En la vida nada es gratis, todo se paga, incluso aquellas cosas que no tienen valor monetario. Bien podemos destacar el amor que brindamos, el cual recibe como pago la correspondencia o no del mismo, siendo esto generador de utilidad o perdida. Y aunque históricamente no sea algo relevante, a grandes rasgos, si nos detenemos a mirar hay cuestiones como la felicidad que impulsan al ser a tomar determinadas decisiones importantes, las cuales dan sentido a la cotidianidad.
Gran parte del compendio analítico de la naturaleza humana por parte de las ciencias sociales ha demostrado que las personas tienen necesidades infinitas, tanto materiales como inmateriales. Así mismo, que los recursos para satisfacerlas son finitos, lo que lo conduce al hombre a las bondades del intercambio. Dicho de otra manera, somos seres sociales que necesitamos de otros para poder satisfacernos, ya que por sí solos no logramos producir la variedad de bienes que consumimos. Sin embargo, el egoísmo e interés propio siempre están presentes bajo las bondades del intercambio. Bien expresó Adam Smith que: “por egoísta que sea un hombre, sus principios esenciales lo motivan a interesarse en la suerte de otros y en que disfruten de la naturaleza aunque sea solo contemplándola”[1].
Aunque este postulado de Smith sea revelador ante las verdaderas motivaciones de los hombres en la sociedad, es de destacar que la inequidad que este comportamiento conduce a ese que solo puede contemplar la naturaleza a buscar la justicia, causando una competencia incansable en la que se pierde en ocasiones la noción de eficiencia como óptimo social.
En la actualidad, vemos como dicho comportamiento propio de la naturaleza humana está arraigado en las comunidades y como se desarrolla en estas. Un claro ejemplo es la gratuidad en los mercados, la cual tiene como trasfondo generar algún tipo de utilidad a alguien, sea esto de manera directa o indirecta. Si analizamos las decisiones políticas de las naciones vemos como servicios que serían de índole privado, casi que por excelencia, son subsidiados por gobiernos con el fin de generar un mayor beneficio en el largo plazo. Otra muestra de este egoísmo inocente se puede observar en el paralelo mundo del internet, en el cual muchos servicios son totalmente gratuitos y buscan atraer una masa significativa de usuarios, aunque en realidad el objetivo es ofrecer una vitrina publicitaria, la cual será vista por potenciales consumidores, que no son más que los usuarios que se sirven de lo que consideran gratuito sin saber que en realidad ellos son el producto, dejando cabida al dilema moral de si está bien o mal el uso de la información de esa manera.
Todo esto conduce a pensar que incluso lo gratuito tiene un valor y un objetivo que atiende a la conveniencia de uno o varios agentes que buscan maximizar su utilidad, bien sea directa o indirectamente, en lo que hago apología de que incluso la filantropía genera sensaciones en el ser y estas a su vez se concretan como felicidad, por lo que concuerdo con Bentham (1780)[2] y J. Mill (1863) [3] en decir que la felicidad es el complemento idóneo de la utilidad personal, y por ello también he de afirmar que no existe lo gratuito de manera pura sino de forma relativa.
[1] Smith, A. (2015). Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1.a ed.). Fondo de Cultura Económica.
[2] Introduction to the Principles of Morals and Legislation, “…la utilidad es aquella propiedad de cualquier cosa que tiende a producir placer o felicidad…”.
[3] El utilitarismo “principio de mayor felicidad”.