En Santander hay un municipio en el que solo residen 54 personas en su cabecera municipal. Jordán es el municipio menos habitado de Colombia; allí no hay hospital, no hay iglesia ni cementerio; la mayoría decidieron irse del pueblo por la falta de oportunidades; los pocos habitantes que quedan le atribuyen su debacle a una familia (Los Ferreira), quienes durante años de hegemonía política se dedicaron a saquear las arcas de la entidad territorial.
En contraste, hay corregimientos como el de Bruselas en el Huila o la Loma en el Cesar que tienen más de 23 mil habitantes; allí naturalmente hay de todo: supermercados, estaciones de servicio y hasta clínicas de estética. Ahora, a los entresijos del ordenamiento territorial colombiano se suma otra apuesta: crear un nuevo departamento.
El jueves escuchamos en un Space organizado por el periodista Mario Cepeda a los gestores del proyecto. Si bien hay que partir del respeto por la libertad de iniciativa de los congresistas y reconocer la marginación histórica del Pacífico colombiano; también hay que decir que la argumentación y defensa de esa apuesta legislativa descansa en la subjetividad y adolece por completo de solidez técnica.
Hoy todo el departamento de Nariño aporta únicamente el 0.1% del PIB nacional; mientras entre Bogotá, Antioquia y Valle aportan más del 50%. La pobreza no es solo de la costa, es de Nariño en general y la solución no es la fractura territorial. Es cierto que la política es emocional, pero la administración pública es técnica y aquí no se puede improvisar. En este caso aplicaría una regla básica e infalible del gracejo popular: “el remedio es peor que la enfermedad”. En la hipótesis poco probable de materializarse dicha iniciativa, acudiríamos a ver la forma como todos los municipios del Pacífico colombiano se convierten en un nuevo Jordán.