Algo de historia
El puerto de Tumaco fue centro de la cultura que lleva su nombre desde el siglo V a.c. Por allí transitó Francisco Pizarro en 1532, con 180 hombres a conquistar el Perú. Un documento de 1605, guardado en el archivo de Sevilla, descriptivo de la Costa Pacífica, dice que Tumaco era un buen puerto de toda providencia, habitado por españoles e indios.
Entre 1756 y 1760 Fray Juan de Santa Gertrudis O.F.M., en su obra Maravillas de la naturaleza, describe a Tumaco como un pueblo ubicado en una playa aislada de media legua de larga y menos de la mitad de ancho, que tenía iglesia, plaza con palmar, cura párroco y teniente gobernador, habitado por 60 familias que comerciaban al sur con Ecuador, Perú y Chile y al norte con Panamá. A fines de 1790 y principios de 1791 el capitán Alejandro Malaspina, en su obra “Un Viaje Científico Alrededor Del Mundo”, afirma que en Tumaco había una población de españoles e indios dotada de diferentes especies de provisiones.
Realmente los habitantes isleños eran indígenas, descendientes de españoles y negros que eran hábiles marinos, buenos pescadores y expertos comerciantes. Por Tumaco pasaba el oro de Barbacoas e Iscuandé a España, en los barcos que volteaban por el Cabo de Hornos o por Panamá, y de los cuales recibía las mercancías europeas.
Establecida la República, la ciudad extendió sus contactos por el mar Pacifico y las tierras andinas. En 1830 fue instituido como puerto aduanero y en 1894 elevado a calidad de provincia con el nombre de Rafael Núñez, por haber residido allí este presidente en su juventud. En el gobierno de Rafael Reyes obtuvo categoría de departamento.
A mediados del siglo XIX italianos, españoles, franceses, ingleses, alemanes y chinos establecieron en la ciudad factorías comerciales, atraídos por las materias primas exportables a sus países de origen: cacao, caucho, arroz, níspero, tagua y maderas.
Se produjo el intercambio comercial en barcos procedentes de los países europeos y norteamericanos, que traían mercaderías para los nuevos ricos asentados definitivamente en el puerto. En 1870 arribó a la ciudad por el Cabo de Hornos el vapor mercante Amme de bandera británica.
A finales del siglo XIX Tumaco contaba con una clase social formada del mestizaje entre extranjeros y raizales.
En la última década del siglo XIX llegaron a Tumaco los misioneros Agustinos Recoletos llenos de entusiasmo religioso, que fueron acogidos alborozadamente por la comunidad costeña.
Estos misioneros organizaron el culto católico, construyeron iglesias, centros educativos y ejercieron la acción social en cumplimiento de la Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII que reivindicaba los derechos de los pobres y de los trabajadores ante el desaforado capitalismo explotador. Con el apoyo económico y las donaciones de terrenos fundaron en el año 1907 el colegio Sagrado Corazón para señoritas, regentado por las monjas Bethlemitas.
Durante este tiempo finisecular Tumaco adquirió prosperidad, por la exportación a las naciones europeas y a los Estados Unidos de grandes cantidades de materias primas, que permitió que hombres de industria y comercio internacional pensaran en el progreso regional, el servicio social, el telégrafo, la telefonía local, las escuelas primarias, los medios de salubridad, la adecuación del puerto, el servicio de cabotaje, la colonización de tierras para el cultivo de productos exportables, la organización de la administración provincial y municipal y en la construcción de hermosos edificios, para darle sentido a la vida y a la humanidad del Pacifico, pues les preocupaba el desarrollo social y el bienestar de las generaciones futuras.
Personajes inteligentes y de espíritu cívico como don Francisco Benítez Cortez y don Francisco Juan Márquez, dotados de una mentalidad progresista, procuraron el desarrollo de los pueblos de la Costa, formando una juventud instruida en técnicas y ciencias adquiridas en universidades nacionales y extranjeras.
