Hablar de la historia política de Colombia en los pasados cincuenta años es hacer referencia a una secuencia de procesos de paz inconclusos, de unos líderes sin el coraje y la imaginación para romper con ese círculo vicioso de privilegios, de instituciones sin el poder y capacidad de hacer cumplir las leyes y un Estado que no ha podido promover ni realizar las reformas que están exigiendo el nuevo milenio.
Nuevamente otro proceso de paz, sin poder vencer la resistencia de los mismos actores de siempre que se oponen a la paz. Esto hace que el proceso se desarrolle en un ambiente de poca credibilidad y mucha desconfianza en el gobierno, entre otras cosas por el malestar social existente, en una población que continúa exigiendo la presencia del Estado
Una vez más, unos acuerdos de paz que levantan expectativas de una salida pacífica del conflicto y un cambio. Sin embargo, su cumplimiento e implementación, están pasando por serias dificultades, que no es posible pensar por ahora en un post conflicto y una transición a la democracia.
Parece ser que no se ha aprendido la lección de los pasados procesos, se pretende seguir adelante sin eliminar los obstáculos que están impidiendo avanzar. Dentro de los más notorios sobresalen tres que están afectando seriamente al proceso de paz.
El primero tiene que ver con las limitaciones de carácter intelectual y de cultura política que se observa en la sociedad colombiana. Una de sus manifestaciones, es esa dificultad de la población para comunicarse, escucharse y entenderse, que ha impedido construir y mantener un dialogo democrático. Con esa dificultad el Estado ha manejado las relaciones con la ciudadanía por años. Las necesidades y problemas de las comunidades siguen sin resolverse, creciendo la inconformidad, que es reprimida con el uso de la fuerza y la violencia, sin otra respuesta institucional
El segundo es estructural, referido a la incapacidad del Estado para materializar los contenidos teóricos de la Constitución de 1991. Esto es, promover y realizar los cambios que permitieran a Colombia definirse, como un Estado social de derecho, democrático, participativo, pluralista, que se funda en el respeto de la dignidad humana y la prevalencia del interés general. Hoy se está frente a un Estado, que no ha asumido el protagonismo de la modernización y del progreso y ha seguido refugiado en la hipertrofia y el conservadurismo, negando a Colombia la posibilidad de situarse en el siglo XXI.
El tercero considerado como el mayor obstáculo para avanzar, tiene que ver con sus líderes y el sistema político imperante. A cada intento de resolver el conflicto pacíficamente con la apertura de espacios para la participación política, la respuesta ha sido la violencia. Uno de los desafíos de los acuerdos de paz es romper con esa estructura de poder que se articula en una clase política parasitaria, que se nutre de los recursos del Estado. Responsable del debilitamiento de las instituciones y despojo de los valores y principios éticos en que se fundan. Propiciadora de la corrupción, el nepotismo, gamonalismo y violencia. Es de esta forma como se ha perpetuado en el poder manteniendo sus privilegios.
Existen unos factores externos que han influido negativamente en los procesos de paz. Por años el país ha sido objeto de coacción, a fin de que adopte las políticas económicas neoliberales de ajuste estructural: reducción del gasto público, imposición de nuevas cargas fiscales, la liberación del mercado y la privatización. Es así como el capital transnacional ha venido acumulando riqueza y se ha apropiado de los bienes y recursos del país. Además de fomentar la corrupción, la destrucción de la naturaleza y provocar conflictividad social. El Plan Nacional de Desarrollo es un claro ejemplo de la implementación de esas políticas. Un plan que fue excluido de las mesas de negociación de los acuerdos de Paz.
En ese escenario se desarrolla el actual proceso de paz que constituye la mayor dificultad para dar cumplimiento a los acuerdos. El país no resiste por más tiempo la acumulación de tanta injusticia, exclusión y violencia, que está afectando la salud mental de la población. Colombia ha vivido bajo una anormalidad, donde la vida perdió todo valor; el daño y el sufrimiento son una constante, como la violación sistemática de los derechos humanos. Si de verdad existe una voluntad y un interés serio de sacar adelante el proceso de paz tiene que ser en otro escenario, uno que posibilite contar la historia de Colombia de otra manera.
