A los 42 años Carolina Josefina Pacanins y Niño era una señora de su casa. Su familia formaba pare del circulo social de Caracas. Su matrimonio, después de haberse separado de su primer esposo, Guillermo Behrens Tello, un buena vida caraaqueño Reinaldo Herrera, le abrió un camino en el mundo de la moda. Herrera habia logrado una influyente posición como relacionista publica de Vanity Fair al lado de la triunfal editora Tina Brown.
A Carolina le gustaba la moda. De pequeña había quedado impactado cuando asistió a un desfile de Balenciaga en Nueva York y su visita a los 17 años al taller de Andy Warhol en donde se gestaba la revolución contracultural. Como ella misma lo ha sostenido, el ojo de una diseñadora de modas no se hace en una universidad sino que se nace con ello.
La relación con Herrera, quien había sido novio de una de las esposas de Aristóteles Onassis, le abrió los grandes salones de Nueva York. Cenas con los Agnelli, los multimillonarios dueños de Fiat, con los joyeros Rothschild, activaron una vida social que sería apenas el trampolín para lo que le depararía el destino: ser una de las mujeres más poderosas dentro del mundo de la moda.
Fue Diana Vreeland, la mítica editora de Harper’s Bazaar, la primera en ver los esbozos que hacía en un agenda amarillenta y sedosa. Herrera le dijo que su máxima ilusión era hacer estampados para telas pero ella, según lo ha contado en varias entrevistas, le contestó “No seas aburrida, si te vas a meter en eso haz una colección de moda”. Al principio pensaban que se iba a aburrir, que sería nada más que un embeleco de señora casada y millonaria, una forma de bricolaje demasiado costoso. Pero Carolina Herrera marcó el camino en los anquilosados años ochenta para tantas empresarias latinoamericanas que soñaban con hacer un imperio. Reinaldo no dudó en respaldarla no sólo con ideas sino con contactos. Los números más importantes de Nueva York estaban en su agenda
En 1982 se trasladó definitivamente junto con su esposo y sus cuatro hijos a Nueva York. Ese año funda Carolina Herrera Ltda, una marca que ya tiene 87 almacenes en 103 países alrededor del mundo. Su primer gran trabajo fue hacerle el vestido de novia a Caroline Kennedy, la hija mayor de JFK, lo más parecido a la realeza norteamericana. En 1986 se casó con el diseñador y pintor Edwin Schlossberg. El vestido de la novia causó sensación.
Desde 1986 Carolina Herrera presenta dos veces por año sus colecciones. Su marca CH, es un sello de distinción desde 2001. Sin embargo para muchos de sus compatriotas que salieron del país repudiando al régimen chavista la negativa de la diseñadora de vestir a Melania Trump, después de tres solicitudes, causó una aversión nacional a su nombre. Además su conjunto blanco, en homenaje a las sufragistas norteamericanas, que llevó la recién elegida vicepresidente Kamala Harris, la puso en el ojo del huracán de la diáspora chavista. Las mujeres vestidas de blanco fueron un símbolo de lucha contra Trump, además de evocar a las primeras mujeres que hicieron efectivo su derecho al voto, además de las mujeres que marcharon en Washington en 1987 apoyando la enmienda por la igualdad de derechos.
Trump es para buena parte de los venezolanos exiliados en Estados Unidos un héroe que puede derrotar a Nicolás Maduro, Para ella no. Por eso Herrera, a sus 81 años, y a punto de retirarse, prefiere soportar los insultos de sus compatriotas que vestir a alguien con quien no tiene empatía. Y sus posiciones claras no las disimula como su rechazo a las mujeres que, después de los cincuenta, siguen usando bikinis y pelo largo. Su elegancia y buen gusto con una gran simplicidad clásica es el sello de su casa, que se lució con el sastre blanco lleno simbolismo de Kamala Harris.