En al menos las últimas cinco elecciones presidenciales en Colombia hemos tenido que elegir entre alguno de estos capítulos: la guerra, la paz, los pobres, los ricos, en fin. Sin embargo, el complejo libro de nuestra historia se debería leer en su totalidad, porque de lo contrario estaríamos ante la irresponsabilidad de omitir o magnificar detalles que son relevantes para tomar una postura u otra.
Con Álvaro Uribe Vélez nos hicieron el dictado de la seguridad democrática, que, si bien replegó de forma efectiva el avance de las FARC en el territorio, no pudo saltarse la página del aumento dramático de la violencia. Según cifras del Centro de Memoria Histórica (2018) en su primer periodo de gobierno 2002 – 2006, se disparó notoriamente el número de asesinatos selectivos, homicidios y desplazamiento forzado, alcanzando en el año 2003 el pico más alto de violencia por lo menos desde 1985. No obstante, bajo esa idea ese gobierno salió con los más altos índices de aceptación de la historia reciente, sin importar también los fantasmas de corrupción que el tiempo ha venido develando.
Juan Manuel Santos rompió la gramática que lo llevó al poder y nos argumentó la idea de la paz, a todas luces una iniciativa que merece todo un capítulo, por lo vital de esta para generar condiciones favorables al desarrollo en Colombia. Pero el letrado nobel de paz profundizó tanto que nos olvidamos de aspectos importantes para que esa idea estable y duradera adquiriera el sentido y las pautas necesarias para ser viable. En un informe de la OCDE del 2019, se destaca el aumento del número de cultivos ilícitos, también la deforestación y el crecimiento de la deuda externa. Sin olvidar las reformas tributarias que en nombre de la paz se hicieron y que afectaron a un importante grupo de empresas que les tocó replegar operaciones. No hay duda de que la paz logró eclipsarnos y obviar que hay otros ejes fundamentales para el cambio del país.
El presente nos pone un reto mayúsculo como la emergencia por la pandemia. Una situación que puede convertirse, sí ya no lo es, en el ‘caballito de batalla’ de Iván Duque y que le ha servido para alejarse entre páginas en blanco del escándalo por presuntos apoyos de cuestionados personajes a su campaña presidencial. Habrá que ver cuál será el discurso de cierre en el año 2022.
Hoy debemos estar más pendientes sobre la gestión de los gobernantes, porque en nombre del coronavirus se están cometiendo abusos y desusos del gasto público, además que el tema funciona ya como excusa de algunos administradores públicos para tirarse a la flojera y no cumplir ni un mínimo de los planes de gobierno. Es curioso que el Covid19 ha desnudado problemas estructurales del país: educación, déficit hospitalario, sistemas de transporte, pobreza oculta y demás, temas en los cuales hemos debido profundizar paralelamente hace mucho tiempo.
Es necesario hacerles retador el trabajo a los gobernantes, cuestionando sus agendas desde todos los sectores. Hemos recorrido largos periodos en Colombia en donde el sinónimo y antónimo de las cosas es lo más fácil para reconocernos. Y el ejemplo de los tres últimos mandatarios del país deja claro que nos hemos tenido que tragar bastantes ‘sapos’ (y los que vendrán) por cuenta de dejarnos obnubilar de la misma conversación.
Dentro de poco habrá nuevos procesos electorales y ojalá para ese momento estemos más instruidos para dar el salto de una sociedad monotemática, que casi siempre elige los caminos de las historias contadas a medias, a otra que tenga personas con múltiples argumentos buscar cambios más reales.