Pensar en otro escenario, es trasladar el proceso de paz a un contexto donde la confianza y credibilidad se pueda restablecer, el cumplimiento de los acuerdos esté garantizado y se den las condiciones para un post-conflicto y la transición a la democracia.
Esto es posible a partir de un cambio de aptitud y de comportamiento, entendido como, la capacidad de asumir las consecuencias del conflicto y ser consciente del daño causado, reconociendo y aceptando responsabilidades. Es de esta forma como se empieza a construir una cultura de dialogo democrático y de paz, basado en valores, en el respeto de la dignidad humana y el bien común.
De igual manera se tiene que empezar por reconocer y aceptar que “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”, un compromiso y un esfuerzo colectivo. Es asumir el proceso de paz como una oportunidad única y los acuerdos, como los instrumentos que van a permitir construir una Colombia en paz para las futuras generaciones.
No se puede hablar de otro escenario sin nuevos actores, con la rectitud, la creatividad y la capacidad de visionar una Colombia diferente, más humana y sostenible. Si bien los acuerdos de paz están abriendo espacios para la participación, estos tienen que ser para propiciar un cambio generacional de políticos, que se distancien de ese sistema en el que las decisiones son tomadas para favorecer intereses políticos y económicos.
Así mismo se tiene que dar visibilidad a las organizaciones y los movimientos sociales (mujeres, trabajadores, campesinos, indígenas, estudiantes) y al trabajo que realizan reconociendo su papel proactivo en la construcción de la democracia y en la defensa de las injusticias, desigualdades o exclusiones. Lo contrario es tolerar que se siga con los crímenes en contra de sus líderes, bajo el manto de la impunidad.
Colombia es una nación multicultural y multiétnica, conformada por distintas identidades y pueblos originarios con sus propias formas de pensar y proyectos de vida. Es a partir de este reconocimiento como puede ser definida Colombia. La inclusión y participación de estos pueblos es fundamental para una salida pacífica del conflicto y la reconciliación.
Fortalecer y depurar las instituciones para cumplan con su función de respetar el Estado de derecho y estén en la capacidad de asumir la implementación de los acuerdos es una oportunidad para consolidar y modernizar el Estado y mejorar la imagen de Colombia.
El gran desafío para un nuevo escenario son las elecciones generales a celebrarse el próximo año. No obstante haberse blindado los acuerdos para que sean respetados, no deja de existir una incertidumbre sobre su futuro, que dependerá del resultado de las elecciones. Un motivo de preocupación es el actual sistema político que no garantiza la transparencia de los procesos electorales. De no da darse una reforma, la continuidad de los mismos actores de siempre en el poder estará asegurada, quienes tendrán en sus manos el destino del proceso de paz y de los acuerdos en los próximos cuatro años.
En ese contexto inconcluso está inmersa Colombia, atrapada en un letargo que le impide direccionar el proceso de paz, con una población mayoritaria en actitud de espera, creyendo que la paz es una responsabilidad exclusiva del gobernante. En un Estado sin la imaginación y la capacidad para despertar el interés por la paz.
Salir de esa situación y avanzar es apropiarse del proceso de paz como lo que debería ser. Un espacio para la participación ciudadana que se funda en principios democráticos, con un interés común, poner fin a la violencia. Llevar a la práctica este ejercicio de participación ciudadana es iniciar con ese diálogo democrático, que ha estado pendiente durante todos estos años.
Para que se de ese dialogo, se tiene que empezar por una movilización social con capacidad de convertiste en un gran movimiento por la paz. El respeto, la libertad, la dignidad y creatividad, valores fundamentales inherentes al ser humano tienen que estar presentes. Es de esta forma como se puede construir y definir la Colombia del futuro.
En conclusión, Colombia no puede dejar pasar esta oportunidad única de alcanzar la paz, no hay más espacio para otro proceso inconcluso. Se tiene que reconocer y asumir que se ha empezado a recorrer ese difícil y largo camino, que los pasos son lentos, pero lo importante es seguir adelante sin parar, si quiere construir futuro de verdad.
Estas reflexiones sobre el proceso de paz son una contribución para la apertura de ese diálogo democrático que ha está requiriendo Colombia desde hace cinco décadas.