En antesala al 12 de octubre una reconocida marca de bebidas ha lanzado una campaña publicitaria en redes, en la cual invita a firmar una petición en el sitio Change.org donde le solicita a la Real Academia Española de la lengua que “elimine” una de las definiciones de indio: adj. inculto (de modales rústicos).
La petición, aunque en apariencia loable, parece ser primordialmente una estrategia comercial de posicionamiento de marca. Los publicistas gringos le llaman a esto cause marketing, que no es otra cosa que montar a caballo de una buena causa para mejorar la imagen de un producto o marca comercial. No nos engañemos, los publicistas no hacen esto porque sean activistas que buscan cambiar una realidad perjudicial para la sociedad en su conjunto, lo hacen basados en el frío cálculo y en la búsqueda de maximizar utilidades. En un estudio internacional realizado en 2013 el 93% de los consumidores encuestados manifestó que les gustaría que las marcas que usan o consumen apoyen buenas causas, y un 96% manifestó que su imagen del producto o compañía mejoraría si la vieran apoyando estas causas.
Este tipo de campañas pueden ser positivas o negativas, y pueden llevar a cambios sociales, culturales o medio ambientales que beneficien a la sociedad en su conjunto. Es positiva cuando las empresas que realizan este tipo de campañas lo hacen como parte de un programa de responsabilidad social serio, cuando por ejemplo lo hacen para apoyar causas promovidas desde grupos significativos de ciudadanos u organizaciones de la sociedad civil. También se dan casos en que las empresas invierten fondos directamente en las causas que deciden apoyar, o en otros casos simplemente le dan visibilidad a una causa justa abanderada por un grupo de ciudadanos que no tienen acceso a los medios masivos de comunicación para publicitar su iniciativa.
Con #IndioNoEsInculto estamos entonces ante una campaña de posicionamiento de marca disfrazada como causa ciudadana. No es una causa que haya surgido de un grupo significativo de ciudadanos, una ONG o una organización indígena, por el contrario es en su raíz una estrategia publicitaria. Un aprovechamiento económico de lo “indígena”, como si no fuera suficiente con cinco siglos de saqueo y expolio.
En el caso de #IndioNoEsInculto hay varias críticas que se le pueden hacer desde varios ángulos:
- No es una causa ciudadana.
- No está acompañada de un programa de responsabilidad social que realmente incida sobre la causa.
- Está instrumentalizando un tema enormemente complejo, simplificándolo de una manera que resulta contraproducente para la propia causa.
Es muy fácil para una gran empresa invertir dinero en una campaña publicitaria, pero es más complejo crear un programa de responsabilidad social con un efecto directo sobre la comunidad, por lo cual es natural que tiendan a enfocarse en un simple procedimiento cosmético, un embellecimiento de marca en lugar de comprometerse con cambiar la realidad de la sociedad.
La campaña en cuestión escoge una causa social meramente simbólica, pero que produce un impacto notable en el público, por el propio mecanismo de la acción social a la que convoca, a pesar de que sus resultados sobre la realidad social serán exiguos.
Qué fácil que resulta para los consumidores del producto dar un par de clicks y sentir que realizaron su buena acción del día. Afirmar el “orgullo” que sienten por su identidad y su ancestro de “ indios” llenando un formulario web con su correo y oprimiendo un par de botones. Y claro, lo más importante de todo: el compartirlo en redes sociales para que los demás apoyen también la buena causa y todos se sientan así parte de una “revolución”, un cambio profundo de la opresiva e injusta “realidad”, y de paso hagan viral la marca.
Déjenme darles una triste noticia queridos “ indios” internautas: nada va a cambiar con que la RAE “elimine” (a los colombianos les encanta “eliminar” todo lo que no les gusta o les incomoda) esa desafortunada acepción de su diccionario. El racismo es estructural en la cultura colombiana y el asunto aquí es modificar la estructura cultural no quitar una palabra de un libro.
Vamos en orden:
Indio es un término proveniente de una equivocación histórica. Colón, el supuesto “descubridor” de América (desde el punto de vista de la arqueología es plenamente aceptado que los vikingos ya habían llegado a Norteamérica en el siglo X), creyó arribar a la India, por eso llamó “indios” a los grupos humanos que encontró en el nuevo mundo.