Al efecto, fundaron la biblioteca municipal; construyeron el Hospital San Andrés, El Palacio Municipal, El Club Tumaco, el Edificio de la Aduana Nacional, La Iglesia de San Andrés; erigieron las estatuas de las heroínas Rosa Zárate y Policarpa Salavarrieta; embellecieron La Plaza Nariño y El Parque Colón donde instalaron las respectivas estatuas de estos próceres.
Para la voluntad altruista de los pioneros la Costa Pacífica debía forjar su cultura de las propias experiencias y realidades tropicales. Había que describirla, precisarla y vivirla en actos y obras, como especial tarea de transformación educativa. Percibir inteligentemente el universo, la llanura boscosa y el mar en su inmensidad, ritmos y potencias en íntima relación con el alma humana para alcanzar la conciencia de la vida, era el propósito de esas personas.
Para ellas la educación dirigida franqueaba la imperecedera cultura del hombre que enseña a pensar, a estudiar la ciencia, a descubrir la realidad, a investigar, a emplear métodos que condujeran al conocimiento de los principios que rigen la existencia humana, la naturaleza y el universo.
Aspiraban a que el hombre del Pacífico recibiera la instrucción integral que requería de la orientación de un buen educador que le inculcara el conocimiento de la realidad, de los conceptos y de las formas, y le enseñara a percibir las imágenes del entorno, y a comprender, saber y transcender el orden físico y sobrenatural. La fuerza de estos ideales produjo la conciencia de buscar soluciones a los problemas reflejados en el devenir de las experiencias, de las realizaciones y de las insuficiencias.
Se necesitaba hallar el camino y la identidad propia que recogiera la creciente vivacidad vernácula y la integrara en una acción, un pensamiento y un sentimiento común. En el fondo se trataba de realizar una hazaña de formidable decisión, fe y esperanza. Había que descubrir el alma autónoma de la personalidad social para formar una nueva calidad humana, en unas tierras que quedaban muy lejos del mundo europeo bien informado, pero cada vez más distante de sí mismo.
Los dirigentes de Tumaco, representados por don Eladio Polo Arias, Presidente del Concejo Municipal de la ciudad, Francisco Benítez Cortez, Francisco Juan Márquez, Alejandro Najar, Moisés Escrucería Salinas, Daniel Escrucería Mallarino, Alcides Doat, Gabriel Manzi Gallo y el padre Gerardo Larrondo, estudiaron la posibilidad de traer un pedagogo europeo para que pusiera en vigencia el proyecto educativo de la Costa del Pacífico, en Tumaco, para la época de principios del siglo XX, existía un Vicecónsul del imperio alemán, y a él acudieron después de discutir si pudiera ser inglés, francés o alemán el rector de tan noble institución.
En Alemania la instrucción pública era de gran nivel cultural. La educación primaria y secundaria y sus colegios y escuelas especiales estaban bien organizados. La enseñanza tenía carácter obligatorio y constituía en su conjunto un modelo de organización; la había rural y urbanas sostenida por las municipalidades. Las autoridades elegidas por los ciudadanos mantenían la organización y administración de los planteles educativos.
La educación era obligatoria y gratuita, pública y privada y la enseñanza superior voluntaria y pagada. Se ingresaba a la escuela a los seis años y se terminaba a los catorce. Por eso el educador elegido debía ser un alemán católico, íntegro en su intimidad y en su conducta pública, que supiera conducir y transformar las aspiraciones humanas.
No debía ser un recopilador de conocimientos y de experimentos de crudeza positivista, ni imbuido de la explotadora revolución industrial, ni atiborrado de datos científicos que rechazaran las preocupaciones por las verdades espirituales. Se necesitaba un intelectual que asimilara las investigaciones de los laboratorios, las observaciones de la naturaleza, los razonamientos críticos; un espíritu humano que escrutara la incógnita existencial y comprendiera la vida del hombre y la naturaleza cósmica como procedentes de la creación divina.
Entrado en trato con el gobierno alemán la selección recayó en el pedagogo Max Seidel Kraustwurst nacido en Leobschüetz, Alta Silesia, el 7 de enero de 1882 en tiempos de la unificación y creación del Imperio Alemán por Otón Eduardo Leopoldo Von Bismarck, primer Canciller del Imperio y del gobierno del emperador Guillermo I, cuando declinaban los principios burgueses de libertad y economía y se manifestaban las ideas socialistas revolucionarias.
