a Philip Hammond y David Gauke, el 19 agosto, a las 11:00 a.m., a presentar otro plan —distinto al de Corbyn y Clarke— para evitar que Gran Bretaña abandone la UE sin acuerdo el 31 de octubre, tienen el respaldo de 40 parlamentarios conservadores. A este grupo, Johnson, encolerizado, ha llamado el “Escuadrón de Guerra-Gauke”. Dice que quita fuerza a sus argumentos de negociación y aparece en el momento menos oportuno, porque en la presente semana el primer ministro británico se encontrará con Angela Merkel y Emmanuel Macron, por separado, para unas conversaciones cruciales. Al fin dará la cara. Boris, el 19 agosto, a las 3:36 p.m., antes del encuentro, insta a los líderes de Francia y Alemania a “ceder” en sus actuales posiciones sobre el brexit. “El backstop (frontera irlandesa), simplemente no funciona, no es democrático”, dijo en un comunicado a la prensa y añadió, "quiero un acuerdo. Estamos listos para trabajar con nuestros socios para conseguirlo, pero si quieres un buen acuerdo para Reino Unido al mismo tiempo tienes que estar listo a irte sin ninguno". Desea renegociar un acuerdo que en Bruselas dan ya por cerrado.

La gran lucha de Boris Johnson estriba en hacer confluir las cosas para afianzarse en el poder. Su misión consiste en vender la idea de que él es el “único” que puede salvar a Gran Bretaña en esta hora aciaga y de que el “partido conservador no desaparezca”, por falta de un líder capaz de llevar al país adelante. Para lograrlo ha hecho grandes promesas, que es la fórmula de los populistas, tan denostados por los partidos tradicionales, que son presentados como el lobo que puede devorar el rebaño. Salvini en Italia es un diablo, Le Pen en Francia es luciferina, esos líderes de la Europa del Este, llamados Orbán, Kaczynski, Andrej Babis, que equivocan a sus pueblos —repudiados sin apelación por Merkel y Macron—, ponen en peligro la democracia, “los valores republicanos”, dirían en Francia. Pero el primer ministro de Gran Bretaña, que actúa como populista, es presentado al mundo como la gran solución de una de las naciones más importantes e influyentes de una geopolítica que navega entre aguas autoritarias y populistas que la alejan de una democracia robusta, sana, próspera, ¿era la más importante de los 28 Estados de la Unión Europea?

Por las dimensiones de las promesas hechas, a Gran Bretaña le aguardaría una situación que dentro de unos años la convertiría en una nación irreconocible, pomposa comparada con la de hoy. Desde que llegó al poder, tan pronto hace cuatro semanas, propone medidas comparables con las de la posguerra cuando había devastación por la conflagración ocurrida. Las medidas anunciadas pueden suponer 100.000 millones de euros en gastos que van a dejar vacías las cajas del Tesoro, disparar los ítems de deuda, empeñar el país e hipotecar a las futuras generaciones. En nombre de la misión que caprichosamente se le metió en la cabeza al primer ministro. Habrá menos impuestos para los ricos (con un coste de 11.000 millones de euros) para los más pobres también (13.000 millones de euros). Va a poner en las calles 20.000 policías más contratados para 2022. Theresa May había prometido cables de banda ancha para 2033, Johnson adelante la medida para 2025. Como en las cárceles no cabe un alma más, dijo que iba a construir nuevas para que reciban a 10.000 nuevos reclusos. Habrá dinero para hospitales, para reparar el déficit educacional. La investigación va a vivir una nueva edad de oro.