En ese sentido es más aceptado el término “indígena”, aunque algunos antropólogos e historiadores se decantan por términos más técnicos como etnias o culturas, y otros, en particular miembros de estos grupos indígenas, prefieren términos como “pueblos originarios” o “pueblos ancestrales”.
Pero dejemos a un lado los términos, al final estos son solo abstracciones de la realidad. Vamos a la historia. Existen muchas cifras y teorías, y esto es un amplio campo de debate académico, pero se puede sugerir con alguna certeza que el 90% de la población indígena de América fue exterminada en 500 años de colonización europea. Y aunque se cree que en su mayoría se debe a los efectos de enfermedades transmitidas por los conquistadores, millones de estas víctimas se deben a la violencia y la guerra que caracterizó el proceso de conquista y en menor medida de colonización.
Al igual que otras naciones de América, la nuestra se construyó sobre el genocidio de los nativos. Así que la “eliminación” del “ indio” no es cosa nueva, llevamos cinco siglos en ello y al parecer no tenemos intenciones de detener el genocidio. Basta ver las cifras: solo en lo que va del 2018 se han asesinado más de 30 líderes indígenas en Colombia según lo denuncia la ONIC; desde la firma del acuerdo de paz hasta comienzo de 2018 se habían asesinado 59 líderes indígenas, y según el Instituto de Medicina Legal 1.063 indígenas han muerto en los últimos 10 años a manos de la guerrilla, paramilitares y agentes del Estado.
A la guerra sumémosle que los megaproyectos mineros y de cultivo excesivo de palma de aceite africana han ocasionado el desplazamiento de más de 74.000 indígenas, en su mayoría mujeres viudas y niños.
Estas son solo cifras recientes. Desde el punto de vista histórico la violencia contra los pueblos indígenas en Colombia nunca se ha detenido, es un fenómeno incesante que va conduciendo lentamente hacia su exterminio.
Y claro, aquí está el verdadero problema, hemos construido una sociedad en la cual los indígenas son “otros”, y nosotros, quienes quiera que seamos, somos los civilizados y no reconocemos nuestro ancestro indígena. Además, el exterminio y la destrucción de la cultura y la religión de nuestros ancestros nos dejó aquí en este presente, en el cual ni somos indígenas, ni somos españoles, y entonces llega la tremenda pregunta: ¿Qqué carajo somos?
Aquí entonces aparecen las respuestas fáciles, la tontería y superficialidad que caracteriza la sociedad contemporánea, y el hashtag, el concepto o término que engloba, que conecta, el facilista, superficial y vacío #IndioNoEsInculto.
¿Sabe la gente que tuitea o postea esto en su Facebook por qué el indio no es inculto? ¿Sabe lo que es la cultura? ¿Conoce la cultura de sus ancestros? ¿Conoce el legado cultural de los pueblos que nos antecedieron? ¿Conoce su religión? ¿Su mitología? ¿Su cosmología? ¿Sus logros materiales? ¿Los espirituales? ¿Conoce su sabiduría botánica? ¿Sus conocimientos medicinales? ¿Su arte? ¿Sus lenguas? ¿Su historia?
La respuesta es sencilla: la mayoría no conoce nada de esto. Y ahí está el problema.
La estructura mental no cambiará jamás si los colombianos no conocemos y no nos apropiamos del legado de nuestros ancestros.
La identidad es un problema de amor propio y solo se puede amar lo que se conoce bien. El conocimiento es un acto de amor.
Nuestro proceso histórico, el genocidio indígena, la destrucción de nuestras religiones y cosmologías ancestrales, el genocidio de los hombres sabios indígenas (como por ejemplo el bien documentado exterminio de los xeques, los sacerdotes-astrónomos muiscas) y la destrucción de los símbolos y el arte que produjo la “extirpación de las idolatrías”, una adaptación criolla de la inquisición europea, nos dejó huérfanos de nuestras raíces, desconectados, vacíos, desnudos, moldeables, colonizables, sometidos, humillados, postrados.
Eso somos, un pueblo sin identidad, un pueblo que se asesina entre hermanos, un pueblo esquizofrénico, dividido, en el cual los “indios” de “abajo” solo aspiran a subir de estrato, acumular dinero y bienes materiales para dejar de ser “indios”, y los “blancos” de “arriba” solo aspiran a evitar que los “indios”, la “indiamenta”, los “arribistas” recuperen las tierras, los superen en capital o “tomen” el poder.
