Una amiga, escolta de la UNP, me relató que hace unos días salió de su casa en Soacha con destino a su trabajo. Era temprano en la mañana y recordó que debía hacer una llamada. En forma desprevenida extrajo su celular y entabló la comunicación mientras caminaba lentamente por la calle. De repente sintió un golpe. Un ladrón le había arrebatado su teléfono.
Casi por reflejo, extrajo la pistola de dotación que portaba con disimulo en la cintura y encañonó al sujeto, al tiempo que le ordenaba quedarse quieto. El arma y el sonido intimidante que hizo al ser cargada, llenaron de pánico al ladrón, quien arrojó el celular hurtado al piso y comenzó a rogar con voz temblorosa, que por favor no lo fuera a matar.
Justo en ese instante hizo aparición una patrulla de la Policía. Los policías le ordenaron que entregara el arma, lo que mi amiga cumplió con tranquilidad. Enseguida el ladrón, viejo zorro en el oficio, comenzó a gritar que esa señora estaba loca, que lo había encañonado seguramente con intención de robarlo. Ella lo desmintió, mostrando el teléfono en el suelo y contando lo sucedido.
Los policías los subieron a los dos a la patrulla y se instalaron a unas cuadras de ahí. Conversaron con ella por aparte y le indicaron que se había metido en un grave problema. Había amenazado a un ciudadano con un arma de fuego en plena calle, y él la acusaba de intentar robarlo. Palabra tras palabra su discurso se tornó amenazante, podían empapelarla y causarle un lío.
Mi amiga pidió permiso para consultar a un abogado y llamó a un viejo conocido, quien habló luego con uno de los policías. Éste se limitó a asegurarle que solucionarían el asunto. Tras colgar le dijeron a ella: No queremos perjudicarla, con doscientos mil pesos que nos dé, puede irse. Mi amiga respondió que solo llevaba ciento cincuenta mil. Los policías aceptaron.
Le devolvieron el arma y el teléfono. La patrulla partió, quizás al CAI cercano, en Ciudad Verde, con el ladrón a bordo, a quien habían esposado. Mi amiga se alejó del lugar, dolida por el dinero perdido, pero con la sensación de haberse librado de un enredo. Uno imagina que sin denuncia ni objeto del delito, el ladrón debió quedar libre, quizás también a cambio de alguna suma.
Soacha, en la práctica un barrio más del sur de Bogotá, padece una situación de inseguridad tan grave como la de la capital. Cabe preguntarse si realmente la autoridad la combate, o más bien la propicia y obtiene beneficio de ella. La conclusión parece ser que la Policía no está para proteger al ciudadano, sino más bien para actuar contra él cuando exprese su inconformidad.
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La conclusión parece ser que la Policía no está para proteger al ciudadano, sino más bien para actuar contra él cuando exprese su inconformidad
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Se deduce al mirar portales de noticias nada afines a la protesta social o al vandalismo, como Caracol Radio, en el que podemos leer notas como esta, referidas a la violencia policial un año atrás:
“La muerte de Javier Ordóñez aquel martes 8 de septiembre a manos de dos policías, paradójicamente un día antes de celebrarse el Día Nacional de los Derechos Humanos, desató la rabia e indignación de las personas y la brutalidad policial… En más de 10 horas de protestas fueron asesinadas 13 personas, hubo 305 heridos 72 CAI vandalizados…”
“Las víctimas mortales de aquella noche de horror fueron: Angie Paola Baquero de 29 años… Cristian Hernández de 26 años… Andrés Felipe Rodríguez de 23 años… Germán Puentes, 25 años… Julián Mauricio González 27 años… Jaider Fonseca 17 años… Freddy Mahecha tenía 24 años… Julieth Ramírez 18 años… La señora María del Carmen Viuvche de 62 años…”
De acuerdo con la publicación, salvo la última víctima reseñada, atropellada por un bus hurtado por los vándalos, todas los demás fueron resultado del fuego indiscriminado utilizado por la Policía. Eso hace un año. Para no mencionar la larga lista de muertos por la misma causa, durante el Paro Nacional contra el gobierno de Duque en los últimos meses.
El hambre y la miseria tienen relación directa con la inseguridad reinante. Quizás también los bajos sueldos pagados a los policías. Pero sin duda alguna que el factor determinante viene siendo la desbocada corrupción que galopa en este Ñeñe gobierno. Que no ha hecho más que agravar la que viene de atrás, revelada en las cartas de los hermanos Rodríguez Orejuela a Pastrana.
El presidente Duque se vio obligado a pedir la renuncia a la ministra Abudinen, tras haberla defendido a rabiar los días anteriores. Igual los parlamentarios del Centro Democrático abrazaron casi llorando al congresista Edwin Ballesteros, otro corrupto más de ese partido, que renunció a su curul para no ser investigado por la Corte sino por su amigo el Fiscal Barbosa.
El pésimo ejemplo viene de arriba. ¿Comprenden por qué Duque se viste tanto de policía?