Por fin se acaba la larga década de austeridad, que George Osborne y David Cameron implantaron en Gran Bretaña. A partir de ahora, se aplicará la receta de Boris Johnson para el brexit: optimismo, la valentía y la audacia para saltar por un acantilado, esperando que abajo no haya rocas sino un fantástico colchón mullido, que la loca fantasía y la real irresponsabilidad se han imaginado. Míster Johnson, ¿dónde va a ir a parar la deuda nacional que, en 10 años, desde 2008, se duplicó? ¿piensa seriamente que el señor Trump le va a suministrar una buena parte de esa suma de dinero, que usted planea gastar alegremente, a cambio de nada y sin pedirle que le entregue el país a él? A Trump nadie lo para, ya quiere comprar Groenlandia; sería feliz viendo a Inglaterra como colonia suya. A Churchill le daría un síncope. Todo esto ha dado pie para que la oposición sospeche que semejantes dádivas hacen parte de un paquete de regalos costosos que se ofrecen en las campañas electorales y que pronto habrá nuevas elecciones. Dominic Cummings ya las anunció y dijo, además, que aplastarán a Corbyn. Este, el 19 agosto, a las 5 pm, ha dicho que “los tories de Boris Johnson están conduciendo al país hacia el abismo”, es urgente “parar esta desastrosa salida sin acuerdo” e invita a los diputados Remainer y a los rebeldes tory a “subir a bordo” en sus planes de apartar del poder a Johnson. ¿Es esto una revuelta contra el orden legalmente establecido?

Dudo que haya alguien en el globo terráqueo, con una dosis mínima de cordura, que crea una sola palabra de los ofrecimientos propuestos por Johnson, los mismos habitantes de la isla tienen que ser una legión de incrédulos. Nicola Sturgeon, la jefa escocesa, lo declaró a Spiegel que “este hombre” sería desastroso y que en su país Johnson no tenía el más mínimo grado de aceptación. La credibilidad que ofrece es frívola, deletérea, postiza, contradictoria, no tiene cómo sostenerse en pie. Es del todo imposible creer a un hombre dado a mitologizar lo trivial, fantástico en la tergiversación, “a distorsionar los hechos” (The Economist), que juega con los equívocos. Las cosas son como son. Un atardecer es un atardecer, no es un amanecer. El pensamiento, las creencias, los valores están sometidos a la tiranía de los medios, de su información sesgada. Te condicionan, te dirigen, te controlan. Te dicen que sí, que es un amanecer, así la noche avance lóbrega y encogida. Es muy difícil ver “el mundo como es hoy”, tal como proponía Nehru. Johnson se transformó, con el marketing de los medios, en el hombre increíble, agudo, verdaderamente talentoso. Ese aire estudiado de desgreño que le encanta exhibir, según los medios, corresponden a una mente superior. Lo que recubre esas descripciones es a un trolero, su sarta de trolas, en plena campaña por el brexit, se basaba en la estrategia de que “nada cambia” y que el acceso al mercado único europeo se mantendría. Está ahí, en los periódicos de antes del 23 de junio de 2016. La realidad deja ver que, al contrario, todo cambia, lo que hay es un berenjenal que ha montado la clase política británica. Cuando fue elegido primer ministro, un editorial de Hannah Jane Parkinson en The Guardian dejaba al descubierto la verdad: “Boris Johnson: el payaso es coronado mientras el país se quema en el infierno”. Tony Blair lo mira de esta manera: “lo más problemático es la relación de Johnson con la verdad: cada vez que BoJo da una explicación es trivial o es falsa”.

Las llamas del infierno en Gran Bretaña son muy altas. Los últimos 40 años no han dejado de crecer, de achicharrar a los que no están preparados para semejante deflagración. La desigualdad crece de año en año, la pobreza infantil se acentúa desde aquellos días en que la Thatcher, siendo ministra de Educación, suprimió la leche gratuita que se daba a los niños en las escuelas, porque le daba prioridad a los recortes del gasto público, las listas de espera para una operación quirúrgica son agotadoras, muchos mueren con la orden de ingreso en la mano, aulas escolares llenas, cárceles con sobrecupos donde la violencia y drogadicción imponen su ley, el cuidado de los ancianos se ha convertido en un sistema inviable, las enfermedades mentales aumentan, las empresas cada día anuncian más despidos de trabajadores por reacomodo y saneamiento de sus cuentas, qué va a pasar con las subvenciones de la UE que iban a parar a los ganaderos, agricultores, pescadores. El truco del “nada cambia”, significaba que todo esto seguiría igual, o regido por el dicho, cuanto peor, mejor.