Basta ver a las señoras divinamente del norte de Bogotá que firman con condescendencia la petición en Change.org y comparten el hashtag #IndioNoEsInculto en su Facebook y su Instagram para sentirse aliviadas de ese racismo que les enseñaron sus padres, sus abuelos y que les pesa y les incomoda inconscientemente en este siglo XXI, el del “futuro para todos”. Preguntémonos: ¿para quiénes?, ¿quiénes son todos?, ¿para los “indios” también?, ¿de verdad estamos en el futuro o no hemos podido salir del pasado?
Aquí volvemos al punto de inicio. Cambiar un término en la RAE no transformará nada en la realidad si no comenzamos a valorar y conocer el legado de nuestros ancestros. Los empresarios colombianos en vez de estar malgastando su dinero en publicistas, creando campañas hipócritas e inocuas que creen estar a la vanguardia, deberían gastarlo en programas reales de responsabilidad social, o al menos en campañas que visibilicen el enorme, el gigantesco legado cultural de nuestros ancestros.
¿Qué tal campañas en donde se enseñe al público acerca de nuestras culturas ancestrales?, ¿en donde se muestre el arte exquisito, sublime que crearon y crean?, ¿la orfebrería, los textiles, la cerámica? ¿Qué tal patrocinar publicaciones, libros y revistas sobre la historia de nuestros pueblos ancestrales?, ¿documentales, programas de televisión?, ¿llevar exposiciones itinerantes con piezas arqueológicas por los pueblos de Colombia?, ¿patrocinar visitas de los niños de escuelas públicas y colegios privados a los museos?, ¿llevar a hombres de conocimiento como los mamos de la sierra nevada a dar charlas a los niños a los colegios?, ¿llevar a los niños a que conozcan las plantas y la medicina tradicional de la mano de nuestros sabios ancestrales?, ¿enseñar a los niños a tejer o a hacer cerámica con las técnicas ancestrales?
Tristemente estas cosas no pasan. El genocidio continúa y caminamos inexorablemente como sociedad hacia el exterminio de nuestros pueblos ancestrales y la pérdida de su esencial legado material y espiritual.
La destrucción del mundo indígena que iniciaron los conquistadores y colonizadores españoles ha terminado revertiéndose sobre ellos mismos. Sobre ellos que somos nosotros mismos. Seguramente pensaban que era simplemente cuestión de acabar con todo y volver cargados de oro a España. No se imaginaban que muchos de ellos se iban a quedar aquí por siempre, que no iban a volver, que se iban a mezclar y que eso que destruían terminaría siendo parte de ellos mismos, terminaría siendo ellos mismos, que así volvieran a la “madre patria” ya nunca serían los mismos, serían otros, terminarían convertidos en sudacas, despreciados, desterrados y solo encontrarían alivio en esa continua destrucción y sometimiento del “otro” del “ indio”.
Nuestro drama sin fin es el de la Nasa Jacinta Muelas cuando al ser expulsada de su tierra le decía al terrateniente Aurelio Mosquera: "¡Matennos que pa’ morir hemos nacido!".
Somos el español que destruyó al “indio” y el “indio” que fue diezmado, humillado, sometido, despojado. Somos una sola esencia contradictoria, una mezcla dividida, separada, una unidad antagonista. Somos un cuerpo con una mano derecha que se siente blanca y propietaria, heredera de los derechos de sus majestades católicas, fuerte, que somete, que golpea, que estrangula, que empuña el arma, que pide el diezmo y cobra el impuesto, que cierra el grillete en una mano izquierda sometida, la del “indio” que se convirtió en campesino, la mano que toca la tierra, la que entierran, la que nos da de comer, la que siembra, la que toca las plantas, las semillas, la que conoce la naturaleza, la que sufre desde tiempos inmemoriales, la del "siervo sin tierra". Somos uno, somos dos, somos varios, somos nada.
Esa es nuestra triste historia, una de negación y olvido. Una historia que no cambiará “eliminando” una palabra de un diccionario. Una historia que se hizo “eliminando” al otro. Eliminándonos a nosotros mismos. Destruyendo la naturaleza. Destruyendo nuestro hogar. Autodestruyéndonos.
Es ya hora de que eso cambie.