El procurador Ordóñez y el bibliocausto

El procurador Ordóñez y el bibliocausto

Por: Marco Antonio Bonilla
enero 21, 2014
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"A mí lo que más me importa es salvar mi alma"
Alejandro Ordóñez

En un parque de su natal Bucaramanga, la noche del Trece de mayo de 1978, día de la virgen, el actual procurador Alejandro Ordóñez, participó en un ritual de quema de libros en el cual, el fuego devoró obras que él, su compañero Hugo Mantilla y otros miembros de la organización San Pío X, consideraban un atentado contra el canon de la iglesia católica. Ante la mirada iluminada de algunos chiquillos, Ordóñez arrojó a las llamas libros de García Márquez, Rousseau, Marx y una Biblia protestante.

De Ordóñez, el hombre más poderoso de Colombia se saben muchas cosas. Se conocen sus orígenes, ambiciones políticas, su sectarismo y facilidad para la ironía; se sabe de su militancia en los Legionarios de Cristo, que es gregario de la orden lefebvrista, Caballero de la Virgen y de la legión de la legitimidad proscrita; que ha tejido una red de alianzas y amistades en las altas cortes y el Congreso; también es público su gusto por la polémica. Otros detalles de la vida de Ordóñez son menos conocidos como que es un hombre casero y diabético; que los domingos juguetea con su perra Martina porque pocos amigos tiene; que le teme a las agujas y le encanta el veleño con queso. Su vida es un rompecabezas que, como toda biografía, carece de algunas piezas. Poco se sabe por ejemplo de aquella noche de hogueras en mayo de 1978, en los estertores del gobierno del ‘mandato claro’, el cuatrienio de López Michelsen, cuando en Colombia a los presidentes se elegían por cuatro años.

Ordóñez hizo carrera desde su natal Santander hasta su actual posición. Hijo de un galletero bumangués, fue antes que un hombre del derecho un hombre de la política. Lo sigue siendo. Militó en las juventudes conservadoras antes de estudiar ciencias jurídicas y ser elegido concejal de su ciudad natal por el partido Conservador, con 28 años. De allí da el salto al poder judicial en calidad de magistrado del Tribunal Administrativo de Santander y consigue su traslado a Bogotá como consejero de Estado. Como presidente de ese organismo, en un acto de suma elocuencia, Ordóñez cambió el cuadro de Santander por el de un crucifijo. Luego vino la demanda al director de la revista SoHo por una imagen que incluía un desnudo en una representación de la Última Cena. Un hombre polémico sin duda. Las discrepancias con un amplio sector del país le han acompañado en estos últimos años de vida pública.

El episodio de las brasas ardientes de hace casi 35 años, es una de las fichas faltantes del rompecabezas de la vida del procurador. Recién elegido en 2008 en al ser interrogado al respecto por la agencia Colprensa declaró: “hay una serie de tergiversaciones, de caricaturizaciones de hechos ocurridos hace 30 años”. Lo cierto es que ‘El Legionario’ órgano informativo de la sociedad San Pío X que organizó el evento, alentaba a los bumangueses a llevar periódicos, revistas y libros pornográficos o corruptores, como un acto de desagravio a la virgen. Hace algunos meses, la revista Semana publicó una fotografía en la que se veía a un hombre, muy parecido a Ordóñez, vestido de traje y megáfono al hombro avivando las llamas. Tenía 23 años y toda una vida pública por delante.

Su pasado como practicante tardío de la quema de libros o bibliocausto, no es algo con lo que el procurador Ordóñez se sienta cómodo. No obstante, la quema de libros no sólo ha sido una constante histórica, sino que forma parte de la tradición católica que defiende el destacado funcionario.
Dicha tradición se construyó sobre la edificación de un canon y la destrucción sistemática de textos considerados en contravía de la versión oficial de la autoridad romana. A lo largo de su historia, la Iglesia católica quemó libros paganos, hebraicos, musulmanes, cátaros, literarios y marxistas. El Nuevo Testamento es el resultado de una carta de Pascua de Atanasio el obispo rebelde de Alejandría quien en el año 367, exigió a la comunidad eclesiástica destruir todos aquellos escritos no ajustados al canon. De esta forma se eliminaron evangelios apócrifos y gnósticos de la biblia, hasta que en el Sínodo de Roma del año 382, se aprobó la versión definitiva que conocemos hoy.

