Aproximadamente 300 mil personas, la mayoría civile,s han muerto desde que comenzó la guerra civil en Siria cuatro años atrás. El presidente sirio Bashar al Assad ha perdido más de medio país, producto de la guerra entre grupos terroristas locales pertenecientes a la oposición (rebeldes sirios), ISIS y los soldados pertenecientes a su régimen. Miles de personas han perdido la vida en medio de bombardeos de un lado y de otro, buscando desesperadamente un lugar seguro al cual escapar; intentan llegar por el mar hasta algún país europeo donde puedan refugiarse y comenzar de nuevo. Junto a los afganos, y los procedentes del norte de África, los sirios son los inmigrantes que más huyen de su país y embarcan hacia Europa occidental. Sin embargo, muchos pierden la vida en el mar, o son atrapados por las autoridades del país en el cual desembarcan y en gran cantidad de casos familias enteras que escapan del conflicto y la hostilidad no logran llegar a su destino.
Bashar al-Assad culpa de toda la desgracias y muerte en su país, a la coalición internacional que apoya a grupos rebeldes para que lo derriben del poder; el presidente que casi desde el inicio de la guerra ataca a la población con barriles bomba, un arma tan letal que están prohibidos internacionalmente, ha asegurado recientemente que en Siria no hay una guerra civil, a pesar de que hay casi 300 mil muertos, millones de desplazados, y crímenes de guerra que parecen no tener fin pues, según sus palabras, no hay guerra. Intentar tapar el sol con un dedo ha sido la solución escogida por Al Assad, que anteriormente también ha mandado a explotar edificios donde se escondían periodistas y civiles, y que continua bombardeando despiadadamente ciudades y aldeas y lanzando ataques químicos con el pretexto de acabar con terrorismo. Pero también está claro que busca infundir miedo, y al mismo tiempo actuar como si nada pasara. Todo un país destruido, cansado, que parece no dar más y ahora se enfrenta a los ataques por parte de Turquía que suma a la lucha contra el grupo yidahista Estado Islámico.
Bashar al-Assad, musulmán chiita, practicante del alauismo, es oftalmólogo de profesión, realizó sus estudios en Inglaterra y se vio obligado a regresar a Siria tras la muerte de su padre, el entonces presidente Hafez Al Assad. Sin saber mucho de política asumió el poder y ahora, 15 años después y con una nación destruida, ha dejado claro no renunciará, no abandonará el poder. A a un precio muy alto a mantenido esa posición. Mientras gran parte de la coalición internacional que integra a Estados Unidos, Turquía, Arabia Saudita, Gran Bretaña, entre otros países, apoyan la idea de que Assad debería renunciar para implementar un gobierno que vaya más acorde a sus intereses particulares ideológicos políticos y económicos, China y Rusia son aliados fuertes e incondicionales del presidente sirio que apoyan su estancia en el poder, los intereses son claros: ni a Rusia ni a China les conviene que la influencia de Estados Unidos continúe expandiéndose. Además, el régimen represivo que hay en Siria es muy parecido al que aplica Putin en Rusia, por lo cual el dictador ruso apoyará a su colega hasta las últimas consecuencias.
En una reciente entrevista Al Assad pidió a Obama que escuche a los norteamericanos, y que no se involucre en una guerra en Siria dados los resultados fallidos con la invasión del año 2003 en Irak y Afganistán. Sin embargo, él mismo ha ignorado por más de cuatro años las necesidades y los ruegos de su nación, sin importar las consecuencias, el daño psicológico físico y emocional de los sobrevivientes, la gran cantidad de niños muertos a diario, los millones de desplazados, la pobreza y la ruina de Siria. Lo que comenzó como consecuencia de la primavera árabe en países del Medio Oriente y África se ha convertido en la peor pesadilla para los sirios. Poco queda, todo ha sido destruido, la vida para las familias damnificadas que quizá esperan algún día regresar jamás volverá a ser la misma. Pero, al parecer, en el pensamiento de al-Assad vale la pena sacrificarlo todo antes de ceder. Quizás la guerra no acabe si Estados Unidos y sus aliados logran derribar a al-Assad y poner un gobierno de turno, y sería muy difícil llevar de nuevo la democracia a un país tan dividido e invadido, pero si tan solo desaparecieran los bombardeos del régimen del presidente, empezarían a haber cambios, que por lo dicho están muy lejos de llegar.