Don Jacinto es un campesino curtido que se acerca a los setenta años. Vive con su esposa Blanca, compañera de toda la vida en la finca de cuatro hectáreas que heredó de sus padres. Aquí creció y aprendió el oficio del campo. Aquí sufrió también como sus padres los avatares de la violencia y el abandono del Estado. Aquí nacieron sus cuatro hijos, de los cuales solo uno se quedó para ayudarle con las labores de la finca, los demás se fueron para la ciudad, “dizque a buscar un mejor futuro”, dice con incredulidad. A pesar de las dificultades y necesidades que pasa no cambia su vida por nada. “Aquí quiero morir y ser enterrado” declara con firmeza.
Don Jacinto, habla despacio, con la sabiduría que dan los años y el desapego. Lo poco que tiene, es para sus hijos y esposa. Con un asomo de esperanza y duda, celebra que antes de morir la guerra haya terminado. No le interesa si hubo o no ganadores, lo único que le importa es saber que sus nietos podrán vivir en paz y quizás tener una vida digna y mejor. Anhela el día, cuando el Estado finalmente les dará la mano para superar todas las vicisitudes que los afecta. Siente rabia e impotencia cuando se refiere a la corrupción, el que considera el mayor problema de la patria, y sueña con una Colombia en paz y prospera.
Esta historia de vida, simple y honesta, es la misma de miles de campesinos que han entregado su vida al campo con amor y compromiso decidido. Es la historia de miles de colombianos que anhelan la permanencia de la paz y un mejor futuro para sus hijos y descendientes. Es la historia de gente sencilla, pero sabia, cuyo corazón grande y generoso no tiene espacio para el rencor o la venganza. A su manera, entienden que la paz es un derecho universal y que su prevalencia no puede condicionarse a ningún interés mezquino o vengativo. Es también la voz de los millones de compatriotas que identifican la corrupción y demagogia política como los mayores obstáculos para alcanzar una vida digna y más justa.
La firma de los acuerdos de paz con las Farc y la posterior desmovilización de los milicianos ha traído esperanza a los miles de colombianos que viven en las zonas donde el conflicto se vivió y sufrió de cerca. Zonas donde se cometieron los peores crímenes contra la vida y la dignidad humana por parte de todos los actores activos de la guerra. Pero, para que esta esperanza se convierta en una paz duradera, es fundamental iniciar el proceso de reconciliación y transformación que conlleve a la superación de la polarización del país y al diseño y ejecución de las reformas y programas que inicien la superación de las causas que dieron origen a los grupos guerrilleros y al conflicto.
El posconflicto y la consolidación de la paz constituyen sin duda uno de los mayores retos que afronta la sociedad colombiana en los últimos setenta años. El otro, es la derrota de la corrupción, la inequidad y la impunidad. Perpetuar la guerra es fácil y conveniente para los pocos que viven de ella, consolidar la paz es tarea ardua y paciente. Acabar la corrupción, la impunidad e inequidad es igualmente difícil, pero sin ello la paz y el progreso seguirán siendo una ilusión.
Ningún sector social o grupo político puede por sí solo adelantar y realizar con éxito estas dos inmensas y críticas tareas para el bien del país. Debemos entender que la polarización pone en grave riesgo la consolidación del proceso de paz y por lo tanto la viabilidad de una Colombia equitativa, incluyente y moderna que pueda salir del subdesarrollo. El peligro de la polarización no es que resurja el conflicto armado con las Farc, el verdadero peligro es que el inicio de la transformación del país que anhelamos se siga retardando indefinidamente.
Inevitablemente, como sucede casi siempre en las coyunturas complejas, a los retos enunciados anteriormente se adiciona el proceso electoral del 2018, cuyo resultado definirá la historia de Colombia para los siguientes treinta o más años.
