El viaje a Ghana, donde daría una conferencia, sería eterno. Primero fue esperar diez horas en Migración de El Dorado hasta que las autoridades comprobaran que estaba absuelto de cualquier acusación de terrorismo. Después tomar un nuevo avión hasta Panamá para que, en plena escala, la policía panameña ignorara el fallo absolutorio de la Corte Suprema de Justicia. El pasado sábado 12 de octubre, durante veinte horas, no se supo nada de él. Sus familiares volvieron a pensar en que lo peor había vuelto a pasarle.
La primera vez que estuvo preso fue en una manifestación de la Central Unitaria de Trabajadores en los alrededores de la Universidad Nacional en donde, en 1988, hacía sexto semestre de Sociología. Estuvo encerrado durante cuatro meses pero en el fragor de sus 24 años vio la experiencia como positiva ya que conoció a guerrilleros de las Farc y del M19 que le ayudaron a entender mejor el conflicto colombiano.
Fue profesor de la Universidad de Antioquia y de la Distrital en donde también se graduó de licenciado en Historia. En la década del noventa, antes de ser invitado por la Universidad Autónoma de México a hacer allí un doctorado, Beltrán se internó en la selva colombiana buscando hacer contacto con los cabecillas de las Farc, organización sobre la que estaba haciendo una monumental investigación. Así conoció a Raúl Reyes, Alfonso Cano y Manuel Marulanda Vélez.
Esas fotos que alguna vez se sacó con los jefes guerrilleros fue el principal argumento que tuvo el gobierno de Uribe para emitir una orden de captura en su contra. Sucedió en mayo del 2009. Beltrán llevaba viviendo dos años en el D.F y quería regresar a Colombia. Antes de hacerlo necesitaba renovar su visa. Fue a Inmigración acompañado de su esposa y de su abogado Jorge Becerril. Allí, sin previo aviso, fue sacado del lugar esposado y con una capucha negra en la cabeza por la puerta trasera, subido a una Van plateada y conducido hasta el Aeropuerto Internacional Benito Juarez y extraditado a Colombia. Al llegar al Dorado el presidente Alvaro Uribe dio el parte de victoria: “Ha caído alias Jaime Cienfuegos el terrorista más peligroso de las Farc”. Las acusaciones surgían a raíz de una información que había sido encontrada en el computador del abatido líder de las Farc Raúl Reyes.
Dos años vivió entre setenta y tres paras, guerrilleros y sicópatas en el patio cuatro de la Picota. Por su peligrosidad solo tenía derecho a una hora diaria de sol. Dos años tardó una jueza especializada de Bogotá para absolverlo delos delitos de rebelión, concierto para delinquir agravado y financiación de grupos terroristas. Si había hecho contacto con los líderes guerrilleros era para escribir su libro Las Farc 1950-2015, luchas de ira y esperanza. Salió libre pero el viacrucis seguía.
Un fallo de la Procuraduría en el 2014 le impidió ejercer cargos públicos durante trece años. Su cátedra de Trabajo social en la Universidad Nacional estaba cerrada. A pesar de la autonomía que goza la institución educativa el rector Ignacio Mantilla hizo efectivo el dictamen de la Procuraduría. Profesores de la Nacional como Jaime Arocha y Fabián Sanabria azuzaron el fuego contra él desde sus columnas de opinión de El Espectador. El profesor Gustavo Duncan hizo lo propio en El Tiempo.
El Tribunal Superior de Bogotá, a pesar de que se había demostrado tres años atrás lo contrario, condeno a Beltrán a ocho años de cárcel por rebelión. Se encaletó durante un año viviendo de lo que le pudieran llevar sus amigos. Por consejo de sus amigos y sus abogados se encaletó en una casa en Chapinero durante un año. Fue detenido por un retén de la Policía en julio del 2015 cuando iba con su familia a registrar a Kenai, su hijo menor, el que nació mientras él estaba preso en La Picota. Otra vez volvió al patio cuarto, a tomar el agua amarillenta y los alimentos podridos que caracterizan a este establecimiento penitenciario y que a la postre terminó arruinando su dentadura.
Un año y tres meses duró su tercera detención. Cuando anunciaron su liberación el pasado primero de septiembre los reclusos del patio cuarto celebraron como si fuera una victoria propia. El pensamiento crítico no es delito rezaban las pancartas que habían escrito los presos.
Cuando creía que todos los fantasmas habían quedado atrás surgió éste nuevo imprevisto que le impidió cumplir sus obligaciones académicas en Ghana. Sus familiares volvieron a pensar que lo meterían de nuevo preso, ésta vez en una cárcel en Panamá. Pero sólo fue un susto: el domingo 13 de noviembre regresó al país a las nueve y treinta de la noche, extenuado y amargado. Su único pecado ha sido convertir a las Farc en su objeto de estudio.