Cualquier desprevenido diría que este cáncer se reduce solo a los contratistas de prestación de servicios o los provisionales de carrera y a los ocultos trabajadores oficiales. Pero el problema es mucho más de fondo.
Todos los candidatos dicen en sus propuestas de lucha contra la corrupción que van a acabar con el clientelismo, verdad de perogrullo, que es una de sus principales fuentes, o quizás la mayor.
Y en materia de empleo público dicen de manera gaseosa que al Estado llevarán a los mejores, pero no dicen cómo.
Y en la práctica, si llevan a los mejores, pero a sus mejores amigos, porque no hay procesos de selección meritocrática para llevar a los mejores a dirigir el Estado.
Ese es el decir de Fajardo, de los Galán, y de casi todos los demás, que tienen las mismas prácticas.
Precisamente las alianzas políticas, de programáticas no tienen sino el discurso, porque de fondo hay es una repartición burocrática del Estado.
Es el clientelismo perfumado de las personas que van a dirigir el Estado y los autores de los grandes casos de corrupción. Y los que generan mayor segregación social.
Son los que ejecutan los recursos, nombran y contratan la clientela que les ordena el padrino que los hizo nombrar.
Si los funcionarios de libre nombramiento y remoción, que son los que dirigen el Estado, fueran la escala superior a donde deberían llegar los funcionarios de carrera, el Estado sería más eficiente, el clientelismo se reduciría o desaparecería, la meritocracia constitucional sería una realidad y la democracia sería más auténtica.
Lamentablemente en el escenario electoral ningún candidato, de ningún partido, tiene ese diagnóstico, ni le interesa.
Todos llegan a capturar el Estado para su círculo de amigos y clientelas, es tal vez la mayor ambición de todos los políticos. Y en especial los cargos directivos y de libre nombramiento y remoción. Un clientelismo perfumado al que nadie le presta atención y que es el mayor botín de políticos de todos los colores.
Por algo será que no se oyeron propuestas de ningún candidato para cambiar el sistema de nombramiento de contralores, personeros, procurador, fiscal, defensor del pueblo, y superintendentes.
Estas son cuevas del mayor clientelismo perfumado que todos los políticos apetecen, pero al que al que el pobre parroquiano, que se formó con gran esfuerzo nunca llegará, si acaso a un cargo de carrera, en un duro esfuerzo de competencia meritocrática.
Al respecto el investigador de la meritocracia constitucional y la función pública, Jorge Buitrago, ha hecho importantes publicaciones que deberían ser leídas por todos los candidatos.