Durante las cruzadas, fueron arrasadas algunas bibliotecas como la de Trípoli, que en 1099 fue quemada por los vencedores católicos tras una dura batalla. Los estantes de la biblioteca estaban ocupados por innumerables trabajos de medicina, matemática y filosofía aristotélica, junto a textos coránicos y la Hadith, los dichos del profeta Mahoma. Siglos después en la Florencia del finales del siglo XV el carismático y paranoico fraile Girolamo Savonarola, confeso perseguidor de la sodomía, impuso en el corto tiempo en que logró expulsar a las autoridades de la ciudad, las ‘hogueras de las vanidades’ en las cuales eran arrojados a las llamas textos que él consideraba perniciosos, nocivos para el alma de un católico. El cuerpo estrangulado de Savonarola sería consumido por maderos ardientes tras la retoma de Florencia por los Medici y su obra condenada a formar parte del Index Librorum Prohibitorum.
Este índice que con distintos nombres acompañó la historia de la tradición católica, apuntó hasta su desaparición en 1966, hacia un cuerpo de libros y lecturas considerados nocivos para la fe. Formó parte de la estrategia de contrarreforma, para purgar las bibliotecas de todo aquello que negara la existencia de Dios, oliera a luteranismo o calvinismo o que atacara el nombre de la virgen María. La lista era sancionada por el Papa quien podía ordenar el ingreso o salida de algún título. En la lista estuvieron incluidos textos de Rabelais, Copérnico, Descartes, Montesquieu, Kepler, Spinoza, Rousseau, Kant, Victor Hugo, Marx, Zola, Balzac y Sartre.

Algunos nombres incluidos en el Index Librorum Prohibitorum también fueron arrojados a la hoguera esa noche de mayo de 1978 en que el procurador Ordóñez llevó a cabo su propio ritual de purga. El fuego, considerado sagrado en muchas religiones como el Hinduismo o el Zoroastrismo Parsi, en el contexto católico no es bien visto y está excluido de sus sacramentos y rituales, exceptuando los autos de fe. Ordóñez no hizo otra cosa que seguir con esa tradición católica, la cual defiende en público y en privado, y que trasluce en algunas de sus polémicas posiciones ante ciertos temas de la agenda nacional, como el matrimonio gay, la anticoncepción y el aborto. El suyo fue el equivalente contemporáneo a un auto de fe.
Lo que sucedió aquella noche fue una declaración de principios. La quema de libros es un acto que suele ser público y como tal es político. Regímenes de distinto signo político han acudido a la destrucción sistemática de libros. Ya forman parte del imaginario de la cultura popular las distintas campañas emprendidas en Alemania y Austria, por el ministro de propaganda Nazi Joseph Goebbels, para quemar obras poéticas, filosóficas y científicas consideradas antigermanas. No obstante, la Unión Soviética también recurrió a la destrucción de ciertos títulos considerados contrarios a los principios éticos y estéticos del realismo socialista. Cerca a casa, durante las dictaduras que asolaron el Cono Sur del subcontinente latinoamericano, libros de García Márquez, Dostoievski, Eduardo Galeano y Pablo Neruda, fueron presa del fuego purificador del Estado militar.
El Procurador escogió un parque para llevar a cabo su polémico auto de fe. No es claro si era consciente de las consecuencias del acto. Ante la publicación de la fotografía por Semana, el tema volvió a la superficie de la opinión pública. Ordóñez no dio declaraciones frente a su relación con la imagen, pero nunca ha negado su participación en el fuego sacrificial de aquella ya lejana noche del trece de Mayo de 1978.

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