“Que los divierta su madre” gritó Luis Ospina cuando su médico le confirmó que sufría del corazón. Las angustias, los desvelos, las deudas que había contraído por hacer cine en Colombia le dispararon la presión arterial. El público prefería las comedias con Leslie Nielsen o el Gordo Benjumea. El circuito comercial no le daba un solo resquicio a todos aquellos que como él no querían hacer comedias baratas sino crear una obra sólida. Los padecimientos de Soplo de vida, su último largometraje, lo debilitaron pero a la vez lo volvieron más hábil: de ahora en adelante toda su producción dependería de la pequeña cámara que había comprado en Estados Unidos. La distribución la haría el mismo. Costos mínimos, riesgo mínimo, libertad absoluta.
El público colombiano, oscilante entre la ignorancia arrabalera y el esnobismo académico, hace rato le dio la espalda a su propio cine. El estreno en Toronto de La mujer del animal ha sido ninguneado por los tres medios que se ocupan de los estrenos en este país. Los pocos críticos que ha dejado la radiación, en una actitud que incita a cachetearlos con un guante de mierda, han decidido por unanimidad que Victor Gaviria fue el creador de las novelas sobre narcos. Para ellos Rodrigo D no es más que la película que popularizó la palabra Gonorrea y no el primer filme que retrató a una juventud que estaba destinada al No Futuro, un retrato cinematográfico de tal fuerza que para Bernardo Bertolucci ha sido “Uno de las películas más hermosas que he visto”.
Esa injusticia para con el poeta de Buscando tréboles y Los músicos se ha vuelto a repetir, 25 años después, con Los nadie, la devastadora ópera prima de Juan Sebastián Mesa un paisa que ni siquiera había nacido cuando Gaviria empezó a rodar Rodrigo D.
Cuentan que en el pasado Festival de Cine de Cartagena los “especialistas” fruncieron el ceño cuando anunciaron que Los nadie abriría el evento. La historia de un grupo de malabaristas de las comunas de Medellín, que planeaban mochilear por Latinoamérica, les parecía que no era más que “Puro cliché, lugar común”. Al verla fueron inmunes a la insolente belleza de La mona, del poderío incontrastable del Pipa, de la ternura del Mechas. Los nadie es un filme inclasificable que se escapa con pasmosa naturalidad de lo previsible, del chantaje emocional, que, sin frialdad, asume una distancia respetuosa con sus personajes y es por eso que fácilmente cae rendido a los pies de estos muchachos que son los mismos que están parados en los semáforos y que, por la maldita resolana del mediodía, no vemos.
Rodada en 10 noches, con siete meses de preproducción buscando el billete para ser estrenada, galardonada en Venecia como mejor ópera prima, el esfuerzo de Mesa, quien apenas tiene 26 años, es probable que se vaya al garete por culpa de un público
Anoche fui a su estreno. En el Cine Colombia de la calle 100 la función de 7 y 20 estaba prácticamente desierta. Me cuentan que en la Avenida Chile ocurría lo mismo. El poco público con criterio que podía tener esta obra maestra estaba siendo premiada anoche por Proimágenes. Hoy se irán a rumbear, el sábado estarán enguayabados, el domingo ven las series de rigor y el lunes en la mañana, después de un fin de semana agitado, Los nadie amanecerá muerta. Otra película asesinada en la primera semana por culpa de un público ignorante y prejuicioso.
El único camino que le quedaría a Mesa es el de obtener un éxito arrollador por fuera, ser validado por el gringo, por el europeo y ahí si ser reconocido por el pretenciosito de universidad que posa de intelectual porque alguna vez vio el tráiler de Ciudadano Kane. Eso fue lo que convirtió a El abrazo de la serpiente, quien antes de haber recibido la nominación al Óscar, fue vista por 50 mil espectadores y sacada en tres semanas y después de haber recibido la bendición de la Academia fue repuesta por Cine Colombia y vista por más de 150 mil personas. De resto, son pocos los caminos que le quedan a un artista como Mesa que en vez de estar disfrutando el haber hecho una de las grandes películas de la historia del cine colombiano, está pensando de dónde va a sacar los recursos para continuar su carrera.
Es responsabilidad nuestra, como público, impedir que la obra de Juan Sebastián Mesa se frustre. Eso sería una tragedia nacional. Una tragedia que a nadie le importa.