La idea de que un solo hombre salvará los destinos del país es otro de los legados mentales originados en la tradición judeocristiana. Tradición que nos habita y que se manifiesta como un gen fantasma en nuestro carácter. Brota sin que nos demos cuenta porque es un casquete mental endurecido que guía un falso discernimiento, en apariencia signado por la cordura.
Eso pensé mientras escuchaba a un vendedor de abanicos en el mercado de Bazurto en Cartagena, que gritaba a todo aquel que pasaba por su lado que Petro era el salvador de Colombia, la encarnación de la verdad, y seguía: “Porque es el único que le ha cantado la cartilla completa a Uribe, escucha esto varón, es el camino para un mejor futuro, es el sendero que nos guiará al paraíso prometido, Petro, hermano, hermana que me escuchas es la ruta”.
El tono de su discurso era muy parecido al de un predicador cristiano que se ubica en las esquinas a entregar eso que, de manera ligera, llaman la palabra de dios. El predicador petrista fue abucheado al instante, tildado de loco, de farsante, de mentiroso. La bulla fue apabullante y el vendedor de abanicos aprovechó el silencio para seguir.
“Igual le dijeron a Cristo, que era un falso profeta, que no era hijo de Dios, que era un impostor. Pero escúchame algo varón, solo mira con quién anda cada uno y me darás la razón. Petro, lucha contra el peor lastre político que jamás haya existido: Lleras, que apenas supo sus resultados salió como rata buscando cueva. Ni hablaré de Gaviria, porque en un tiempo, todos creyeron que iba a ser el salvador, después de la muerte de Galán. ¿Y qué hizo?, vendió el país con su apertura y nos jodió a nosotros los pobres comerciantes”.
El público comenzó entonces a escucharlo con mayor atención.
“La Marta Lucía, me da lástima, se ha comido todos los pasteles. Pregúntele, varón, qué quiere decir la palabra coherencia…, esa palabra no existe en su vocabulario hermano mío. Es un camaleón disfrazado de guacamaya, y arropada con la bandera del arcoíris del orgullo gay. Petro muere y morirá por la verdad, como murió Cristo”.
Seguí mi camino, y ya lejos, alcancé a escuchar vivas y aplausos de comerciantes y otros vendedores de abanicos que se agruparon en la esquina de la calle 29D con carrera 24, en torno al predicador político.
Sin dar mucha importancia a sus metáforas y proposiciones, el predicador político ajusta un buen criterio. Reitera, eso sí, la idea de un mesías que está por venir, y que será elegido pronto.
Pensé en esa confianza desmedida
que la gente entrega a un solo ser humano
a cambio de la esperanza de la salvación
Cambié los frenos de mi bicicleta en los almacenes de la calle 30 y me regresé por el mismo camino con la idea de encontrar al vendedor de abanicos venido a predicador. Pensé en esa confianza desmedida que la gente entrega a un solo ser humano a cambio de la esperanza de la salvación. Entretenido en mis elucubraciones, la voz del predicador político me sacó de mi reflexión: “Fíjense, esto nadie lo ha mencionado. Petro, nuestro salvador, quiere decir piedra… y dice la Biblia en Mateo16 -18… ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra, o sea Petro, edificaré mi iglesia… edificará el nuevo país… y miren cómo sigue el versículo 18, ‘y el imperio de la muerte no lo vencerá”. Se queda un momento en silencio y vuelve con furia: “Y el imperio de la muerte no lo vencerá”, varón.
Sigo mi camino pedaleante, confieso que aquella idea de Petro con piedra es tan descabellada como creativa, y su mesianismo un exceso de confianza que se repite, pero la idea del “imperio de la muerte” es tan certera como profética.
Con tanto calor, la venta de abanicos ha sido próspera en Bazurto.