"Se restablece el pico y placa en el 2023" dice el letrero que pende de la negra y ancha puerta metálica que da acceso vehicular a la Unidad Residencial Plaza Arco Iris, ubicada en el barrio El Lido de Cali, donde habito desde hace cerca 30 años.
Hoy la restricción corresponde a los números 4 y 5, así que este es uno de los 52 días del año en los que obligadamente no puedo usar el vehículo. Con esta espada de Damocles que cuelga sobre la cabeza comienzo el año.
El olvido del pico y placa es un hecho recurrente, pero el milagro que realiza el letrero me ha salvado del olvido no una vez, sino muchas. Él ha sido mi ángel protector, me ha hecho regresar al estacionamiento cuando no he debido salir.
El negocio del pico y placa lo mueve el olvido, los que lo aplican lo saben. La gente deja pasar sin querer todo lo que se convierte en hecho rutinario. Lo reiterativo se convierte en costumbre, ya que no exige reflexión ni detenimiento, sino que se enquista en lo más profundo de nuestro motor, compuesto por neurotransmisores e impulsos eléctricos.
El olvido es la condición humana resultante de tanto perseverar en la rutina. En este caso, el pico y placa al no ser algo novedoso, genera el riesgo de ser pasado por alto y derivar en una temible infracción que nos hace meter la mano al bolsillo, de por sí menguado por el fenómeno inflacionario mundial.
Salimos como si nada y lo más seguro es que nos pesque lo quirúrgicamente deliberado: ¡la multa! No se contempla ni interesa lo preventivo. Lo educativo, menos. Para los privados que manejan implacablemente nuestro olvido prima lo pecuniario: pagar es lo primero. Este es el castigo establecido para todo aquel que no tiene buena memoria.
—Buenos días, señor: me facilita sus documentos, por favor.
—¿Qué pasó, señor guarda?— pregunto sorprendido.
—¿Usted sabe qué día es hoy?
—¡Mieerda! El pico y placa.
Podría intentarlo, pero no lo tengo presupuestado. Además, sobornar va en contra de mis convicciones. Sería una contradicción patrocinar el cáncer que nos carcome como sociedad.
Cuando el olvido no lo previene el milagroso letrero que cuelga de la puerta, salimos desprevenidos y solo nos enteramos cuando caemos en la trampa que nos tienden con los retenes puestos en sitios estratégicamente instalados o cuando nos llega la bellísima foto captada por los bichos electrónicos que muestran claramente el vehículo y su número de placa. Vale decir que la foto de la notificación es contundente, de alta resolución e impresa en papel de lujo.
"¡Don Germán, le llegó esto!" me dice compungido el guarda de la Unidad Alcides Caicedo. Luego, agrega: "Don Germán, ¿fue que no vio el letrero?". Hasta ahí llegó la tranquilidad. El golpe es duro y parte el alma. Aunque el gobierno Petro congeló las tarifas de las multas, no dejan de ser onerosas: son $600.000 del alma.
El paso siguiente es lograr un descuento del 50% del castigo pecuniario a la mala memoria. Para eso hay que asistir a un monótono curso que la refresca. Este trata sobre seguridad vial y dura 3 horas. A fuerza de tanto repetirlo, ya me lo sé de memoria —huelga decir que no volverá a suceder—. Después de dormir un buen rato, me gradúan con honores, me expiden un diploma y el recibo para pagar, que es lo más importante para los mercachifles de la mala memoria, en el se incluye el anhelado descuento. Para mayor facilidad, el banco se encuentra a sus pies y dispone de un punto donde se puede hacer este trámite.
El resultado del desarrollo insostenible son las vías repletas de automóviles y motos. El fenómeno es inversamente proporcional: a más automóviles y motos, menos vías. Llegó la hora de fomentar andar a pie o en bici, y el buen trasporte masivo. Lo anterior debería ser lo prioritario. Las vías con las que contamos no dan abasto, no hay cama pa tanta gente. El problema está ahí, pero se salió de las manos. No obstante, se busca el muerto aguas arriba: el pico y placa.
La solución que nos ofrecen es inmovilizar los vehículos con la impopular medida. Es un paliativo, similar a tratar un cáncer con un Mertiolate, Yodosalil o gotitas homeopáticas. Pagar para poder circular sin restricciones solo explica que no les interesa el problema en su verdadera dimensión, sino los desmedidos intereses particulares, los barriles sin fondo, los bolsillos rotos. La codicia no alcanza a llenarlos. No les importan las condiciones e incomodidades que generan y el deterioro en la calidad de vida de muchas personas.