El pueblo al que le robaron hasta la suerte en el sur de Bolívar

El pueblo al que le robaron hasta la suerte en el sur de Bolívar

Magangué es más caliente que un día de plancha. No hay alcantarillado, el tráfico es un desorden y se han robado la plata, pero las fiestas se asoman

Por: Eduardo Menco González
agosto 26, 2022
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El pueblo al que le robaron hasta la suerte en el sur de Bolívar
Foto: Cortesía

Hace un tiempo apareció en la revista SOHO un artículo titulado “El placer de no viajar (o volver) a Magangué”. Básicamente los argumentos expuestos en ese ejercicio narrativo giraban en torno a la condición de fealdad del municipio.  Como era de esperar, muchos magangueleños se indignaron y promovieron la idea de que al autor se le considerara persona no grata. Han pasado muchos años y la sensación parece ser una especie de confirmación de lo escrito por aquel “columnista”, de quien se rumoró en su momento había escrito aquellas palabras a partir de una muy mala experiencia en la tierra del bocachico.

Los que habitan el pueblo (adentro y afuera) no terminan por acostumbrarse al estado deplorable de sus calles; a sus barrios sin pavimentar; a sus necesidades básicas insatisfechas; a la ausencia de alcantarillado y los consecuentes olores molestos que se generan; a una plaza de mercado caótica: desordenada y nauseabunda; a una señalización vial muy precaria; a instalaciones públicas, como colegios, en muy mal estado; a un servicio de salud pésimo; y, como si fuera poco, a un desorden en el tránsito vehicular parecido, en términos de la confusión, a una “Torre de Babel”, donde todos hablan y ninguno se entiende. De seguro el panorama termina siendo más desalentador si agregáramos otros elementos, especialmente al girar la mirada hacia los corregimientos.

Pero el cuadro de insatisfacción no quedaría completo si no se tiene en cuenta el inclemente calor que se padece en la segunda población más importante del departamento de Bolívar: temperatura que se ha convertido incluso en motivo de chistes y burlas, como cuando Carlos Vives en algún momento lanzó la expresión “más caliente que un día de plancha en Magangué”; o cuando algún pescador cualquiera le respondió al turista que en realidad el pueblo debería llamarse “Fogongué”.   Del calor nadie tiene culpa, es cierto; pero ni a Romero Pereira, ni al difunto Paduí, ni a Marcelo Torres, y mucho menos a Arcesio Pérez o a Jorge Alfonso López se les ocurrió diseñar una política ambiental que permitiera mitigar, al menos, un poco la perturbadora sofocación.  Ya sabemos que en algunas circunstancias predominaron las políticas del miedo y del saqueo.

Al magangueleño se le considera un ser alegre, espontáneo, acogedor, cálido, servicial, trabajador, pujante y, especialmente, festivo. Quizás por ésta última cualidad es que ha terminado acostumbrándose a vivir en medio de las dificultades que se padecen y en medio de una situación que, al parecer, no da tregua.  De hecho, en la administración del actual alcalde Carlos Cabrales alias “Negrito Mondao” (exmondao como ahora le dicen), se tiene la impresión que el contexto “no da pa más”.  Pero de seguro la idea será apaciguada con el advenimiento de las fiestas que se asoman con la llegada de los “bre”: el olvido reinará y razón tendrá Napoleón una vez más con su ya conocida expresión “pan y circo”. Con esto no quiero decir que la fiesta sea negativa, es solo que en pueblos como Magangué ayudan muchísimo para que aquella frase de su himno “ciudad cosmopolita”, sea solo eso, una simple frase.

¿Cómo se entiende que Magangué siendo gobernado por sus propios hijos, esté en una condición tan lamentable desde hace tanto tiempo? ¿A qué hijo no le gustaría ver a su madre y hermanos bellos y radiantes? Muchos de esos hijos han migrado bajo la idea provinciana de estudiar “en la capital” para salir adelante, regresar al pueblo y ofrecer lo mejor de sí.

Sin embargo, tristemente la realidad es totalmente adversa. Ese ideal de trabajar (nacional, departamental y localmente) para que la tierra se convierta en próspera de la mano de esos profesionales que se han ido y regresado, se ha constituido más bien en una oportunidad para ellos y no para el pueblo propiamente.

Sabemos que la mayoría de alcaldes y políticos que ha tenido Magangué en las diversas esferas han aprovechado su condición de poder para enriquecerse, perdiendo aquel horizonte del servicio y del sentido último de todo ejercicio político: el bien común. Es triste, por ejemplo, saber que personajes como Yamilito Arana, ya con tan corta edad esté envuelto en presuntos actos de corrupción (OCAD Paz); o personas como Karen Cure, por citar otro caso, no haya podido alcanzar, en la última contienda electoral, los suficientes votos después de haber sido por dos períodos nuestra representante, ¿qué le pasó? ¿Acaso el trabajo que hizo no fue suficiente?

En fin, pudiéramos citar a muchos otros, muchísimos; los mismos (de seguro) que un día se fueron viendo al pueblo como lo describió la revista SOHO, como si se tratara de una profecía que se actualiza año tras año, elecciones tras elecciones, políticos tras político, corrupción tras corrupción y cuyos responsables tendrán que vérselas con la historia y el destino como lo hizo Nerón que mató a su madre y Caín que asesinó a su hermano.

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