El señor Seidel había realizado sus estudios secundarios en la “Escuela Superior de Pedagogía” donde cursó además matemáticas, física, química y lenguas, habiendo obtenido el título de Rector de segunda enseñanza. Prestado el servicio militar obligatorio como teniente de la caballería prusiana, obtuvo el nombramiento de director del Colegio de Señoritas de Berlín. Encontrándose en ejercicio de este cargo fue contratado por la municipalidad del Puerto de Tumaco, para lo cual el gobierno alemán le concedió licencia indefinida. El señor Seidel era un joven de 29 años que viajó con destino a la costa pacífica colombiana, el 9 de septiembre de 1911, merced a su cara vocación pedagógica.
Proveniente de una cultura de planicies, cimas y mixturas germanas, el señor Seidel atravesó el Atlántico, cruzó el incipiente canal de Panamá y llegó a unas islas legendarias del Pacifico americano, el 2 de noviembre de 1911, en un periplo asombroso no de colonización, sino de entrega intelectual a estos pueblos ávidos de conocimientos universales. De Panamá se desplazó por mar para empezar la gran labor educativa, en la ciudad que habría de ser su patria definitiva, portando material didáctico, una básica biblioteca y laboratorios de física y química.
El señor Seidel emprendió su actividad educativa en el hermoso edificio de dos plantas, con mirada al mar y provisto de alumnos sin exclusión de razas.
El profesor Max Seidel se caracterizó desde el mismo día de su llegada por ser un hombre de una personalidad definida, sereno y sencillo, conversador hasta los límites de sus propios conocimientos sobre temas y personas y en dicha reunión se le puso en contacto con su equipo de colaboradores inmediatos en sus labores pedagógicas: Evangelista Cruz quien sería a partir esos momentos subdirector de la Escuela Pedagógica, la escuela anexa quedó en la responsabilidad del señor Salomón Salazar maestro de escuela superior.
Para las enseñanzas de lenguas y matemáticas hizo presencia el señor Pablo Bernardo Winnant estas designaciones fueron hechas después de las presentaciones y prolongados diálogos por el mismo señor rector Max Seidel que también vinculó a sus colaboradores.
La historia señala que a partir de ese momento se dieron los mejores comportamientos y aciertos en el proceso educativo, el distinguido educador no tenía momentos de descanso por su propia dedicación de tiempo completo a su trabajo pedagógico y en su lugar de residencia ubicado en el sector de la calle Márquez y disfrutando en la libertad de hombre soltero y sin compromisos dedicando sus momentos libres a interpretar notas musicales en su violín instrumento musical de su preferencia y el piano, además que sorteaba con gran facilidad los apetitos de romances insinuaciones respetuosas de delicadas damas y pasaron largos 4 años de gran proyección y logros estructurales en el total aprovechamiento de las enseñanzas pedagógica por parte de quienes estuvieron bajo la rectoría educativa de Max Seidel.
Pero la crisis de los imperios y el decaimiento del impulso burgués produjeron la beligerancia de las naciones europeas y dieron inicio a la primera guerra mundial. El señor Seidel, no llevaría tres años en su misión educativa cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1915. Debido a su rango de sargento de la caballería prusiana, debió presentarse a Cartagena para que desde allí fuera transportado en un buque italiano al frente de batalla, en compañía de otros compatriotas que estaban en Suramérica. Cuando iban atravesando el Atlántico, Italia declaró la guerra a Alemania, y los tomaron como prisioneros de guerra en el puerto de New York.
Desde allí fueron llevados al campo de concentración de la Isla de Mann ubicada en el mar del norte entre Inglaterra e Irlanda. Finalizada la primera guerra mundial, una vez liberado, regresó a Alemania donde recibió la condecoración de la medalla del Buen Soldado, debido a los servicios educativos prestados a los conciudadanos en cautiverio.
