Como al viajero el tiempo se le va en mirar, admirar y tomar fotos como loco, casi nunca le queda tiempo para cumplir con el itinerario programado.
Pero en Boyacá, sabedores de esto, crearon el Pueblito Boyacense, un lugar para visitar que alberga una réplica de pueblitos como Monguí, Villa de Leyva, Tenza, Ráquira, Sáchica y El Cocuy.
El propósito inicial al construir esta población fue mantener vivas las costumbres, los saberes, el folclor y la tradición de una región colombiana que está tejida en historia y que es permanencia de las manos creativas de artesanos en las más diversas disciplinas.
Entrar en este espacio es ver como los que lo habitan hicieron del color un derroche para que cada callecita, cada casa, deslumbrara al visitante por su arquitectura y también por el colorido que embelesa a quien se desliza por sus pequeñas avenidas llenas de plantas florecidas y propuestas visuales que enamoran.
En ninguna otra parte se puede sentir más el cariño que la gente profesa a la ciudad que habita. El preciosismo de los adornos; el color, que más que puesto sobre las paredes para enlucirlas es como una caricia pigmentada según el gusto de quien en ese espacio vive.
Es allí, en el Pueblito Boyacense, en el que uno se olvida del agite citadino, de los pitos que ensordecen la cotidianidad de las ciudades, de las carreras sin rumbo, del ruido ensordecedor de las urbes que nos acosan y desesperan.
Otro agregado a su favor que tiene este Pueblito Boyacense es la gran cantidad de artistas que lo habitan. Fue precisamente recorriendo sus vericuetos que me encontré con una hermosa casa que me llamó la atención. Está ubicada en la Plazoleta Monguí y en ella vive un artista que la amabilidad se sale de su cuerpo.
Se llama Luis Alfredo Rojas Calderón: no es muy alto, pero tiene una gran estatura artística. Ojos claros, cabello que lleva en cola de caballo y una gentileza que comparte con quien se acerca a su espacio que lleva el nombre de “Cueros artísticos LARC” Trabaja el cuero con pasión y con él crea obras maravillosas, impactantes, hermosas.
Yo, que pregunto más que un catecismo, no podía desaprovechar aquel ser humano que me permitía una buena charla, sencilla, sin ínfulas de artista.
Me dijo que era de un pueblo que se llama Tibirita, municipio cundinamarqués y que fue en el Sena donde, gracias a un convenio entre Colombia y España, se formó como instructor en la especialidad de repujado en cuero actividad en la que estuvo como docente por varios años. También pinta al óleo.
De sus exposiciones mejor no mencionarlas porque hay una gran lista de lugares en los que su trabajo ha sido admirado y aplaudido.
Me dijo también que El Pueblito Boyacense tiene 7 plazoletas y que cada una representa un pueblo de Boyacá de los que en épocas anteriores ganaban el concurso del pueblo más bonito cada año.
En los inicios el pueblito tuvo carácter de vivienda social y condicionado a que sería para artistas y artesanos exclusivamente.
Pero sucedió que en aquella época el lugar estaba retirado de la parte urbana, no tenía vías de acceso ni servicios públicos.
Como los habitantes eran artistas y vivían de su oficio, empezaron a sentir que estaban casi aislados y se les dificultaba tener entradas económicas. Esto obligó algunos a vender las casas, a otros se las embargaron o se las remataron y finalmente se cerró la urbanización; duró cerrada como unos cinco años.
Luego que se reabrió el lugar empezaron a vender las casas a particulares y los nuevos propietarios siguieron terminándolas. Para que hubiese control cada plazoleta tiene una cartilla arquitectónica que impide que se pueda construir, sobre todo en la parte externa, sin que esté aprobado por el Consejo de Administración y esto tiene que ir a la curaduría de Duitama y de Tunja porque este espacio quedó como patrimonio cultural del Departamento.
A medida que se fueron organizando los turistas empezaron a llegar y en un lapso de unos 5 años más o menos se pasó de 5 mil turistas a 230 mil. Hoy son muchos más los turistas que llegan hasta este lugar, solo que la pandemia obligó a una interrupción inesperada, pero ya los turistas están llegando nuevamente.
El oficio de repujar
Ante mi inquietud por saber sobre su oficio me invitó a su taller, sacó unas pieles y empezó a darme una charla sobre su actividad con la que construye hermosas obras sobre pieles de ganado que a lo mejor alguna vez pastó en potreros cercanos.
Extendió un trozo de piel y dijo: “para que hacer una obra se utiliza: humedad, presión, calor y color. Todas las obras son pintadas a mano. Aquí también hago encargos corporativos: para la Policía, para Municipios etc.
Sacó también una pequeña herramienta que llama “modelador”, y me fue explicando el proceso que finalmente termina en una obra. Se hace la figura que se quiere obtener en plastilina, y se va modelando el cuero estando húmedo.
Cuando se termina el trabajo queda el molde, pero hay que tener en cuenta que es un trabajo de paciencia, mucha paciencia y entender uno que es lo que está haciendo.
Cuando se ha concluido la pieza repujada, debido a la plastilina, queda la parte posterior hueca, y entonces se hace una masa de serrín y colbón, y rellena ese espacio hueco para que el cuero y la figura realizada no se deforme.
Sin esa “alma” de serrín y colbón, el cuero podría deformarse. Es decir, se bajaría el relieve. Si no se desea este relleno se utiliza resina. Y por último se pinta la pieza. Y entonces me mostró un trabajo recién hecho.
Vi un horno en su patio y quise saber en qué parte del proceso del repujado lo utilizaba a lo que me respondió: “No: ese es para atender a los amigos cuando me llaman temprano” a lo que respondí: “Permítame, maestro, Manuel Tiberio Bermúdez, un servidor y amigo más”. La carcajada de ambos cerró la conversación.