El amigo que soborna al policía es un héroe, el político honesto es un obstáculo, el compañero mentiroso inspira. Ni tapándonos los ojos dejamos de ver el reflejo de la corrupción, en una multa de tránsito, en un multimillonario contrato. El reto, encontrar a un ciudadano que no haya sido víctima o cómplice.
Y es en aquel reto, en la dificultad por encontrar a alguien ajeno a la corrupción, donde nace aquella frase mortal, mortal porque en la lengua de un político ruge como un malvado pretexto, a saber: "La honestidad empieza en casa".
Cierto, el papel de los padres en señalar el sendero de la honestidad es indiscutible, con dificultad hayamos quien lo niegue. Pero no cerremos los ojos ante el propósito de la frase: en la lengua de un padre es un reto, en la lengua de un político es una excusa.
El niño casposo que le roba a su hermanito un chocolate le da en la mano una oportunidad a su padre para corregirlo, para darle una lección, para guiarlo.
El político que sermonea sobre el rol del hogar en la corrupción esquiva la responsabilidad de su propio rol en el problema. La frase encubre una justificación: como el ladrón no tiene la culpa por ser ladrón, ¿por qué señalar su error?, ¿por qué exigirle más?
Quien se justifica intenta revelarse como un angelito, señala en la dirección donde él no participa, evita hablar sobre lo que él puede hacer para solucionar el problema, ¡qué gracia! Estamos ante un anzuelo monstruoso que no podemos morder.
Todo político puede cambiar su quehacer, todo político puede darle una patada a la corrupción, todo político puede liberarnos de las infecciones del pasado. La responsabilidad del político es, precisamente, señalar un mejor camino.
Si esperamos a la familia perfecta que forme al político angelical del futuro, nos vamos a quedar esperando. Tal hogar no existe. La frase oculta lo que pareciese un secreto: no hay familia perfecta.
El pasado pesa, pero no ancla. Por un lado, hay muchos hombres honestos que se equivocaron en su juventud, a algunos un padre, un mentor o un maestro los guio. Por el otro, muchos hombres, sin padre, sin mentor o sin maestro, tomaron también el camino de la honestidad.
El político honesto que no tuvo nada en su niñez, si la tuvo, demuestra valentía. El pícaro que lo tuvo todo, cobardía. Los obstáculos del pasado no son excusas, son aprendizajes.
Si deseamos un Estado honesto, el papel del político es tan importante, si no más, como el del padre. Necesitamos héroes que luchen la corrupción desde adentro, que desciendan a las entrañas de los actos más viles, más corruptos, y purifiquen al Estado.
Líderes que pongan en la línea de fuego su futuro político, que se enfrenten a la corrupción. En resumen, que se sacrifiquen como un padre se sacrificaría por el futuro de su hijo. Todo acto de corrupción es una oportunidad para que un héroe nos dé una lección perdurable de honestidad.