Los cuatro evangelistas (Marco, Mateo, Lucas y Juan), intérpretes piadosos de la pasión de Cristo, les proporcionaron a los historiadores, pese a sus diferencias y contradicciones, el material necesario para entender por qué en el proceso de Jesús se plantearon, con protuberante evidencia, las complejas relaciones entre la ley y el poder, entre los deberes institucionales y los rencores subjetivos, entre la grandeza de un ser superior y la incomprensión de sus jueces. El solo desplante de Poncio Pilato cuando Jesús no le respondió de dónde fue oriundo, reveló la enmarañada urdimbre de esos vínculos y el salto que el versátil gobernador dio para condenar a quien, según los judíos, se pretendió Hijo de Dios y tenía, por eso, que morir crucificado.
La descripción de cada evangelista, y en parte los textos de Tácito, Filón, Josefo, Apuleyo y Domiciano, mostraron el interés histórico que sus consideraciones llevaban implícito. Ningún acontecimiento de grandes dimensiones políticas y sociales, humanas y religiosas, se rastreó tanto y con tanta ansiedad como el juzgamiento adelantado contra el Genio del Cristianismo. Tenía que ser tan estudiado, analizado y valorado como el personaje que le dio origen. Desde el primer suspiro de Belén hasta el último sollozo del calvario, pasando por los momentos culminantes de la sabia prédica y la detención en el huerto de Getsemaní, el ejemplo de Jesús fue un itinerario de sacudidas revolucionarias.
Poncio Pilato, que fue un convencido de la inocencia de Jesús, sabía que los emperadores rechazaban las presiones populares en favor de los condenados: les irritaba la conmiseración a que tiende en esos casos el alma colectiva. No menos contrarios a la inflexibilidad de los jueces eran los judíos. Pero en los juicios de crucifixión el procedimiento era medularmente romano. La discreción con que los sumos sacerdotes consumaron la detención de Jesús y consiguieron su comparecencia ante el pretorio, facilitó la procedencia de las acusaciones políticas. En Jerusalén, como en Roma, el Tribunal Imperial y el Senado preferían los juicios sin público y sin su algarabía. Las causas políticas no se apartaban, en esencia, del móvil que las inspiraba y los fines que perseguían.
Los gobernadores del imperio gozaban de una cierta discrecionalidad, de una cuotica de autonomía, y solían, por tanto, jugar más a la política y a la diplomacia que a la aplicación estricta del derecho creado por sus sabios. Otro privilegio inherente al poder y a sus hilos conductores. Los gobernadores anteriores a Pilato, desde los días de Augusto, se distinguieron por la cautela con que conducían sus relaciones con los gobernados, particularmente en Judea. Pilato, menos sensible que sus antecesores, dudó de la significación política de Cristo y su actitud postrera ante la presión de los sumos sacerdotes y los escribas pudo ser, tan solo, una liberalidad con ellos, pues en nada justificaba un eventual conflicto la salvación de un forastero proveniente de Galilea.
En Jerusalén, como en Roma, el Tribunal Imperial y el Senado
preferían los juicios sin público y sin su algarabía
Las causas políticas no se apartaban de los fines que perseguían
La misión de Jesús en la tierra hizo que sus respuestas al interrogatorio, o su silencio ante determinadas preguntas, ameritaran su condena por contumacia. Negar el cristianismo, o asentir ante afirmaciones de quien interrogaba apoyándose en ellas, era causal de perdón. Pero no solo Jesús, sino infinidad de cristianos que entre la muerte y la apostasía escogían la muerte, se resistían a la renunciación para morir con dignidad. Contumaces o confesos, iban a la cruz soportando las torturas. Uno a uno, contribuían a la consagración de un hito histórico que cambiaría por completo las tradiciones y las creencias de un mundo conocido después como pagano, indolente y equivocado, y adorador de falsas deidades.
Históricamente, el proceso de Jesús no podía satisfacer los deseos compasivos de sus discípulos y admiradores, quienes desde otra perspectiva pensaban que la injusticia del juzgador, o sus concesiones políticas a los oráculos del imperio, le restaban imparcialidad al curso y al contenido del proceso. En eso coinciden los evangelistas y concluimos los cristianos que conocemos el significado religioso de la Pasión. Si algún secreto tuvo la conducta remisa de Cristo ante Pilato, lo supo la humanidad entera el Domingo de Resurrección.