Tal vez hay que aceptar algo molesto. Boris Johnson emerge de la ofuscación, lo estridente, de esa caldera del diablo que es la política británica. No sale de las cenizas que ha dejado el modelo neoliberal thatcheriano que quitaba protagonismo al Estado y lo dejaba todo al arbitrio del capital privado para que reinara sin límites y a sus anchas. Boris más bien conoció el fasto, la necesidad le era ajena, lo que pedía de inmediato lo tenía en su boca, solo vio brocados y organdíes. A lo mejor no podría imaginar lo que dijo el fantástico actor Michael Caine, nacido en Londres, 1933, entre una familia modesta, rodeado de carencias, que a él no le importan más bien lo edificaron y le transmitieron temple. Sin lamentarse cuenta “que en mi casa no había agua corriente ni electricidad”. La pobreza de Londres ha sido cíclica, recurrente, lacerante. Cuidado, porque nos podemos quedar en la opulencia de Meghan y Harry, y ahí si estamos merengados. Hay un instante importante, en el cual los brexiters no han reparado. Es en el momento de ingresar a la Comunidad Económica Europea (el nombre anterior de la Unión Europea), Inglaterra vivía una de sus peores crisis económicas.

En los años 70, al Reino Unido lo llamaban “el hombre enfermo de Europa”. Había poco dinero, y comparado con hoy, había mucha gente pobre. Se pasaban horas de angustia, la libra esterlina caía con fuerza, la industria no funcionaba porque estaba en reconversión, sufría el shock energético del petróleo, tenían un déficit por balance corriente y la única manera de salir de esa recesión fue con un rescate del FMI, como se hizo con Rusia en 1998, con Grecia en 2012, o con Argentina en 2018. El primer ministro de Gran Bretaña, en 1976 James Callaghan, aceptó sin protestar, las condiciones aplastantes que impone el FMI cuando hace ese tipo de préstamos.

Hoy en Gran Bretaña las cosas son parecidas a las de 1930, o 1975, hay densos nubarrones. Se vive el “hacer o morir” de Johnson, que parece un salto al vacío sin paracaídas, no hay seguridad de que el Reino Unido se mantenga unido. Sturgeon habla de la independencia de Escocia. El backstop irlandés es un acertijo de cuidado. Johnson, el 19 agosto, a las 8:00 p.m., evoluciona, parece conciliador, escribe una carta al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, “espero que nos retiremos con acuerdo”, dice la carta, pero reafirma que la salvaguarda irlandesa incluida en el acuerdo firmado por su antecesora, Theresa May, deber desaparecer porque es “inviable” y “antidemocrática”, ya que es incompatible con la “soberanía del Reino Unido”. Donald Tusk rechaza la alternativa al “backstop” de Boris Johnson, porque no constituye una “alternativa realista”. Agosto 19, 9:30 pm, Johnson habla por teléfono durante una hora con el primer ministro de Irlanda, Leo Varadkar, para pedirle que apoye la modificación del Acuerdo. Varadkar se afirma en su postura, “el contrato ya no puede abrirse”.

Agosto 19, 8:40 p.m., en Brégancon, Francia, se reúnen el presidente francés, Emmanuel Macron y el presidente ruso, Vladimir Putin. Macron habla de que Rusia vuelva a “reorganizarse en Europa”. Hay cordialidad, quieren encontrar puntos comunes. Hay discrepancias, no se logra avanzar demasiado en temas candentes como Siria o Ucrania. Este modelo de encuentro pueda que se repita en las reuniones que esta semana mantendrá Johnson, dentro de unas horas, con Macron y Merkel, muchas sonrisas, palabras bonitas y pocos resultados, o ¿solo buscan la foto? Macron y Putin hablan de juntar a la Unión Europea y Rusia. Quieren acercamiento; pero con Johnson se hablará de alejamiento. Unos entran, otros salen. Pero la historia no se detiene, avanza sin chistar, con la volatilidad por guía. El juego sigue: Boris Johnson no ha ganado el partido, la Unión Europea no lo ha perdido. El guion cinematográfico tiene mucha acción, suspense, es hora de que entre en acción monsieur Hércules Poirot, mago para desembrollar lo abstruso.

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