Los escenarios que se pueden vislumbrar son básicamente tres:
- Coalición del Centro Democrático y grupo conservador liderado por Andrés Pastrana: El Centro Democrático acaba de elegir a Iván Duque Márquez como su candidato a la presidencia, descendiente de padre político y con abolengo, quien logró derrotar a un peso pesado como Holmes Trujillo. Sin embargo, sus posibilidades dentro de la coalición son precarias y dependen básicamente de qué tanto del liderazgo de Álvaro Uribe le pueden transferir. Podría decirse que es un desconocido para la mayoría de nacionales. En cambio, su contrincante, Martha Lucia Ramírez, tiene una hoja de vida fulgurante y sus capacidades intelectuales y gerenciales han sido probadas en múltiples cargos y escenarios. Su posición frente a los acuerdos de paz ha sido crítica, pero no destructiva, contrario a la postura del uribismo. Además, su condición de mujer le podría otorgar una ventaja frente a Iván Duque, en un momento donde las mujeres han y están ganado importantes espacios en la sociedad colombiana. Su lealtad no parece ser con las personas, sino con las ideas y programas. De llegar a la presidencia, si es coherente tendría que adelantar las reformas que el país necesita para acabar con la situación de inequidad, corrupción e impunidad que caracteriza al país, coincidiendo en varios puntos con lo acordado con las Farc. Su margen de maniobra sin embargo estará definido por la composición del congreso que le toque.
- Partido Liberal, con Humberto de La Calle como candidato, se juega la posibilidad de llegar a la presidencia del 2018. Si bien, de la Calle Lombana, representa una línea progresista, el deterioro del partido Liberal juega en su contra. Sin duda cuenta con la capacidad y formación necesaria para liderar el posconflicto y su perfil negociador podría contribuir a reducir la polarización creada por el Centro Democrático en torno a los acuerdos de paz. Sus posibilidades reales dependerán de que tan exitoso sea en acercarse más al pueblo. Es un intelectual liberal, pero le falta ascendencia con la base del electorado. Sin duda terminará haciendo coaliciones, pero solo después de la primera vuelta. De llegar a la presidencia, debería proactivamente, adelantar las reformas necesarias para la transformación del país en el posconflicto. De nuevo, los grados de libertad y logro de su gestión dependerán grandemente de la composición del Congreso.
- Colombia Humana, con su líder indiscutible, Gustavo Petro, sigue disputando el primer lugar en las encuestas con Sergio Fajardo. Ambos candidatos plantean programas de corte social, sin comprometerse con la izquierda. Tanto Petro como Fajardo son defensores del proceso de paz. Ambos han decidido inscribir sus candidaturas mediante la opción de firmas, separándose de los partidos en los que han militado. Ambos son candidatos preparados y con experiencia en la administración pública de las dos principales ciudades del país, Bogotá y Medellín. No obstante, sus orígenes y trayectoria política son bien diferentes. Petro viene y representa la base electoral, Fajardo no. Petro ha combatido con decisión la corrupción, la impunidad y la desigualdad sin caer en la retórica marxista. Quizás por esto, Petro ha sido calumniado y atacado permanentemente por los sectores conservadores y de ultra derecha. Gustavo Petro tiene la capacidad y convicción para transformar y guiar al país en el posconflicto. Como Jorge Eliecer Gaitán en su tiempo, Petro representa el mayor fenómeno político de Colombia en la última década. En cualquier coalición será el candidato. Y para bien de Colombia, debería ser el próximo presidente. Sus afines naturales en una alianza deberían ser Claudia López, Clara López, Fajardo y Robledo y de pasar a la segunda vuelta, Humberto de la Calle. Falta ver si el electorado colombiano tiene la madurez suficiente para apostar por el cambio.
En cualquier circunstancia, hay tres elementos incontrovertibles. Primero, la polarización del país, orquestada desde la demagogia y la mentira en torno a los acuerdos de paz por el Centro Democrático, la cual se les está volviendo un bumerán que en cualquier escenario los impactará negativamente. Segundo, la depuración y renovación del congreso es condición sine qua non para asegurar un trayecto exitoso del posconflicto. Tercero, el próximo presidente de Colombia será uno de coaliciones.