Empero nada le consolaba de la grave situación de su país; contemplaba horrorizado su destrucción y sometimiento a la tiranía de los vencedores, que le impusieron gravosa carga económica en las cláusulas claudicantes del tratado de Versalles. No era la Alemania que había dejado en 1911, sino un país destruido social y económicamente. Era la época de la Constitución de Weimar social demócrata, del descontento revolucionario y de la formación de las ideas totalitarias que convertirían a Alemania en el gobierno nacional socialista nazi.
Era el año de 1921, y se configura el regreso de quien inició el rescate imperioso de la agónica institución educativa de la sociedad tumaqueña para el resurgir en una nueva institución educativa como el Liceo Tumaco; los cambios de Max Seidel en el aspecto físico no se vieron, era el mismo señor y el mismo porte de elegancia, si fueron notorios sus cambios de nivel de profesional de la educación porque de inmediato proyectó los adelantos progresivos de la educación europea para aplicarlos con tranquilidad y decoro en su nuevo universo educativo.
El fuerte impacto de las ideas socialistas y del concepto de la decadencia de occidente, que hacían estragos en la Europa de postguerra, no debilitaron el impulso educativo del señor Seidel por el arraigo de su fe católica, que veía en el hombre una unidad de cuerpo y espíritu transcendente. Su misión pedagógica fue cumplida satisfactoriamente, apropiada para las soluciones que necesitaban los asuntos sociales, económicos y políticos de la región. Los estudiantes egresaban con los conocimientos suficientes para las labores que la sociedad requería y pletóricos de ideales que despertaban el sentido intelectual de la vida humana.
Max Seidel se caracterizó por la dimensión de su obra y la vivacidad de su enseñanza. Fue un hombre misionero de alta cultura. Su dedicación era completa; su aspiración formidable, su fe admirable y su cultura extraordinaria. Fue un formador de la cultura del Pacífico, de temple moral y psicológico, en medio de las dos tremendas guerras mundiales, de incendios destructores, y de carencias económicas de los que se libró por su amor pedagógico y su espíritu altruista. El señor Seidel era una totalidad humana que se entregaba en servicio generoso y desvelado.
Vivió su época entre dos mundos opuestos: la contrariedad materialista que atosigaba a occidente y la espiritualidad que buscaba el infinito divino para salvarse de las tristezas de la vida con la alegría del deber cumplido, que limpia el alma de toda superficialidad. Educaba para el porvenir de unos pueblos juveniles, alejados de Europa. Así desarrolló un ideal intuitivo del porvenir. Su jornada de trabajo era desde el amanecer hasta el anochecer, cuando se distraía con la musicalidad armoniosa de su piano de cola.
El señor Seidel culminó su obra después de cuarenta años de labor continua. Cuando muere deja todo un proceso de constante creatividad y unas motivaciones espirituales en el alma del hombre del Pacífico colombiano. Su obra actualmente adquiere validez para la comprensión de lo que es ésta gran región y su ámbito cultural. De ella se sigue extrayendo la sabiduría de los principios y el quehacer del fecundo pensamiento. La vida de la sociedad del Pacífico sur colombiano con él se elevó intelectualmente, haciendo del hombre una nueva realidad humana.
Hay en la costa pacífica colombiana una nostalgia cultural, que lleva el ser humano en el sentimiento de admiración de lo clásico y en la aspiración a lo universal, como una premonición de lo eterno y perdurable. Se sienten ciertas armonías espirituales de gloriosos reflejos metafísicos, provenientes de la perenne creatividad del gran pedagogo alemán.
Al señor Seidel en vida no se le otorgó el reconocimiento por su gran labor educativa. Cuando el profesorado tumaqueño le hizo un sentido homenaje, dijo: “Yo he cumplido simplemente con mi deber. Y un hombre que cumple con su deber no merece mayor homenaje que el reconocimiento de su labor realizada.”
Murió el señor Max Seidel el 16 de noviembre de 1.958, rodeado de su esposa doña Emma Márquez de Seidel, sus hijos y familiares. Con esta ausencia, Tumaco jamás fue el mismo. Alemania y Colombia le deben el homenaje al gran educador, cuya memoria merece estar en el pedestal de los hombres insignes.