Ahora queda claro que muchos de los que votaron por el No lo hacían no porque querían un nuevo acuerdo sino porque definitivamente querían exterminar militarmente a las Farc. Uribe sabía eso y por eso le apostó al sofisma, a la desinformación, a los vericuetos verbales para que, en medio de la confusión de su discurso, quedara claro que él sería un hombre de guerra hasta el final de sus días.
Por sabernos interpretar como nadie antes lo había hecho, Uribe fue elegido en el 2011 como el Colombiano Más Importante de la Historia. La gran mayoría de los uribistas son hombres entre los 35 y 45 años que vivieron la época en la que Pablo Escobar importó de España los carros bomba, en la que era normal matar candidatos presidenciales y hacer estallar en el aire aviones comerciales. Las películas que veían de niños eran las sagas de Vengador Anónimo protagonizadas por Charles Bronson en donde se justificaba la justicia por mano propia y los Prisioneros de guerra en donde Chuck Norris devastaba a punta de balas de Minigun a los salvajes comunistas de Vietnam del Norte. La muerte y la violencia se normalizaron en esa generación. Criados a punta de Belisario, Virgilio Barco y Reagan, todo lo que viniera de la Unión Soviética, China, Cuba y los llanos del Yarí era satanizado y odiado sin compasión.
Cuando los primeros informes señalaron que Yahir Klein y otros mercenarios israelitas habían sido traídos por Rodríguez Gacha y otros mafiosos para dizque defenderse de la guerrillas en el Magdalena Medio, esos niños escucharon el silencio de sus padres ante las masacres en Segovia, en Turbo y echar voladores al viento porque les dieron chumbimba a los cuatro mil muertos de la UP. El demonio comunista había quedado exorcizado.
Uribe acogió las súplicas de la generación X
que le imploraban guerra eterna
Uribe acogió las súplicas de la generación X que le imploraban guerra eterna. No crean, nada despierta más el macho que lleva enconadas un país ignorante que invocar las confrontaciones armadas, sobre todo cuando son los pobres los que ponen los muertos. Por eso no necesitó maquinaria para convencer a la mitad de este albañal que era mejor no negociar con bandidos, con narcoterroristas, palabras que usó recientemente al felicitar al nuevo presidente de los Estados Unidos de América.
Trump ganó con la misma fórmula. Trump no sino Stephen Bannon, el extremista que convirtió al magnante estrambótico en el fenómeno de redes más arrollador en las dos décadas que llevamos de internet. Como Goebbels o José Obdulio —primo de Pablo— fue llevando paso a paso a un hombre al que los comentarios de miembro del Ku Kux Klan, de violador voraz, de dictador barriobajero no le restaron votos sino al contrario, le valieron que la mitad de los Estados Unidos se identificara con él simple y llanamente porque es todo lo que un gringo promedio aspira a ser. Algo parecido al sueño colombiano que es hablar como un patrón de finca, tener guardaespaldas y pasear los fines de semana en purasangres de dos millones de dólares.
La historia de Colombia es el colchón en el que descansa tranquilo el líder del Centro Democrático. La historia le ha enseñado que en un país adicto a la desestabilización y a la violencia no existe mejor campo para una ideología política que las promesas de una guerra eterna. Así el nuevo acuerdo pase en el Congreso, sin necesidad de una refrendación popular, Uribe sabe que siempre quedará la posibilidad de la de la calumnia, de las mentiras, de la cizaña entre militares. Nada más fácil que un pueblo gobernado por pastores evangélicos para proyectar futuros tan aterradores como el que nos gobierne una mujer, un marica o un comunista.
Somos los paras que lloramos la muerte de Escobar. Somos los paras que queríamos estrenar el voto por el comandante Castaño cuando surgió el rumor, a finales del 2001, de que se lanzaría a la presidencia por el partido de las AUC, somos los que votamos por Uribe, el único candidato que supo interpretar nuestra infatigable sed de venganza.
Publicada originalmente el 17 de noviembre de 2016