Desde los orígenes de la humanidad, la tarea de formar a las nuevas generaciones para que se integraran a la sociedad le correspondió a los papás y a su grupo familiar. Así lo hicieron los aborígenes sin necesidad de instituciones oficialmente constituidas y casi lo mismo sucedió en estas tierras durante el periodo de la Colonia. Luego se fue expandiendo la formación escolar y universitaria, para tratar de encajar, con el servicio de los profesores, las verdades oficiales en la mentalidad de los estudiantes. Pero en las últimas décadas las cosas se han complicado porque, mientras existe en la población mundial un deseo por defender el derecho a pensar por cuenta propia, el sistema socioeconómico dominante de inspiración capitalista quiere seguir controlando lo que se enseña y a la masa poblacional, con el propósito de conservar el estado de cosas injustas e irracionales.
Ciertamente estamos ante un enorme problema porque, si deseamos lo mejor para la juventud, debemos orientarlos hacia los valores como la libertad y el compromiso social, pero las burocracias internacionales y nacionales lo que buscan es el máximo control posible de los sujetos, en lo mental, digamos, mediático o educacional y la regulación institucional de todas las actividades cotidianas de los ciudadanos.
Hay que reconocer que el éxito controlador alcanzado por las corporaciones y las instituciones se lo debemos a la aparición de las burocracias “modernas” y al deseo de los capitalistas por llevar los principios de eficiencia industrial a todas las otras esferas de la vida social. Se lo debemos por ejemplo a hombres como Frederick Taylor quien comenzó a estudiar los tiempos asociados con actividades laborales y desarrolló el concepto de tarea. Luego Fayol definió el acto de administrar como planear, organizar, dirigir, coordinar y controlar.
Entonces mientras tratamos de defender nuestra manera de sentir y de pensar la existencia, los medios de comunicación, el sistema educativo, los ministerios tratan de controlar nuestros pensamientos y los comportamientos de acuerdo con los parámetros de las expertocracias. Como van las cosas ya casi nos dicen “No trate de pensar, nosotros le decimos lo que tiene que hacer. Usted solo aprenda a seguir las normas y esté atento al llamado de nuestras industrias del entretenimiento”.
Entonces si todo lo piensan o deciden los expertos de las entidades jerárquicas y los objetivos de los agentes sociales son el dinero y el divertimento, ¿para qué un profesor si las escuelas o las universidades del internet con Zoom, Youtube y WhatsApp se ocuparan de preparar a los nuevos peones que trabajaran por contratos de prestación de servicio?
Para los cavernícolas del neoconservatismo uribista, hay que acabar con los profesores porque perturban a los jóvenes con ideas peligrosas y porque la modernidad nos indica que hay que seguir creando nuevos planes de estudios virtuales de pacotilla. Por ese camino, no vamos a buen puerto, como ya nos lo enseñó la pandemia, que la educación de calidad se da en el contacto entre personas.
Aunque algunos profesores se den ínfulas de expertos o analistas, el verdadero formador de gentes es sencillamente una persona que estudia de manera constante y que trata de comprender el mundo para poder generosamente, transmitirle a los demás los mejores saberes. Pero cada día, como tantos otros profesionales, tienen que afrontar el despiadado afán regulatorio de los todo poderosos círculos de eruditos que se esconden en las burocracias de demagogos pedagógicos.
El profesor no puede ser tratado como si fuese un simple muñeco de ventrílocuo, encargado de reproducir al milímetro los planes de estudio diseñados por los sabios, porque debe ser una persona feliz, capaz de transmitir una visión optimista de la vida, su amor por el conocimiento y debe tener la posibilidad de actuar en libertad para poder aprender de sus yerros y sus aciertos. Por eso no parece lógico seguir creyendo en el cuento de la formación en innovación, la creatividad y la democracia, que predican en algunas instituciones al tiempo que se somete a los docentes a la disciplina para perros con las estructuras curriculares fantasiosas que tras la aplicación de las matrices de análisis imput - output lo que esconden son una buena dosis de nuevos prejuicios sociales.