No se trata aquí del problema de los bogotanos con su alcalde, sino de por qué la receptividad hacia la persona misma suscita tantas pasiones negativas.
Petro mismo sostiene que no solo no se reconoce sino no se conoce lo que se ha hecho dentro de su mandato. Y si se mira con cabeza fría, es indiscutible y lógico que al lado de lo malo hay también mucho aspecto bueno, pero que poco se le destaca.
En el fondo cuando alguien hace tal afirmación está aceptando que siente que hay un problema, más que con su gestión, con él mismo. Y tiene razón...
No es su orientación ideológica; por un lado porque no es claro cuál es, y por otro porque no se podría motivar en ella una rechazo tan grande como el que tiene. Ni siquiera su condición de exguerrillero —la cual él prácticamente niega—, puesto que otros en condición similar (Navarro Wolf, León Valencia, Camilo González) no les sucede lo mismo.
No son tampoco las medidas que toma, las cuales como las que toma cualquier mandatario son buenas para unos o cuestionables para otros, y en sí mismas unas acertadas y otras erradas, pero sin que las suyas muestren razones especiales para producir tanta reacción alrededor del mandatario.
Su obsesión por volver la sociedad más equitativa tiene un respaldo mayoritario no solo porque son mayoría los desfavorecidos por el orden que tenemos, sino porque aún entre los favorecidos buena parte reaccionan ante la injusticia social, y otra buena parte entiende que la inseguridad la violencia, la corrupción y en general no pocos de nuestros males están directamente relacionados con ello.
Que su imagen o estilo, por el contrario, molestan a la gran mayoría también parece innegable; aún entre sus seguidores y entre quienes lo respetan o admiran es lugar común admitir que no lo favorece la forma de presentarse. Pero la aceptación ciudadana no se guía nunca exclusivamente por lo estético o por los modales.
Su trayectoria, al igual que sus actitudes y sus decisiones, muestran que tiene dificultad con aceptar cualquier tipo de regla. Como el Estado de Derecho es esencialmente un conjunto de leyes que representan reglas para que todos las acaten, él tiene un conflicto personal con el Estado de Derecho. Y como nuestro Estado de Derecho plasma lo que son los consensos a los cuales se llega entre los diversos puntos de vista e intereses de diferentes grupos ciudadanos, él no entiende ni acepta la necesidad de buscar consensos. Pero al igual que el contenido de las políticas y las medidas que toma, esto causa malestar mas no es la explicación ni de porqué es tan difícil encontrar análisis objetivos o relativamente ecuánimes respecto a su gestión, ni porque pesan más las opiniones sobre su personalidad que las evaluaciones sobre sus obras.
Aunque algunos valoran su ánimo combativo y otros lo ven como pendenciero, esto no da para explicar la dificultad para que no se opine respecto a su administración alrededor de sus propuestas o sus resultados sino alrededor de su persona.
Y es que ese es el problema de Petro: él mismo.
Su ego, o por lo menos su protagonismo personal, borra o deja detrás todas las características que puede tener como mandatario, y hace que sea más en relación a su personalidad que se reacciona. Ésta no permite que respecto a ella simplemente se opine sino impone que sea ante ella que quien opina se pronuncie. Ante un mandato y una administración idéntica pero en cabeza de otro tipo de individuo, no tendría la población las mismas actitudes ni se manifestarían igual en las encuestas, ya sea respecto a la persona o a sus ejecutorias.