En los setenta existían todavía campañas tan agresivas que hablaban que el consumo excesivo de marihuana transformaba a los hombres en homosexuales y que sus pectorales, por más rudos y ejercitados que estuvieran, terminarían convertidos en dos inmensos y provocativos senos. Para los Choom Gang eso no eran más que habladurías. El líder de la pandilla era Barack Obama, un muchachito de 18 años que soñaba con estudiar leyes en una gran universidad y ni siquiera imaginaba que un día podía llegar a ser presidente. Obama era un goloso de la hierba, cuentan que se la pasaba en un auto, fumando en las tardes de sábado siempre con las ventanillas arriba, cuidando de que el humo que salía de su varita mágica no se le fuera a escapar por una rendija: todo ese humo lo quería para él. Sus compinches lo seguían, por supuesto. Hacían juegos en torno a la maracachafa. El más popular era el de retener el humo el mayor tiempo posible. El último en soltarlo sería el ganador. Barack casi siempre lo conseguía, exhalaba apenas un vaho y luego, después de toser un rato, se ponía a mirar con sus ojos, rojos como la carne cruda, los numerosos colores que le saca el sol al mar hawaiano.
Todos esos detalles los cuenta el periodista David Maraniss en The Story, la biografía más celebre del actual presidente de Estados Unidos. Mientras que Clinton rayó en lo ridículo al afirmar que él había fumado marihuana pero no había inhalado el humo, Obama se atreve a decir en el libro, no solo que le rendía culto a la bareta, sino que hasta llegó a meterse sus pases de cocaína y que si no siguió vistiendo sus fiestas con la dama blanca fue por falta de billete y no por algún reparo moral.
Por lo anterior a nadie le sorprende que el pasado domingo se haya quitado la careta y atrevido a afirmar que el alcohol y el cigarrillo son más peligrosos que la marihuana. Le faltó decir que Mc Donalds, Coca-Cola, Snickers, Milky-Way y demás basura manipulada genéticamente para convertirse en comida, causan más muertes que el whisky, el malboro y la cocaína juntas. Pero bueno, conformémonos con que, en un hecho histórico, el presidente de Estados Unidos se ha atrevido a abrir definitivamente la puerta de la despenalización. Esta salida de Obama surge, no de un cuestionamiento moral sino económico. Los gringos por fin tienen, gracias a la tecnología desarrollada en sus cultivos hidropónicos, una marihuana superior a la nuestra o a la que puede brotar del suelo vietnamita. Es por eso que hace muchos años se autoabastecen y el gobierno norteamericano, viendo el negocio multimillonario que hay detrás de la venta de la yerba, ha decidido controlar y participar activamente en él.
No se puede negar que es muy cool que Obama hable tan abiertamente de la bareta, pero si lo hace recuerden que no es producto de una reacción espontánea sino que está acorde con lo que el Departamento de Estado desea. Los presidentes gringos no son más que muñecos que reaccionan y dicen lo que el ventrílocuo detrás del telón ordena. Estados Unidos ya está preparado no solo para cubrir su mercado interno sino para exportar la flor.
Eso, queridos amigos no es una buena noticia. No sé si porque soy un burro viejo y resabiado pero a mí el crippi no me gusta, el efecto que tiene de acelerarlo a uno, de dejarlo en un raro estado de ansiedad, contrasta con las cualidades contemplativas que tiene la marihuana tradicional. Sometidos a los gustos impuestos desde arriba, nos han limitado el consumo de nuestra propia yerba, la clásica, la que siempre ha brotado, como un maná, de la Sierra Nevada, de Corinto o San Agustín, tipos de marihuana cada vez más difíciles de conseguir en el país.
Ahora que está preparado para trabar al mundo entero, Estados Unidos ha empezado a hablar de las bondades de la planta. No solo te relaja y tiene virtudes afrodisiacas, sino que cura el glaucoma y el cáncer. Hasta milagrosa resultó.
Cuando pudieron controlar el mercado cambiaron la postura. Eso sí, nadie podrá resucitar a los muertos que pusimos por una guerra absurda contra algo tan inofensivo como un cigarrillo de marihuana. Ni Obama, ni ninguno de los integrantes de los Choom Gang, llorarán ante los caídos en una guerra en la que nos hicieron meter porque nosotros teníamos las mejores plantas del mundo y ellos tan solo poseían cafuche.
El objetivo de la guerra contra las drogas siempre fue quitarnos el monopolio. Solo cuando ellos fueron los que cultivaron y distribuyeron, solo cuando fueron los dueños absolutos del negocio, solo ahora se puede hablar de despenalización.
Tengo tanta rabia que hasta me provoca dejar la marihuana.